Soy hija de padres separados, hermana de un hombre divorciado y tengo varias amistades que han pasado por un divorcio. Cuando mi novio y yo decidimos casarnos, una parte de mí era más que consciente de que, nos guste o no, la mayoría de los matrimonios no son para toda la vida. La gente cambia, las circunstancias y las experiencias nos afectan y los sentimientos no se pueden controlar. Así que, el día que nos dijimos sí quiero, yo lo hice muy convencida de que quería hacerlo. Aun a sabiendas de que lo nuestro podría no ser tan para siempre como nos habíamos jurado.

Si bien es cierto que, una parte de mí, lo hizo aferrada a que nosotros fuéramos diferentes. Que moriríamos viejitos y felices, descansando en la cama que compartiríamos hasta el final. Está claro que, si no pensara que nuestra relación tenía un gran futuro por delante, nunca me habría casado con él.

Por otro lado, entiendo que todo el mundo se casa con ese pensamiento en mente ¿no? Que la muerte será lo único que nos separe. Además, nosotros estábamos muy bien. Tal vez en nuestro mejor momento. Desde luego a mí me lo parecía. No podíamos ser más felices juntos, las cosas nos iban bien. Habíamos superado varios baches en el pasado, pero todo nos iba mucho mejor desde hacía tiempo. Nos casábamos con ganas de aumentar la familia y de cumplir sueños que llevábamos años aparcando.

Así que lo organizamos todo, tuvimos una boda fantástica y nos fuimos de viaje un par de días después. Creo que no miento si digo que lo que más ilusión nos hacía era la Luna de miel, francamente. Como ya convivíamos y teníamos el piso montado, pudimos permitirnos destinar gran parte de nuestro presupuesto al viaje. Sabíamos que era posible que nunca más estuviésemos dispuestos a hacer semejante gasto en unas vacaciones. De modo que tiramos la casa por la ventana y contratamos un paquete de ensueño a Australia y Nueva Zelanda.

 

Me dejó en la Luna de miel

 

Y los dos primeros días de viaje, en Sydney, estuvimos muy bien. Fue al llegar a Cairns cuando tuvimos nuestro primer rifirrafe. El primero de varios… Discutimos porque él creía que había sido un error no contratar la excursión al Monte Uluru. Porque el hotel que seleccionamos en Melbourne era demasiado caro. Porque quise seguir durmiendo y nos perdimos el desayuno buffet. Y, si no recuerdo mal, también porque aquella llamada a mis padres era totalmente innecesaria. Es decir, discutíamos por todo. Nos pasamos varios días sin apenas hablarnos más que para reprocharnos alguna estupidez. Entonces viajamos a Nueva Zelanda y, la primera noche allí, me soltó que habíamos cometido un error. Bueno, que al menos él lo había cometido.

Yo, que no entendía nada, creía que nos estaba sentando muy mal el cambio de hemisferio, el jet lag o lo que fuera. Pero él lo tenía clarísimo. Tan claro, que me dejó en la Luna de miel. Rompió conmigo como si tan solo lleváramos saliendo unas semanas. Como si no acabáramos de casarnos después de meses de planificación, siete años de relación y tres de convivencia.

Y encima pretendía seguir con las vacaciones, ya que estaba todo pagado y ya estábamos allí. Tuve incluso que escucharle decir que rompía conmigo así porque no quería tenerme engañada ni mantenerme en una burbuja que no era real. Pero que no teníamos por qué renunciar al resto del viaje.

Me dijo que podíamos seguir siendo amigos, en Nueva Zelanda y en España. Aunque solo eso, porque se había equivocado al seguir adelante con la boda. Por lo visto, llevaba mucho tiempo con dudas. Y, como me quería tanto (como amiga), lo había estado intentando hasta el final. Sin darse cuenta del tremendo error hasta que el mal ya estuvo hecho. De verdad que no miento cuando digo que era consciente de que podíamos acabar separándonos. Lo que no creo que nadie se espere jamás, es que tu recién estrenado marido te deje en pleno viaje de novios. Yo no, por descontadísimo que no. No solo me rompió el corazón, es que encima me quería morir de vergüenza, joder. Debimos de batir algún récord.

 

No me lo creía todavía cuando adelantamos el regreso, volvimos a casa y, en lugar de deshacer la maleta, lo que hizo fue hacerse otra a mayores. Desde entonces solo nos hemos visto en las contadas ocasiones que ha requerido disolver nuestro fugaz matrimonio.

 

 

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la experiencia real de una lectora.

 

Imagen destacada