No me cuentes cuentos que me los sé todos, las princesas estamos hartas de ellos. Disney tiene la culpa de mis expectativas respecto al amor. Eso son historias para niños, sólo pasa en los cuentos de hadas… ¿Te suena? A mí sí, mucho, pero a decir verdad me suena más como frase hecha que como una verdad reconocida.

Que soy amante de los libros no es ningún secreto, de hecho aún conservo mi primer libro de Barco de Vapor. Pero aquellos que comenzaron acompañándome fueron los clásicos.

Entre los tesoros que tenía de niña mis cuentos troquelados ocupaban un lugar privilegiado. Me los compraba mi madre en un lugar mágico regentado por un señor mayor, al cual ella llamaba “Maestro”. Porque por aquel entonces los maestros no sólo estaban en la escuela sino que se encontraban en los lugares más insospechados. El quiosco de las chucherías era uno de esos sitios. Y allí colgado con pinzas de la ropa en una cuerdecita estaba La Sirenita.

Siento deciros que la Sirenita no tiene el final feliz que le otorgó Disney. En mi cuento no conseguía el amor del príncipe y terminó arrojándose al agua convirtiéndose en espuma de mar. Era una versión corta del original de Andersen, donde la Sirenita entró en la friendzone y nunca consiguió salir de allí. La bruja no le vendió ninguna moto y le dijo clarito lo que había. Supongo que a estas alturas de la vida más de una sabemos que renunciar a nuestra esencia por agasajar es una mierda, y que a veces entregamos nuestro amor y no es correspondido como nosotras quisiéramos que fuera.

Me crié con el cuento de un asesino en serie de mujeres, Barba Azul. Señor que mataba a todas sus esposas y las guardaba en una habitación prohibida. La curiosidad de su última esposa hizo que ésta descubriera la habitación donde se encontraban todos los cadáveres. Y es que una vez conoces la verdad de algo, por mucho que intentes ocultarlo a los demás o a ti misma, nada vuelve a ser igual.

En las reuniones de los mayores donde los niños dábamos la lata porque no había móviles, tablets, ni dibujos a los que enchufarnos, nos contaban historias. En mi ciudad existe la leyenda de una niña que quedó sepultada por una losa en un subsuelo lleno de joyas y oro. Su curiosidad la llevó a descubrir cómo tres hombres extraños realizaban un conjuro para conseguir el tesoro y decidió imitarlos. La avaricia hizo que se quedará allí encerrada. A veces no estamos preparadas para asimilar todo el conocimiento de golpe y es necesario ir poco a poco, aprender.

Blancanieves fue quizás la película Disney más antigua que puedo recordar. Pero no fue el beso de un príncipe el que salvó a la bella princesa en la historia original. Lo que esta chica necesitaba era la maniobra de Heimlich, y fue gracias a un salto en el camino transportando su ataúd que pudo volver a la vida. Y es que la habían intentado asesinar cuatro veces y ella seguía cayendo en la misma piedra. Si algo tenemos el ser humano es que somos capaces de tropezar en el mismo punto una y otra vez, y que por mucho que nos avisen no escarmentamos en ojo ajeno.

En mis cuentos abundaban los asesinatos, las mutilaciones, las torturas, el castigo, la redención. Leí como las hermanastras de Cenicienta se cortaban los dedos y el talón de los pies para entrar en el zapatito instigadas por su propia madre. No les salió bien. Sabemos que si no es tu talla no te vale, que si te aprieta no es para ti. Que no hay Compeed Ampollas que valga para determinados “zapatos”.

Conocí a príncipes fáciles de engañar, de pocas palabras pero decididos. Padres que abandonaban a sus hijos en el bosque, o estaban constantemente ausentes y no se enteraban de nada. Niños asustados, a veces tristes, pero increíblemente intrépidos. Jóvenes delicadas, hermosas, de noble corazón, pero también curiosas. Las historias nos han relatado como pecadoras, las que caemos en la tentación, las ávidas de saber. Vamos, muy humanas.

Porque a veces somos la malvada madrastra, otras la bruja maléfica y de repente pasamos a ser el lobo. Y cuando somos capaces de vernos de esa manera, ocupando los roles oscuros de nuestros propios cuentos estamos listas. No todos los cuentos tienen por qué tener un final feliz, basta con aprender de ellos para que aporten su magia a nuestra vida.

 

Mariló Córdoba.