Hola. Me llamo Isabel, tengo 47 años y acabo de divorciarme.

 

Este es el momento en el que todas pensáis “hola, Isabel” como si estuviésemos en un grupo de apoyo a solteras mayores de 40 que siguen estando buenísimas y quieren disfrutar de la vida. ¿Sabéis que nombre se me ocurre para este grupo? El aquelarre. Suena potente, ¿verdad?

Me voy por las ramas, amiguis. Sí, me he divorciado de mi señor exmarido. A ver, no es un drama. Él es un gran hombre. Si queréis os lo presento. Es guapo, divertido, cariñoso, amable e inteligente. Un partidazo.

Entonces, ¿qué narices ha pasado para que acabemos así? Pues la vida.

Nos dimos cuenta de que nos queríamos muy mucho, pero que parecíamos más compañeros de piso que otra cosa. Para algunos hemos dado un paso atrás: de pareja a amigos. Para mí ha sido un paso adelante, la decisión más sana que podíamos tomar. Por eso era súper necesario dar una fiesta.

Como el divorcio era de mutuo acuerdo y no había ninguna movida, la cosa fue rápida. Y ahí estábamos nosotros, en el cumpleaños de mi madre cenando con la familia y explicándoles que después de 15 años juntos ya no íbamos a dormir en la misma cama.

Al principio todos decían “que no, que es una mala racha, que estáis hechos el uno para el otro”, pero nosotros sabíamos que no, que se había acabado un ciclo. Nos sentíamos liberados. Irónicamente lo pasó peor la gente de nuestro alrededor que nosotros.

Como nuestra historia fue MUY bonita y jamás nos faltó cariño en el hogar, decidimos dar una fiesta. Invitamos a mi hermano y mi cuñada, sus amigos del trabajo, mi grupo de amigas de la universidad… En resumen, la gente que estaba en nuestro círculo más cercano. Ellos estaban emocionadísimos porque se pensaban que íbamos a contarles que habíamos decidido intentarlo otra vez.

Y con una copa de vino en mi mano y una jarra de cerveza en la suya dimos la gran noticia:

“YA NOS HEMOS DIVORCIADO.”

Para mí esto ha sido tan sencillo y cómodo, también influye que no hubiese niños de por medio. Nuestros amigos y familia todavía están asimilándolo. Mi expareja está feliz, y yo no me puedo alegrar más por él. Es mi mejor amigo y durante mucho tiempo ha sido mi compañero de vida. Ahora tengo que aprender a vivir en soledad, a ser independiente, a disfrutar de mi propia compañía.

Hay personas que entran en nuestra vida y la marcan por completo. Que llenan nuestro corazón de amor, de respeto y de alegría. Guardadlas cerca, cuando hay ese vínculo las etiquetas sobran.

 

ISabel C.