Yo no sé vosotras pero en mi época escolar era de las que a finales de agosto ya estaba hasta las narices del verano, las vacaciones y de rascarme la barriga a dos manos. Sobra decir que pocos días después del regreso a clase volvía a desear esa rutina del no hacer nada, pero ya sabéis, el inconformismo por bandera.

Y es que la vuelta al cole era una soberana maravilla. Claro que tenía amigas que ya desde antes incluso de pisar el colegio o el instituto ya lloraban por las esquinas. ¡Qué poco aguante! Con lo que molaba eso de imaginarte cómo sería el nuevo curso, los líos en clase o simplemente el sentirte un año mayor que el resto. Ay… con qué poquito nos conformábamos algunas.

Había un millón de detalles que convertían al mes septiembre y el regreso a clase casi en el momentazo del año. Si es que hasta me emociono al recordarlo, a ver si a vosotras también os suenan algunos de estos acontecimientos.

Comprar los libros nuevos… ¡y olerlos sin parar!

Era como lo mejor de empezar curso, hacerte con toda aquella montaña de libros del nuevo curso y echarles esa primera visual. Sonaba a algo así como si un ser supremo te susurrara ‘mira hija, esto es todo lo que aprenderás durante los próximos meses‘. Por el bien de la economía familiar, al menos en mi caso, muchas veces eran libros heredados y por lo tanto nos tocaba pasar goma de borrar allí donde había ejercicios ya resueltos, pero la emoción era la misma. ¿Y el olor? Ay ese olor a tinta y papel nuevecito…

Las promesas del nuevo curso

Si como yo pecáis de ser demasiado exigentes con vosotras mismas, esto os sonará un montón. Empieza el curso, casi no has tenido la primera clase, pero ya te estás imponiendo metas o propósitos que muy probablemente te saltarás a la primera de cambio. ‘Este año juro ir a cada uno de los entrenamientos de basket‘, ‘voy a llevar todo al día‘, ‘no pienso bajar de un 8 en ningún examen‘… Claro claro, amiga, si lo importante es la intención.

¿Están ya las listas de clase?

Cada instituto era un mundo, pero al menos en mi caso uno de los mejores momentos previos al primer día del curso era echarle una visual a las listas. Las colgaban en el patio, en un gran tablón de anuncios, y eran una maravilla. Ya no solo por ver con quién ibas a vivir codo con codo los próximos meses sino también por darle al cotilleo sobre posibles nuevas incorporaciones. Brutal fue el año en el que tras revisar el listado de rigor fui consciente de que me quedaba totalmente separada de todas mis amigas y rodeada de un 80% de nuevos compañeros, mi cara fue un puro poema.

La fiebre del material escolar

Si a mis 35 años sigo adorando entrar en una librería y me vuelvo loca con todo lo que tenga que ver con bolígrafos, rotuladores, gomas de borrar… ¡cuál sería mi emoción con 11-12 años! En casa éramos tres hermanas en plena edad escolar así que mis padres marcaban límites de gasto. Mochilas, estuches, bolígrafos, libretas y esa flauta que madremíadelamorhermoso qué terror de sonido. Cada año tirábamos por una dinámica distinta pero al menos éramos fieles durante todo el curso, el año que nos daba por el boli bic cristal era cristal hasta el próximo verano.

Forrar o no forrar, esa es la cuestión

En mi casa se forraba cada libro, todos, hasta el workbook de inglés. Eran las manos expertas de mi tía las que se pasaban una tarde entera dándole al forro sin dejar ni una sola burbuja por el camino. Nosotras la mirábamos allí, agarrada a su paño y cagándose veinte veces en el forro de las narices. ¡Pero qué felices nos hacía! Brutal fue el año que mi hermana y yo decidimos que éramos mayorcitas y que además del forro transparente queríamos añadir fotos de tíos buenorros en cada portada. Un curso entero con la fotografía de Morientes ocupando el frontal de mi libro de Lengua mientras Ricky Martin se hacía cargo de la de Música ¡qué recuerdos!

Quejarte del horario nada más verlo

El primer día de clase era, como decían muchos profesores, esa toma de contacto. Entrar en clase, saludar al tutor o tutora y hacer una visual de cómo sería el curso. Podía sentirse, podía notarse, normalmente según cómo fuera esa primera impresión podrías entender cómo irían las cosas. Después llegaba el temido horario y, como no, las quejas. ¿Pero a quién se le ocurre plantarnos una clase de Filosofía un viernes a las 13:00? ¿Gimnasia los lunes a las 8:30, quieren matarnos? Cambio mis lunes de visita al banco y papeleos por todas las clases de gimnasia de la ESO, ¿dónde firmo?

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Fotografía de portada