Hicimos galletas en forma de pene y se las comió la abuela

Seguro que os ha ocurrido eso de reencontraros con una amiga de hace siglos y que parezca que no ha pasado el tiempo. Pues eso mismo me pasó con la protagonista de esta historia.

Todo empezó en la óptica de mi calle. Habían terminado las clases y había vuelto de la uni para pasar el verano con mi familia, cargada de maletas y dioptrías. Mientras me probaba gafas, una chica se me acercó para decirme que me quedaban muy bien esas de pasta. “¡Pero bueno, Lucía, cuánto tiempo!” No era ninguna desconocida, era una amiga de la infancia a la que llevaba muchos años sin ver. Nos hizo una ilusión tremenda el reencuentro y me dijo de quedar ese mismo fin de semana para ponernos al día.

El viernes por la tarde la llamé para confirmar y me dijo que sí, que el plan seguía en pie, pero que una amiga suya de otra ciudad se había plantado por sorpresa a pasar el finde con ella, que si no me importaba, que sería un plan solo de chicas, nosotras tres y su hermana. Le dije que sí, porque el plan pintaba muy guay y con el buen rollo que transmitía Lucía seguro que la amiga era una tía guay también. Y lo era. 

Me planté en su casa, me presentó a su amiga y su hermana que tenía antojo de galletas caseras y nos acabó convenciendo para ayudarla. Allí nos pusimos las cuatro a cocinar y a contarnos nuestras vidas y acabamos sacando cervezas, picoteo… vamos que nos acoplamos bien en la casa. Tengo que decir que ese momento estábamos solas, porque los padres se habían ido a la casa de la playa, así que el plan de salir nos dejó de apetecer y preferimos apalancarnos, pedir pizzas y hacer galletas.

Cuando ya tuvimos la masa lista, Lucía cogió el típico molde de círculo, pero le dijimos que eso era muy soso y le dijimos que ella era otra sosa, a lo que nos contestó: “Sí… claro… ¡Una polla!” En ese instante nos miramos y empezamos a reírnos: sí, nos pusimos a hacer galletas en forma de pene. Además, eran de diferentes formas, tamaños, morfológicamente dispares… todo muy inclusivo. Temíamos que tras hornearse perdieran su forma original, pero salvo dos o tres, quedaron bastante bien, muy realistas.

Aquella noche cenamos el picoteo de casa, las pizzas y de postre pollas con trocitos de chocolate. Sobraron bastantes, porque nos salieron unas pollas contundentes, la verdad, y después de todo lo que habíamos comido no nos entraba nada más. Guardamos las sobrantes en un táper y acabamos durmiendo todas allí, porque lo que empezó en una simple cena de amigas acabó convirtiéndose en fiesta del pijama. 

Como decía antes, los padres no estaban, así que estábamos a nuestras anchas, pero se nos había escapado un elemento importante de la ecuación: la abuela de Lucía.

Los padres habían acordado con la abuela que el sábado por la mañana se pasara por sorpresa para comprobar que sus hijas no la liaban mucho. No tengo claro los antecedentes de mis colegas, pero en el pasado habían montado fiestas sin permiso. Total, a las diez y pico de la mañana, la abuela entró con su llave, tipo Concha de Aquí no hay quien viva. Nos despertó porque empezó a trastear en la cocina, y Lucía y yo que dormíamos juntas, nos fuimos para allá a ver qué pasaba.

La abuela parecía satisfecha porque salvo las cajas de las pizzas y cuatro tonterías que había por medio, la casa estaba de una pieza, así que la señora decidió que se quedaba a desayunar. Cuando aparecimos por allí, un poco resacosas, hicimos café para todas y nos quedamos a hablar un rato con ella. Buscando galletas en la despensa, la abuela encontró el táper de las nuestras. No se lo pensó. Cogió un pene gordo con los huevos también gordos y se lo metió en la boca prácticamente de un solo bocado. Lucía y yo nos miramos y nos entró la risa. La abuela, aún masticando:

― ¿Qué pasa hijas? ¿Qué os ha hecho tanta gracia?

― A ver, abuela… cómo decírtelo… que a la Noe se le antojó galletas y bebimos un poquito y al final… Abuela, te acabas de comer un pene.

Se hizo un silencio muy incómodo en lo que la abuela terminaba de comerse la galleta, nos miró muy seria y nos dijo:

― Ya lo sé, hija. Soy vieja, pero no tonta. Ni que fuera el primero que me como y a saber si será el último. Dame más de esto, que está buenísimo.

En serio, de mayor quiero ser como ella. Desde aquel día me declaro fan de Queen, de Lady Gaga, pero sobre todo, de la abuela de Lucía, que se comió la galleta en forma de pene más gorda de todo el táper.

Ele Mandarina