Durante los últimos años de mi veintena me resigné a irme acercando de forma inevitable a los temidos 30. El segundo cambio de década de mi vida… Pero a diferencia de la euforia que me supuso pasar de los 19 a los 20, cuando  entré en la treintena parecía que me había caído una losa encima. Como si llevase una mochila a la espalda y de repente al cumplir los 30 el peso se hubiese multiplicado… ¡Un tercio de vida!

Además todo el mundo se empeñó en recordarme muchas cosas a todas horas: “ya te tienes que ir cuidando la piel para prevenir las arrugas”, “¿y la boda?”, “se te va a pasar el arroz (esa “maravillosa” expresión que desde que SOS sacó el arroz que no se pasa se podría ir extinguiendo de la comunicación social)”, “ya no tienes edad para hacer botellón/tirarte en un césped a pasar el rato”, “eso no te pega, ya no eres una niña”, “ojo con las resacas que ya tienes una edad”… ¡Pero bueno! Al final iba a ser verdad que los 30 iban a pesar, sí… Joder ¿y así? ¿sin manual, ni nada?

Entonces mi cabeza se reveló y se convenció a sí misma de que “los 30 eran los nuevos 20” y así me lo puse de lema por la vida. Me convencí e intenté que todo mi entorno conociese esta nueva perspectiva vital.

Pero los 30 avanzaron… Y me compré cremas, serum antiarrugas y mascarillas, y los empecé a usar religiosamente. Y de repente empecé a sentir que tenía que dar un paso más con mi chico porque ya llevábamos años siendo novios y habría que dar un paso más… Y ya no hacía botellón, solo iba a garitos y tomaba copas “de calidad”, y las resacas me duraban dos días en vez de una mañana como antes. Y salía más de vinos por el día que de cubatas por la noche…

Pero amigas, un día me di cuenta de que entrando en los 31 esto era como un guion establecido, y como los 30 eran los nuevos 20, me uní a algún botellón, salía siguiendo la moda teneeager con vaqueros remangados y zapatillas deportivas súper cómodas, y me comía mis resacas de dos días con ibuprofeno, y seguía viajando con mi pareja como dos locos que se les iba a acabar la vida mañana…

 

Y caí en la cuenta de que estaba equivocada. Los 30 no son los nuevos 20. Los 30 son mejores que los 20, porque tengo una madurez inherente a las vivencias que he tenido pero no elijo en base a mi edad, sino a la madurez y seguridad que me han dado los 30.  Y me echo cremas por el placer de sentir mi piel fresca y suave, no por el miedo a las arrugas. Y salgo de vinos, y de cervezas, y disfruto del día, pero los días que se tercia liarse hasta las mil soy la primera en disfrutar del día y la noche…

Y hago botellón si es el plan y si no tomo copas de “calidad” en garitos porque tengo la opción de elegir y ya no es imprescindible hacer botellón por ir pelada de pasta. Me tiro en un césped a ver el atardecer si me apetece, no solo por salir de casa de mis padres para estar con mis amigos, porque ahora si te quieres juntar con ellos también os podéis juntar en vuestras casas… Y bailo sin miedo al ridículo, porque bailo para divertirme, no para seducir o quedar bien. Y me visto como quiero por gustarme a mí misma, y no de una forma determinada para “encajar socialmente” en esas modas veinteañeras… 

Y disfruto de la vida con mi pareja guiándonos por lo que nos pide el cuerpo, no por lo que la gente se empeñe en decirnos que debemos hacer.

Así que sí, los 30 son mejores que los 20, porque son los 20 con la posibilidad de elegir y la pérdida de la vergüenza veinteañera.

 

SylPompon