El cuento de Disney nos lo sabíamos más que de memoria: princesa en apuros, príncipe salvador, final feliz. Quizás por eso, cuando Shrek llegó a los cines (allá por 2001, amigas, que han pasado DIECISÉIS AÑAZOS) nos dejó a todos flipándolo a tope. Porque Shrek se servía de todos los cuentos clásicos que conocíamos al dedillo para darles una divertidísima vuelta de tuerca y contarnos algo que nunca habríamos imaginado: la historia de una princesa que prefiere ser «fea».

La princesa Fiona es la heredera del reino de Muy muy lejano. Es una tía supermaja, pero la pobre tiene una maldición encima que le ha arruinado la vida. Resulta que cuando se pone el sol, la bella y cintura-de-avispa Fiona se convierte en una ogra. Verde y gorda, lo peor que podría pasarle a una princesa. Por eso, y para protegerla, por su bien (¿os suena esto?) sus padres han decidido que lo mejor que pueden hacer es tenerla encerrada en una torre.

Por las típicas movidas de película de enredos que no os voy a explicar, si lo queréis saber veis la peli, Shrek acaba rescatándola de la torre en la que ha estado encerrada y empieza a darse cuenta de que ella no es una princesa como las demás. Ella tiene personalidad, carácter, es valiente, y va a luchar todo lo que pueda por no rendirse a su destino.

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Su destino era ser la bella mujer de un príncipe bastante maquiavélico que solo la quería por su reino. Ser «bella», cumplir con el ideal de belleza que la sociedad espera de ella, dejar de ser un ogro cuando se rompa el hechizo después de recibir su primer beso de amor y vivir feliz para siempre. Pero ella pasa total, por eso es la verdadera princesa body positive.

Cuando Fiona se enamora de Shrek (oh dios mío, se ha enamorado de un ogro) «empiezan los problemas». Si es que no era un problema el vivir encerrada en una torre por fea, claro. Fiona tendrá que enfrentarse a toda su familia (y, en la siguiente película, a todo su reino) solamente por ser aceptada. Pero ella lo hará, por supuesto, porque le sobran ovarios. Porque sabe lo que quiere y no va a dejar que nadie, ni su familia siquiera, se lo prohíba. 

He ahí la clave de este personaje, la lección más importante que puede darnos Fiona: ella es una mujer segura de sí misma. Pese a tener «lo que la sociedad considera un problema», ella se remanga las faldas, lucha, planta cara y defiende sus ideales por encima de todo y de todos.

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Y si se ha enamorado de un ogro, pues os jodéis. Y si no os gusta, pues no miréis. Por primera vez en un cuento de princesas se da a entender que «los malos» son toda esa gente que va de coleguita contigo o que expresa en voz alta lo mucho que te quiere… pero se opone a tu felicidad.

La guinda a este pastel la pondrá el maravilloso final de la primera película. Fiona quiere a Shrek, y cuando ellos se dan el primer beso de amor… ¡¡el hechizo se rompe!! Pero se rompe «del revés». Vamos, que si lo esperable era que la princesa se quedase «guapa», nuestra Fiona, la princesa a la que le importan las tonterías superficiales un buen cagao, va a adoptar la apariencia de ogra PARA SIEMPRE. Teniendo la oporutnidad de ser delgadita, rubita y pequeñita, el amor transforma a Fiona convirtiéndola en algo bastante contrario a la imagen de princesa de cuento que cualquiera pudiéramos tener. ¿Y sabéis qué? Que ella, tan contenta.

Fiona nos da la lección definitiva: no importa mi apariencia, lo que importa es que soy feliz, que he conseguido lo que quería. Y todavía hay gente que a día de hoy, dieciséis años después de que Fiona viniera al mundo, le sigue pidiendo a Disney una princesa gorda o una princesa body positive. ¡Pasad de Disney, ya nos la dio DreamWorks!

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Todas las imágenes de este artículo pertenecen a Dreamworks.