Ustedes imagínense que entran en una tienda de cómics, en busca de las últimas novedades, de las aventuras más alucinantes de personajes de musculaturas imposibles y poderes impensables, y ahí está, en la estantería que recibe a los visitantes, la superheroína de moda: una señora de más de cuarenta con una torre de ropa por planchar.

Bueno, plantear siquiera esto sí que es ciencia ficción.

Y tampoco nos pondremos exquisitos, es cierto que en las historias de supers, como diría Billy Carnicero, lo que uno busca es de todo menos la cotidianidad, así que no nos flagelaremos por nuestra superficialidad como consumidores, pero ¿podríamos llegar a considerar la vida de alguien que se enfrenta a lo cotidiano como una heroicidad? ¿Podemos conceder que, a veces, y bajo determinadas circunstancias, existir es ya un superpoder?

Si has contestado que sí, y ya ves que he pasado a tutearte, porque todo aquel que te lee más de dos párrafos puedes considerar que tiene cierta confianza contigo, seguramente estarás pensando en gente que vive en condiciones extremas, estarás pensando en el hambre, en guerras, en catástrofes.

Desde luego que es así. Pero vámonos a algo más cotidiano, a la vida diaria de gente que no destaca por sufrir nada en especial, gente que por dentro estará como esté, pero por fuera te pone una sonrisa incluso.

De la vida cotidiana es de lo que habla Mar del Olmo en 45 días por año y en su continuación, El mito del chiringuito, de esa edad en la que las mujeres dejan mágicamente de existir, de protagonizar historias, porque, sencillamente, ya no son dignas de ello. ¿A qué edad deja una mujer de ser interesante?

¿Tú has pensado en tu madre? Fíjate si tenemos ya confianza que hasta te miento a la madre. Pero te voy a mentar hasta a la abuela, y no subo más por tu árbol genealógico porque, bueno no sé si somos tan amigas, así que me quedo ahí.

¿A ti te parece que tu madre es divertida? ¿Tu abuela lo es? A mí me pasa que, para responder a esto, pienso en cuando eran jóvenes, pienso: «Bueno, seguro que, con veinte años, mi abuela se pegaba sus buenos bailes. Y mi madre, de joven, salía los sábados». A menudo le pedimos al mundo una piedad que ni nosotras mismas tenemos. ¿Se puede ser divertida cuando ya no se es canónicamente joven?

La respuesta es que no. Que no te engañen, no vas a ser divertida cuando ya no estés en edad de merecer, pero porque el mundo no te va a dejar. O tienes las carnes prietas o te vas para casa, y no molestes, que está la calle llena de viejas.

Si tienes carne interesante que mostrarle al mundo, bienvenida seas a las plazas y los parques de la primavera en flor; de lo contrario, eres una vieja con paraguas que corre apresurada al colmado de la esquina calculando los tiempos para que no se le peguen las lentejas. No vas a ser interesante porque quienes deciden lo que interesa no te van a hacer ni caso, y quienes consumen lo que interesa no van a tener tiempo de girar sus cabezas para ver las cosas que haces. Hacia esa realidad viajamos todas. Ahora, en este momento, estamos viajando hacia allí.

Es lo mismo que pasa cuando te preguntas qué fue de tal actriz, con lo mona que era, que dejó de salir en la tele y de hacer películas. No, no «dejó» de hacer nada, es que su viaje hacia la irrelevancia terminó, ha llegado a destino. Si tenemos algún papel de madre coraje, o de abuela, ya la llamaremos, muchas gracias por todo.

Nosotras no decidimos qué es interesante, ni poseemos medios de comunicación, pero sí que tenemos cierta fuerza como consumidoras, y es muy aconsejable que la ejerzamos de vez en cuando. Que giremos la cabeza para mirar a Ana, la protagonista que se ha inventado Mar del Olmo, y que podría ser tu madre, quizá tu abuela… O incluso tú misma.

Esa superheroína de la vida cotidiana a la que le pasan cosas como que nadie la espere en casa con ilusión por recibirla, o que demuestra que Batman tenía mucha suerte de no tener por villanos a dos hijos adolescentes, que pueden ser bastante más crueles que el Joker recién salido de Arkham.

Se trata, en definitiva, de derribar una barrera más de la vida. Estamos haciendo todo lo posible para visibilizar a la mujer en la literatura, ¿seremos capaces de hacer lo mismo con la mujer madura? Porque, si podemos, después vendrán la mujer rural, la mujer que no recibió formación, la mujer con diversidad funcional… Después vendrán todas las que aún faltan.

Eva Fraile, La Reina Lectora.