Ola de calor en pleno agosto y decido irme con desconocidos a un festival de música. Nadie diría que algo podría salir mal y menos sabiendo que soy una persona que tiende al desastre. En mi cabeza era espectacular; una semanita con desconocidos, evadiéndome de mis problemas y de un chico que me ha traído de cabeza los últimos meses con sus idas y venidas.

Veo un anuncio de que hay camas libres en un piso para ir a un festival al que he ido varias veces pero no contaba con ir este año porque mis amigos trabajan o directamente pasan. Vale, ni lo pienso. Le escribo a la chica, total, ¿voy por la música no? A malas saco comedia de todo esto. Me comenta que ella también va sola pero que van tres chicos aparte. Perfecto. De últimas se une una chica y su amigo. Total de desconocidos: 7.

Yo imaginándome de festival

Después de horas de bus llego al pueblo, me voy de cañas con la chica que organizó todo y al rato llegan los últimos en apuntarse. Cervezas y más cervezas. Las casi 5 de la mañana. Se me ocurre la fantástica idea de levantarnos en dos horas para hacer cola y pillar buenos sitios para el festival. Sincronizamos alarmas y a las 7 nos cagamos en todos los santos. Habiendo dormido 2 maravillosas horas, hacemos cola y menuda sorpresa: ¡éramos los primeros! Los siguientes en la cola fueron dos chicos muy salaos pero como a nosotros: “les faltaban jugadores” (en mi idioma es que faltan u horas de sueño o un espabile bueno) y como era de esperar nos hicimos amigos. Nos cuentan que no tienen donde dormir y a los 7 desconocidos se suman estos dos. Ya van 9 desconocidos en un piso de tres camas y un colchón hinchable. 

Hacemos compra como si fuera el día antes de una invasión zombie pero mal. Mal nivel que lo más sano de la compra era una bolsa de nachos. He tenido años de Universidad en los que he comido mejor. 

Una chica de este maravilloso grupo de desconocidos va y saca una bolsa en la que como poco había 40 condones, desde ese momento se convirtió en la optimista del grupo. Lo mejor de cada casa se había juntado en ese piso y como era de esperar eso tenía que explotar por algún lado. 

La primera noche resulta que uno de los nuevos integrantes me tiraba mucho la caña y llegó un punto de la noche que le vi atractivo nivel: venga va. Fue un poco brusco en una habitación con otras 2 personas hacer unos apaños (muy mal apañados la verdad) pero una se fue a dormir sus 2/3 horas bien contenta. Al día siguiente mi sorpresa fue descubrir que esa persona no sólo tenía pareja sino que su pareja estaba en el mismo festival. Estos dos últimos desconocidos se fueron con sus respectivas “amigas” según su parecer y volvimos a ser 7. Para mi en ese punto ya no éramos unos desconocidos porque cuando vas al baño con la puerta abierta ya es nivel hermandad. Las dos siguientes noches pasaron los típicos altercados de borrachera; que si unas discusiones fuertes por aquí, líos por allá… en realidad pasaron cosas muy raras para qué mentir.

Llega la última noche, la que yo llamo “la noche del fundido a negro”. Recuerdo estar en un concierto dándolo todo como si yo tuviera 16 años y estuviera haciendo algo ilegal. Se nos fue de las manos a tal nivel que yo necesitaba salir a fumar ya que dentro del recinto no se podía. Salgo acompañada por uno de los del piso con el que hice muy buenas migas. ¿Os acordáis que empecé contando la historia diciendo que quería ir sola para evadirme de mi vida y sobre todo de un chico? El destino no tenía los mismos planes que yo en mente. 

Allí estaba entre cientos de personas, él, esa persona que sin comerlo ni beberlo lo tenía presente allá donde fuera. Yo no sabía donde meterme pero lo peor de todo es que estaba con una chica. Mi corazón se rompió en pedacitos. Mantuve la entereza y con mis santos ovarios le fui a saludar. Con el orgullo herido pero siendo una bienqueda me vuelvo a meter en el festival. Cerveza y más cerveza. Fundido a negro. Recuerdo bailar, recuerdo querer ir al concierto que más ilusión me hacía, recuerdo ir sorteando gente a toda leche para coger buen sitio, recuerdo… recuerdo estar en el suelo muriéndome de dolor porque me había tragado el típico hormigón que sujeta las vallas. No podía ni llorar del dolor. Me traen hielo y piden que un enfermero venga a verme el pie.  Me llevan a la enfermería y allí estaba el chico más guapo del universo, me hace un apaño en el pie (que no es precisamente donde quería que me hiciera el apaño) y seguí dándolo todo porque a esas alturas de la noche ni sentía ni padecía. Fundido a negro otra vez y de repente el día siguiente. Había dormido en un colchón hinchable en el salón del piso, mi pie era del tamaño de mi cabeza pero la único que quería era un café y explicaciones de las horas antes. En total en los 4 días dormí unas 6 u 8 horas. Demasiado bien había salido la cosa para estos 27 años mal llevados.

No os penséis que me fui antes de tiempo no, me fui con el festival acabado porque ante todo soy una mujer de palabra. Con todo esto vengo a decir que recomiendo mucho vivir experiencias tanto solos como con personas desconocidas; aguantaron mis borracheras, lloreras y mi esguince repentino pero sobre todo me llevo muchas risas, situaciones incómodas y algún que otro teléfono. Eso sí, no se usó ni uno de los 40 y pico condones que tan positivamente esta chica (ahora amiga) había llevado con tan buena intención. 

Sandra Regidor