¡Dos Enantyum! ¡Dos me he tenido que tomar a lo largo del día! He sentido la música reggaetonera por mi cuerpo y me he marcado un perreo suelto hasta abajo con mi novio por el pasillo de casa mientras hacíamos las cosas del piso. Bueno, la verdad no ha sido tan hasta abajo, pero ahí me he quedado, con las lumbares cogidas con grititos de bichillo exaltado buscando la forma de ponerme derecha. Y me ha dado la risa tonta ante los ojos de mi partner. Porque hay que ver… ¡para lo que hemos quedado! Doblada por un par de dancing caseros y enganchada al cacharro de masaje mientras le pido a Alexa que pare la música (que la jodía me hace caso cuando le sale del higo). De repente he visto mi vida pasar, la vida del flow.

Desde mi tierna infancia comencé bailando flamenco.  A golpe de taconazos con tachuelas he aporreado y desfogado durante horas para suplicio de vecinos. Y aunque nunca ha sido mi género musical, siempre he pensado que era un buen comienzo para aprender a pisar fuerte por la vida hasta que me definiera. Pero a mí lo que me entusiasmaba era bailar Everybody de los Backstreet Boys en la calleja de casa con mis amigos. Teníamos un radiocasete de doble pletina, uno de los objetos más preciados que se podían tener. Grabábamos en una cinta virgen las canciones de moda que salían por la radio y desarrollamos una destreza alucinante para comenzar a grabar y cortar evitando los anuncios.

Los videoclips y las series teenager nos vendieron un concepto de fiestas de instituto, graduaciones y bailes estacionales, que en el mío ya os digo yo que no se hacían. Yo imaginaba mi vida como una película cual Street Dance, donde en un momento dado haríamos un corro y yo lo atravesaría dando una voltereta (es que a los trece años se me daban muy bien). Todo el mundo se quedaría alucinado y conocería a Nick Carter. Así del tirón. Seguro que me haría bailarina de su gira y se enamoraría de mí, obviamente.

Pero los años pasaban y lo más cerca que estuve de marcarme un Upa Dance fue en la época en la que se llevaron los calentadores (me encantaban os lo juro). Porque cuando ya pude salir a los ambientes de la noche e ir de pub me dio la bajona.  Recuerdo que me ricé el pelo, mi amiga me prestó una camiseta de lycra súper brillante, me monté en mis plataformas y entramos al local. Oscuridad, humo, gentío, música y mucho agarrar el vaso. Bueno, el vaso, el bolso, el abrigo, guardar el sitio…En fin, en mis fantasías de bailarina entregada no entraban esos pequeños inconvenientes. Pero bailábamos. Al principio cortadas con la típica frase de “es que no baila nadie”, pero luego nos íbamos soltando y nos olvidábamos de las vergüenzas.

Con los años íbamos ganando seguridad, y la verdad es que salir con amigas a las que les vaya el rollo del bailoteo es un pro. Recuerdo la vez que me fui al pueblo de una de ellas y aluciné en colores. Allí sí que tenían un ambiente de baile. En el último pub que estuvimos, hicimos nuestro propio corrillo donde nos dedicamos a pasar una frente a la otra haciendo giros en mitad de la pista. Nosotras lo recordamos muy épico…luego los que nos miraban no lo recuerdan igual…es cuestión de perspectiva, seguro que no estaban atentos.

Una vez nos fuimos a otra ciudad a pasar un finde, allí entramos a la discoteca más grande de moda. No olvidaré el arte de mi amiga marcándose un pedazo de baile sexy agarrada a una barandilla de madera…que se echó encima. Era de atrezo mal colocada. Dimos gracias de que no fuera una barra vertical porque conociéndonos la hubiéramos liado parda. El show debía continuar y nosotras habíamos ido a bailar.

Este año he echado mucho de menos la cena de empresa. Y es que para todos los compis es como agua de mayo en diciembre.  Esa noche cerramos antes, los que han tenido turno de cierre comienzan a arreglarse allí mismo. Es muy divertido, estamos nerviosos, ilusionados. Lejos de querer guardar formas al codearnos con nuestros jefes, esa noche no apostamos por la discreción. Nos engalanamos, brillamos como pavos reales, supongo que trabajar con uniforme todo el día hace que todo sea más llamativo. Y por fin, veinte años después, he encontrado un lugar donde se hacen realidad los duelos de baile (y dramas, por qué no decirlo…) de las series de instituto americanas. La cena de empresa. Pero ya sabemos que esta última no ha podido ser.

A veces siento que voy tarde a todo. La sociedad en la que vivimos me lo dice en cada serie, en cada película, en cada oferta de trabajo, en cada anuncio. Pero la música la hago mía, y mientras se van encerando las tarimas yo voy a ir bailando por mi pasillo, calentando estas lumbares. Imaginad que volvemos a la disco mañana y suena Everybody de los Backstreet Boys… ¿Yo? Yo suelto el vaso y doy la voltereta.