¿Sabéis estas veces en las que empieza una con la mosca detrás de la oreja pero no tiene ni pruebas ni motivos para sospechar nada? Pues algo así fue lo que me pasó a mí con mi ex, si bien es cierto que en esta ocasión me di de bruces con la prueba irrefutable de que me estaba poniendo una cornamenta que ni Rudolf el reno.

 

LLevaba poquito tiempo viviendo con mi novio de por aquel entonces, llamémosle Víctor. Víctor era abogado y nada más terminar los estudios entró en el despacho de un amigo de su madre, y si bien es cierto que entró un poco por enchufe, no tardó en empezar a crecer dentro de la empresa al ser tan trabajador y aplicado. Yo estaba orgullosísima de él, faltaría más, porque si algo le tengo que reconocer es que era realmente un apasionado del Derecho y aprovechaba la más mínima oportunidad de aprender y formarse.

Un par de años después de que él entrase en el despacho contrataron a una chica, Laura, a la que yo conocía de tiempo atrás al tener amistades en común. Víctor y Laura hicieron buenas migas rápido y yo me alegré, ya que la chica a mí también me caía bien y de vez en cuando quedábamos con ella para tomar algo; además, casi todos los amigos de mi chico llevaban tiempo viviendo y trabajando fuera y a mí me hacía feliz ver que socializaba con alguien sin necesidad de que se lo presentase yo.

Sin embargo, con el tiempo me empecé a mosquear por ciertas actitudes: lo primero que noté fue que Laura se rebotaba si no era el centro de atención, especialmente si no era el centro de la atención masculina. Al principio pensé que tal vez fuera de esas chicas que, a menudo inconscientemente, necesitan la aprobación masculina constantemente y bueno, lo dejé pasar; sin embargo me fui dando cuenta de que cuando realmente parecía molesta (hasta el punto de hacer bomba de humo y desaparecer sin avisar) era cuando mi chico tenía algún gesto cariñoso conmigo, como abrazarme para bailar si estábamos de fiesta o cosas así.

De todos modos seguí sin darle mayor importancia, no era problema mío que le atrajese mi chico o que incluso estuviera enamorada de él siempre y cuando Víctor no me mintiera, ya que siempre habíamos sido conscientes de que los sentimientos de una persona pueden cambiar y teníamos acordado que si eso llegaba a pasar, seríamos sinceros el uno con el otro. El problema llegó cuando empecé a ver cambios en la actitud de Víctor: no se le caía el nombre de Laura de la boca, todo lo que hacía y decía Laura era lo mejor, si estábamos por ahí con más gente y Laura quería irse era siempre él el que la acompañaba al coche o al portal aunque estuviese allí al lado, y lo peor, al menos para mí, llegó cuando me venía contando cosas como si fueran novedades cuando igual yo le había contado eso mismo el día anterior. Por mencionar dos ejemplos tontos, una vez quise sacarle la carta natal por las risas y no me hizo ni caso pero vino loco de contento a los pocos días a enseñarme la carta natal que le había sacado Laura; en otra ocasión me ‘’descubrió’’ un grupo que ella le había mostrado cuando unos días antes había sonado en mi móvil una canción de ese mismo grupo y me había preguntado que qué era eso con cara de desagrado.

Vamos, que tenía delante mil y una señales de que a Víctor le estaba empezando a gustar Laura, pero nada que me pudiera hacer creer que realmente había algo entre ellos; si quedaban a tomar algo después del trabajo, Víctor me lo contaba, igual que me contaba si iba a ir a cenar con ella y más compañeros del trabajo o que compartía conmigo anécdotas en el trabajo con total transparencia. Por eso traté de no hacer caso a mis sospechas y lo dejé pasar, excusándolo en que igual Víctor estaba tan a tope con ella porque era la primera vez en muchos años que tenía cerca a una persona amiga, que no fuese su pareja o un amigo de su pareja. Además tampoco me podía quejar, él seguía siendo conmigo tan atento y cariñoso como siempre, nuestra relación iba viento en popa y no tenía ningún motivo fundamentado para creer que me estuviera siendo infiel.

Y fue cuando más confiada estaba cuando me lo encontré de frente.

El despacho en el que trabajaba Víctor solía mandar mínimo dos veces al año a sus empleados a congresos, conferencias y formaciones, mandando por norma general a cada uno a eventos relacionados con la rama del Derecho en la que estuvieran especializados; por eso, cuando Víctor me dijo  que se iba unos días a Madrid a gastos pagados a un congreso sobre derechos humanos en el que se iban a abordar sobre todo temas como la inmigración, la trata de seres humanos y la vulnerabilidad de las personas migrantes no pude más que sentirme orgullosa de él y desear que lo disfrutase junto con sus compañeros de la misma rama, con quienes me había dicho que iba a asistir y con los que ya había ido en más ocasiones a eventos de ese tipo. Durante tres días me estuvo mandando fotos y contando anécdotas, me habló de las ponencias a las que había asistido, de la gente a la que estaba conociendo y de los reencuentros con gente a la que había conocido en otras ocasiones, incluso me contó un par de chorradas sobre los compañeros que se suponía que estaban con él; lo que no sabía era que yo había buscado la página web del evento, no por nada en particular, sino porque son temas que a mí también me interesan y quería buscar información. 

