Llevaba casi tres meses trabajando a jornada completa en una tienda de perfumes. La tienda, que pertenece a una gran franquicia, era un rincón pequeñito dentro de un centro comercial y no necesitaba de más de una persona atendiendo en cada turno, así que ya estaba acostumbrada a trabajar sola.

Una tarde recibí una llamada un poco rara en el teléfono fijo. Era de una empresa de transporte y el chico que hablaba estaba bastante enfadado.

Por lo visto la tienda no había pagado unos portes obligatorios durante meses, y por algún tipo de error que yo no entendía, nadie se había enterado del impago hasta ese momento. En definitiva, mis jefes debían miles de euros a esta empresa de mensajería y era súper urgente que efectuaran el pago ya.

Mi primera reacción, por supuesto, fue decir que iba a llamar a mi jefe para que lo solucionara, pero enseguida me dijeron que ya habían hablado con Miguel Ángel, que estaba al tanto de todo, y que me llamaría él mismo en unos instantes.

Colgaron, todavía cabreados, y, efectivamente, llamó Miguel Ángel. Había hablado muy pocas veces con él, y me daba mucho respeto, así que cuando me dijo que contara el dinero de la caja para ver si llegaba para pagar la deuda, no me lo pensé. 400 euros. “Con eso no hacemos nada”, dijo, “o les pagamos ahora mismo 5.500 euros o nos buscan la puta ruina”.

Antes de que me atreviera yo a preguntar nada ya había colgado, pero no pasaron ni dos minutos hasta que llamó de nuevo el de los transportes, más cabreado todavía. Me dijo “vosotros veréis, pero si no pagáis esto ahora, vamos a reteneros una cantidad de mercancía que no vais a levantar cabeza el resto del año”.

Le expliqué que en la caja solo había 400 euros, que hablara con Miguel Ángel para una solución, que yo no podía hacer nada, pero se puso como un energúmeno, que ya había hecho mil llamadas, que estaba hasta los huevos, y que ese dinero tenía que pagarse ya o el precio que íbamos a pagar sería mucho más caro

Miguel Ángel volvió a llamar y me dijo que lo tenía casi solucionado, que por supuesto que tenía el dinero, el problema era que no le dejaban hacer una operación de tanta pasta online, y que tendría que esperar hasta el día siguiente para poder ir a una oficina, pero el tío de los transportes ya estaba loco y no iba a esperar.

En una de estas que yo intentaba tranquilizarle a Miguel Ángel, me preguntó a ver si no tenía yo algo de dinero ahorrado para adelantar la pasta y salvarnos el culo. Yo flipé bastante con la pregunta, pero para entonces ya estaba histérica, al borde del ataque de ansiedad, y vi factible que me pidiera ese favor, por pura desesperación. Lo cierto es que sí tenía pasta ahorrada, siempre la he tenido, soy ese tipo de persona.

Entre mil por favores y mil disculpas, Miguel Ángel me dijo que si podía adelantar el dinero él se ocuparía de compensármelo con creces, porque esto era un asunto casi casi de vida o muerte, porque estaba salvando a la empresa de la quiebra, y porque esto era un marrón.

Y accedí. Ahora no puedo entender cómo, pero accedí.

Le dije que vale, que me dieran el número de cuenta donde tenía que ingresarlo, y a ver si en mi banco online me dejaban. Para ello, tuve que esperar a que volviera a llamar el otro para darme el número de cuenta, pero para mi sorpresa, no era una transferencia lo que querían, sino que fuera a la tienda de videojuegos de al lado a comprar tarjetas de apple.

Quería 5000 euros en tarjetas de apple. Algo me explicó, sin demasiado interés, pero a mí ya me daba igual. Miguel Ángel era mi jefe y él era el que me había dicho que lo hiciera. Al día siguiente me devolvería la pasta y solucionado. Así que dejé la tienda desatendida y fui, con él tío todavía al teléfono porque prefería no colgar “por si me ponían algún problema, para hablar con los de la tienda”, y salí con un taco de tarjetas que fui rascando una a una y pasando fotos de los códigos a un whatsapp.

El final ya no sorprenderá a nadie. Todo fue una estafa. La empresa no era una empresa, mi jefe no era mi jefe (aunque se supieran su nombre), y me mantuvieron enganchada al teléfono para que no entablara conversación con nadie de la tienda de videojuegos y les contara lo que estaba pasando, porque obviamente a alguien le habría chirriado.

Perdí 5000 euros, que de momento ni la policía ni nadie sabe si los recuperaré, me sigo sintiendo la persona más idiota del planeta, y encima no me renovaron el contrato una vez pasaron los tres meses.

Anónimo