Vamos a jugar a un juego…

Hace poco una buena amiga me reprochaba que tenía mucha, demasiada ropa. Y que debía plantearme seriamente el nivel de consumo de trapos que llevo, por coherencia –siempre he sido crítica con la industria de la moda- y por supervivencia, ya que he tomado los armarios de toda mi casa, los de la casa de mi pueblo, y poco a poco conquisto armarios en casa de mi pareja también (y lo sabes). Mi padre, el pobre hombre, acumula todas sus pocas pertenencias calzoncilliles en un único cajón de la mesilla.

No me excuso: me gusta muchísimo comprar ropa, encuentro un placer enorme en hacerlo y algún día me construiré un vestidor más grande que La Moncloa donde viviré feliz. Pero no deja de ser un placer culpable cuando te paras a pensar las condiciones en que esa ropa se fabrica, se distribuye y también se comercializa, a través de la publicidad.  He buscado alternativas, y de hecho voy equilibrando mi faceta de locadelcoñodelaropa con mi Pepita Grilla interior.

Sin embargo lo que mi amiga no entendía es que no acumulo tanta ropa por gusto tanto como por necesidad: toda mi vida he engordado y adelgazado, he pasado de la dieta proteica más estricta a la época más compulsiva de cañas, tapas y cenas interminables. Conozco el método Natur House, Dukan, o Siken casi tan bien como la carta de los platos combinados del bar de mi pueblo. Y en ese vaivén he acumulado ropa que va de la 38 a la 58, y que puede caberme o caérseme en cuestión de pocos meses. C’est la vie, pero sobre eso y mis estrías ya os contaré en otro post.

La cuestión es que acumulo tallas y tallas, básicos y básicos negros –si amigas, de esos que hacen agujerillos con las pinzas de la ropa y son adquiridos por kilos en esa tienda sueca de cuyo nombre no quiero acordarme- vaqueros y vaqueros, parkas y parkas, amén de experimentos raros. Mis amigas vienen a vestirse para eventos de postín porque mi eclético armario puede vestir desde una punki desarraigada a la madrina de boda plus size más tradicional.

Cada pocos meses reorganizo el armario, apartando lo que de momento no me vale y poniendo en las primeras baldas lo del día a día. Esta tarde he emprendido la tarea de organizar la ropa de verano y he acumulado todos mis shorts en un montón. No hace demasiado que les uso, antes me producía un complejo enorme hacerlo, complejo con el que lucho y poco a poco, he de decir orgullosamente, voy ganando la batalla.

Así que he jugado a un juego, que vi hacer a un par de personas en internet: los he colocado todos en línea, para ver la diferencia en el tallaje. No es nada que no sepamos: las tallas de las tiendas son una broma pesada, una conspiración donde yo siempre me imagino a Karl Lagerfeld sentado al frente una mesa rodeado de banqueros con monóculo como el del Monopoly, riendo a carcajadas mientras dicen: “¡Las acomplejaremos a la vez que ahorraremos tela y costes de producción, que invertiremos en publicidad que les hará acomplejarse cada vez más y más, y comprarán y comprarán para acabar con su frustración! Muajajajaaj!” así hasta que algún día la talla 48 se haya extinguido de la faz de la tierra. Amén.

He aquí el resultado de mi juego, al que he titulado #TuTallaMeEstalla:

(Vamos de arriba abajo):

  1. Shorts vintage (eran de mi madre). Año y marca desconocidos, alrededor de 1988. Talla: 36 (Tallaje americano)
  2. Shorts de HYM estilo Boyfriend. Año 2012. Talla: 40
  3. Shorts negros elásticos de BSK. Año 2014. Talla 42.
  4. Shorts de Primark, temporada verano 2015. Talla 48
  5. Shorts denim desteñidos de BSK. Año 2014. Talla: 40.
  6. Shorts (eran largos) de los chinos de debajo de casa. Talla 44.

Y ahora pensemos juntas:

¿Cómo puede ser que 3 y 5 sean la misma talla? ¿Cómo puede ser que de 4 a 2 medien ocho tallas y solo dos dedos de diferencia en la cintura? ¿Cómo puede ser que en los ochenta yo cupiese en una 38? (de los chinos ni hablo, porque pa qué).

lio tallas

Sí, es cierto que la altura, el tiro o la tela no es la misma en todos los casos. La cuestión es que sobre mi cama hay un abanico de tallas de la 40 a la 48 y sorprendentemente, ninguna coincide. Yo ya hace tiempo que dejé de frustrarme, y cuando voy en busca de un pantalón me llevo en una bolsa uno con uso reciente para comparar las cinturillas y el tiro. De ese modo me ahorro penas y devoluciones, porque yo tengo un ojo lamentable para las tallas, me llevo al probador cosas que no me suben de la rodilla el 90% de los casos. Otra opción es la compra online: te tomas bien las medidas, pero bien bien, y compras con la cintra métrica en mano.

Os invito a que hagáis vuestro propio #TuTallaMeEstalla. Aunque sea por curiosidad, para analizar cómo han ido reduciéndose las tallas a lo largo del tiempo, para denunciar el #vanitySizing y sobre todo, para cuestionar y relativizar cuando alguien mide sus éxitos y fracasos por la cifra de la etiqueta. “¡hoy he entrado en una 40!” Enhorabuena. Yo voy metida en una 38, de 1982, eso sí. Supera eso.

Otra razón para no preocuparnos demasiado por las tallas es la toma de conciencia de que al fin y al cabo, la moda es una industria, un negocio global y multimillonario, y no podemos hacer a nuestros cuerpos víctimas de sus lógicas de consumo. El empresario siempre querrá menos tela que cortar (literalmente) y más tela que ganar (metafóricamente) así que la próxima vez que no entres en una 48 y pienses que tu vida es una mierda enorme y horrible porque tras esa 48 no hay nada, el abismo, las tiendas poligoneras, los catálogos online y las XXXXL del mercadillo, piensa que la culpa es de quienes quisieron hacer de tu necesidad un negocio y no tuya por comerte esas galletitas viendo la tele.

También por otra buena razón: cuando la toma de conciencia y la indignación se hacen colectivas, es cuando se logran las conquistas. Como señalaba el año pasado El País, En 2006, el Ministerio de Sanidad propugnó un pacto de autorregulación con los fabricantes y la industria de la moda para crear un sistema homogéneo de tallas. En 2007 se firmó el acuerdo, donde el Ministerio daba  un tiempo para que se pusieran de acuerdo. Entre sus puntos de partida: que los maniquís tuviesen un mínimo de talla 38 y que la talla 46 no se considerase ‘especial’.

El pacto sigue sin formalizarse. Los empresarios de la tela siguen mandando más que el Ministerio de Sanidad. Las grandes marcas hacen oídos sordos o modifican ligeramente sus tallajes como si hicieran un favor enorme a las gordas del mundo. Pero #Ojocuidao, que estamos dejando de ir a sus probadores a llorar para asistir a nuevas fórmulas de moda y consumo sostenibles y asequibles que ni marginan, ni estigmatizan: Afortunadamente cada vez son más las opciones, las diseñadoras, las tiendas que optan por hacer una moda inclusiva y sin censuras ni discriminaciones.  No vamos a ponérselo fácil, ¿verdad?

Autor: Irene Riot