Y ya que estaba en la página web eché un vistazo a la galería de fotos del evento: casi todas eran de los conferenciantes, había algunas hechas al público asistente desde el escenario y unas pocas que mostraban los momentos de descanso, los corrillos que se formaban en la sala de catering o a la hora del café. Y ahí los vi: detrás de uno de los corrillos, completamente ajenos a la cámara y al fondo de la escena, Laura sonreía con una mano posada sobre la mejilla de Víctor mientras él la miraba con cara de tonto, los rostros a apenas un par de centímetros mientras él rodeaba su cintura con las manos. 

Vamos, como si estuvieran a punto de darse un beso.

Y yo, que me quedé con cara de gilipollas, que no sabía si ponerme furiosa, echarme a llorar o largarme de casa sin decir adiós, decidí que por mis santos ovarios este tío no iba a disfrutar tranquilo de los dos días que le quedaban, así que copié el link de la foto, se lo envié por whatsapp sin decirle nada más y esperé.

Poco rato después el teléfono empezó a echar humo: llamadas, mensajes ofreciéndome una explicación y más llamadas que no contesté: sabía que si le confrontaba en caliente yo me iba a poner furiosa o me iba a echar a llorar, él me iba a contar alguna excusa y muy probablemente yo en mi desesperación le iba a creer, así que cogí mi bolsa de deporte y me fui a la piscina a nadar un rato para desahogarme. 

Aquella misma noche se presentó en casa sin avisar. O bueno, igual sí que había avisado y yo ni me había enterado, porque había guardado el móvil en un cajón y me había puesto una peli tras llegar de la piscina para obligarme a mí misma a no mirarlo; sea como fuere, lo cierto es que yo no me esperaba verle hasta al menos al día siguiente, eso si no se quedaba los días que faltaban hasta que finalizara el evento.

Al principio me soltó las ya consabidas ‘’no es lo que parece’’, ‘’estás acusándome de algo muy grave en base a una foto borrosa’’, ‘’te empeñas en ver fantasmas donde no los hay’’ y vale, podía ser, por qué no. Sin embargo, la locuacidad se le acabó en cuanto le pregunté qué coño hacía esa chica en un congreso con una temática que no tenía nada que ver con la especialización que ella tenía: se puso colorado como un tomate, después completamente blanco, cogió sus cosas y se marchó, y si quien calla otorga, ese silencio fue más explicativo que todas sus excusas.

 

Estuve varios días sin saber de él, días en los que lloré muchísimo, le odié, me odié a mí misma por no haber sabido verlo antes, por no haber tenido la capacidad para pararlo a tiempo. No entendía qué había podido fallar entre nosotros, que tan claro habíamos tenido siempre que si aparecía alguien más en nuestra vida nos lo comunicaríamos antes de hacernos daño. Estuve tentada de llamarle y escribirle en muchas ocasiones, a veces para hacerle saber el daño que me estaba haciendo, a veces para tratar de hablar las cosas como personas adultas. Por suerte, mi entorno me ayudó a entender que era él quien había causado el daño, y por tanto, quien tenía que iniciar el acercamiento conmigo y no al revés.

 

Y así fue.

 

Cosa de una semana después me escribió y me propuso quedar para hablarlo con un café por medio, a lo que por supuesto acepté.

Cuando llegué, lo primero que hizo fue pedirme perdón, y por primera vez desde que todo había explotado sentí que fue sincero. Me contó que se había enamorado de Laura, que al principio sólo era una amiga pero que cuando se dio cuenta de que había algo más no supo cómo gestionarlo. Que efectivamente ella no pintaba nada en ese evento, pero que habían hablado y habían pensado que era una buena oportunidad para tratar de aclarar sus sentimientos, así que habían decidido irse juntos y ver qué pasaba. Me contó con cierto pudor que antes de esto ya se habían acostado un par de veces, como si a esas alturas de la película eso fuese lo más importante. Y lo mejor es que después de todo, después de engañarme, de destrozarme emocionalmente, de los días de dolor y de culpa que me había hecho pasar, me confesó, contra todo pronóstico, que se había enamorado de Laura pero que a quien seguía queriendo era a mí. Que esos días le habían servido para darse cuenta de que yo era su compañera de vida, de que quería seguir a mi lado y de que todo esto para Laura no era más que un juego.

Que qué le decía.

Y le dije que no. Que no podía perdonarle el que hubiera faltado a su palabra, que me hubiera engañado de forma tan premeditada como para planificar un viaje con la otra. ¿Qué habría pasado si yo no hubiera llegado a ver esa foto? Me había demostrado que nuestra relación le daba igual, que el daño que pudiera hacerme le daba aún más igual y que me cambiaría por cualquiera que le hiciera un poco de caso a la primera de cambio. Además, yo en esos días había ido pasando las distintas fases del duelo por la ruptura, porque sí, yo daba por hecho desde el momento en que había empezado a soltar excusas por la boca que nuestra relación terminaba ahí.

Me dijo que lo entendía, que era consciente de que lo había hecho todo mal y que sentía muchísimo haberlo destrozado todo y más por alguien como ella, como dando a entender que él era un pobre ingenuo que había sido manipulado por una mala mujer. Y mira, eso sí que no: ella no era ninguna santa, eso por descontado, pero quien me había puesto los cuernos había sido él. Así que le dije que razón de más, porque, ¿cómo podría confiar como pareja en alguien tan sumamente manipulable? Me levanté, le di la espalda y salí de la cafetería y de su vida para siempre, con el consuelo de cerrar una etapa muy dolorosa de una vez por todas y de saber que había sido capaz de vivir mis emociones sin dejarme arrastrar por ellas.

 

Relato escrito por Con1Eme basado en una historia REAL