Tomar la decisión de romper mi matrimonio no fue fácil. No creo que lo sea en ningún caso, ni siquiera cuando es de mutuo acuerdo. Yo tuve que decidirlo sola, porque mi marido no quería asumir que no estábamos bien ni lo íbamos a volver a estar. Pese a que era así de sencillo, él se negaba. No puedo saber qué sentía ni siente él, solo sé que no es amor. Y yo tampoco, porque en algún momento que no puedo precisar, lo que parecía amor se transformó en costumbre y en miedo a estar sola. Por otro lado, mi ex ahora puede decir misa, pero si a esas alturas de la relación todavía estaba enamorado de mí, lo disimulaba muy bien.

Sin embargo, lo que sí disimulamos los dos de cara a la galería, fue lo mal que nos iba juntos. Por tanto, nuestro entorno alucinó cuando saltó la noticia de que nos estábamos separando.

Me divorcié y mis propios padres se posicionaron con mi exmarido
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Los que más fliparon fueron, de hecho, los más cercanos. Nuestros padres, hermanos y sus respectivas parejas no lo habían visto venir. Cosa que puedo entender, es una sorpresa desagradable. A nadie le gusta que una pareja consolidada se rompa. No obstante, entiendo que esa debería ser la impresión inicial. Si luego hablas con los implicados, te explican que no tenía sentido mantener una farsa que apenas se sostenía, y que están mejor yendo cada uno por su lado… Yo creo que ya se te pasa la conmoción y lo aceptas sin más. ¿No?

Pues mis padres no lo aceptaron. Después de muchos meses de pasarlo mal y de lidiar con un montón de mierda, me divorcié y mis propios padres se posicionaron con mi exmarido.

Lo cual, francamente, me sienta como una patada en el estómago.

Me joroba un montón que se hayan creído las patrañas de su exyerno, ese que siempre hizo el papel de marido del año delante de ellos. Pero también ese que se inventaba excusas para para no ir a las comidas con mi familia. O para marcharse en cuanto se terminaba el postre. Le creen cuando les dice que ha luchado mucho por lo nuestro, pero que es cosa de dos y yo no he puesto de mi parte. Les ha colado que estoy pasando por una especie de crisis de los cuarenta o algo así. Que estoy quemando ahora etapas que no quemé cuando correspondía. Les ha dejado caer que lo único que pretendo es salir y follar todo lo que no follé durante los años que estuvimos juntos. Espero que no con esas mismas palabras. Aunque, para el caso, sería lo mismo.

Porque, como resultado, tengo a mis padres comiéndome el coco cada vez que los voy a ver. Mi madre me llama cada dos o tres días para preguntarme si ya he recapacitado. Mi padre me habla de él cada vez que tiene ocasión. Me cuenta lo mal que está el pobrecito, lo triste que lo ve cuando se pasa por la cafetería que regentan mis padres, a la que ya no voy porque el tío se pasa por allí día sí, día también.

 

Hasta ahora yo he ido capeando el temporal y manteniendo la boca cerrada porque no quería que se preocuparan por mí ni que lo pasaran mal. Pero, en vista del éxito, creo que ya ha llegado el momento de ponerles al corriente de mi versión de los hechos.

Y espero que cambien de actitud, porque la suya empieza a doler. Y mucho.

 

Anónimo

 

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