Desde el primer momento, debí ver venir que esta cita acabaría siendo daliniana. El primer contacto, por escrito, ya me daba pistas de que el chico en cuestión no era una persona muy estable.  Sin embargo, era guapete y parecía simpático.

Yo, que me había descargado la aplicación hacía bastante poco después de un tiempo de sequía sentimental y era relativamente novata en ese tipo de citas, no di importancia a las rarezas del chaval (que eran muchas). Tampoco andaba buscando al hombre de mi vida, para seros sinceras, solo un poco de entretenimiento que me sacase de la monotonía del día a día en mi vida aburrida de treinteañera soltera y con todas mis amigas casadas y sus planes de café y niños incluidos.

 

 

El chaval era majo, no lo voy a negar. Lo fue desde el primer momento y lo fue en persona. Más raro que un perro verde, es cierto, pero majo.

 

 

Estas rarezas las demostró desde el primer momento:

Quedamos a tomar una cerveza en una terraza y me sentí muy cómoda a su lado.  Tenía temas de conversación, era gracioso y no parecía un imbécil integral. Y yo, a estas alturas, con poco como esto último me conformo, qué queréis que os diga.

Esa cerveza dio paso a otras, y luego a un paseo por la zona. Estábamos a gusto y se notaba que ninguno de los dos queríamos separarnos. Y después de unas horas de tonteo exagerado y sin que ninguno de los dos se atreviese a dar un paso más allá, al final decidí hacerlo yo y le invité a tomarnos la última en mi casa. Él no tardó ni un segundo en aceptar, con una sonrisa de oreja a oreja.

 

Meetic

 

Esa noche terminó bastante bien, acabamos en la cama y tengo que reconocer que demostró ser igual de agradable también dentro de ella que fuera.

Se acopló de mala manera y a mí me dio palo echarle, así que dejé que se quedase a dormir. Por la mañana, desayunamos, y mientras yo me duchaba y arreglaba él incluso se dedicó a fregar todos los cacharros.  Hasta se ofreció a bajar la basura y acercarme al trabajo en su coche.

Parecía el pretendiente perfecto. Y su comportamiento fue igual de perfecto hasta para cortar relación conmigo.

Un par de días después, me escribió para darme las gracias por la velada, para decirme lo maja que soy y lo que valgo y comunicarme que, desgraciadamente, no estaba interesado en continuar conociéndome por X motivos personales. Se excusaba y me pedía perdón por ello y no dejó de hacer hincapié en lo guapa, válida y llena de virtudes que era yo. El colmo de la corrección, vamos.

 

 

Pues nada. Me había encandilado con tanta aparente perfección, pero aún era pronto como para haberme hecho demasiadas ilusiones, así que -después de la primera decepción- seguí mi vida y, a otra cosa, mariposa.

No volví a saber de él hasta que apareció casi un año después, cuando menos lo esperaba…

Me llamó preguntándome si me acordaba de él y me invitó a tomar un café pues tenía algo muy importante que darme y contarme. Yo, aunque quería hacerme la interesante después de cómo cortó nuestras citas tiempo atrás, estaba demasiado intrigada y además emocionada, lo admito. ¡El caballero volvía a mí y además con sorpresas incluidas! ¿Qué tendría que decirme?

 

 

Cuando quedamos, él estaba todavía más guapo que un año antes. Volvió a disculparse por lo ocurrido anteriormente y noté que le costaba mirarme a los ojos. Su actitud no era tan decidida y segura de sí mismo como cuando nos conocimos. En seguida entendí por qué.

Después de dejarme claro que no estaba interesado en reanudar o volver a intentar nada, poco después fue directo al grano. Y, casi entre titubeos, echó mano a la mochila para sacar de ella un sobre que me dio directamente para que yo abriera.

¿Qué será, será? Me preguntaba yo. ¿A qué viene ahora hacerme un regalo, después de decirme que no quería nada conmigo?

Empezaba a sospechar que el chaval estaba más colgado de lo que había supuesto…

Cuando abrí el sobre, me costó entender nada.  Dentro había solamente un billete de 20 €. El pavo miraba al suelo, ruborizado.

Yo no sabía qué pensar y se me pasaron cosas muy malas por la cabeza… ¿Perdona? ¿20 € para qué? ¿Qué me estaba llamando? ¿Qué pretendía, contratar mis servicios? Y, en el insultante caso de que fuera así, ¿SE PENSABA QUE MI PRECIO SERÍAN SOLO 20 €?

 

 

El chaval, al darse cuenta de mi estupor, se dio cuenta de que yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Entonces, me lo contó:

Un año atrás, mientras yo me duchaba a la mañana siguiente de nuestra noche juntos, estuvo hurgando en mi bolso. Estaba en las peores condiciones económicas de su vida, y después de haber pagado parte de las rondas de la noche anterior, se había quedado absolutamente sin nada. Ni para coger el transporte público y volver a su casa le quedaba…

Se moría de vergüenza y no quiso decírmelo. Abrió mi monedero para coger alguna moneda sin que yo me diera cuenta y, sin saber por qué, se acabó llevando el billete de 20. Y ahora que estaba trabajando y en una situación económica normal, volvía a devolvérmelo pues, eso sí, era un fervor creyente y practicante religioso y no podía cargar permanentemente con esa culpa…

He de decir que, cuando todo ocurrió, yo iba bastante holgada económicamente y dentro de mi cartera había bastantes más billetes… De ahí que, sinceramente, ni me había dado cuenta ni había echado de menos ese.

Me quedé mirándole, patidifusa, y sin saber qué pensar. Por un lado, me daba pena y hasta ternurica. Por otro, no solo había desaparecido del mapa de la noche a la mañana sino que me había robado. Y, a pesar de todo, seguía pareciendo un gentleman encantador.

 

 

Su comportamiento era demasiado extraño como para fiarme de él. Me planteaba si sería un loco desalmado.

Así que, con la misma educación y amabilidad con la que él había venido a mí, le di las gracias y le dije que era muy loable y valiente su comportamiento.  Me guardé mi billete de 20 €, le di dos besos y le deseé que todo le fuera maravilloso en la vida.

Nunca más volví a saber nada más del chaval… pero espero que siga ganándose buen karma.