Si como yo, has sido toda una valiente y has pasado tu infancia y media adolescencia con la mochila a cuestas de campamento en campamento sabrás de lo que te hablo.

Para ti el verano no tenía ningún tipo de sentido si no pasabas al menos 15 días rodeada de tus colegas en mitad del monte, lejos de tu rutina y de tu familia, que todo sea dicho, venía de perlas con 16 años. Seguro que te identificas con más de la mitad de estos momentos:

  • Ir a comprar bragas y calcetines al mercadillo de tu pueblo. Lo de lavar en el campamento era puro postureo, si acaso alguna camiseta, pero las bragas eran de usar y tirar y no los calcetines ni te cuento. 1 braga, 1 euro. Era la mejor inversión del verano.
  • Comprar carretes para la cámara de fotos que probablemente te habían regalado en tu comunión. En mi época no había móviles, así que nada de selfies; eso sí, fotos desenfocadas todas las que quieras.
  • La mochila era más grande que tú. Tu madre se empeñaba en meterte ropa para 3 meses y tu acababas con la misma camiseta roñosa día sí y día también. Pero chica, estabas de campamento y todo valía.

  • Los talleres: de pulseras, de pisapapeles con piedras, de supervivencia, de galletas o de lo que se le ocurriese a los monitores; normalmente eran después de comer y por grupos.
  • Jamás volverás a aprenderte tantas canciones como en aquellos días. El tallarín, La Foca Marisol, Hay un hoyo en el fondo de la mar y como no.. La canción del soldado (Caminando por el bosque, lalalalaaaaaa, entre hierbas ví que había, uauuuuu) Snif, snif.
  • Las duchas de agua fría. A no ser que fueras rauda y veloz y fueses la primera, te tocaba ducharte con agua fría si o sí. Era imposible que llegase para todos.
  • Los grupos: Tu grupo era tu familia y era intocable y que nadie osase a meterse con él. Puede que el primer día estuvieras puteada porque no conocías a nadie y todas tus amigas estaban juntas en otro, pero al final conseguías hacer una mini familia. Tu monitor era el mejor y luchabas por el equipo con uñas y dientes en cada gymkana.
  • Las noches. ¡Qué noches! El que se dormía el primero era un pringao. Daba igual que acabases haciendo 50 sentadillas o que te tocase levantarte a correr a las 7 de la mañana, las noches eran para liarla petarda sí o sí. 
  • La comida de mierda. Excepto en un campamento en el que me camelé a la cocinera y  me regalaba flanes, en los demás la comida siempre ha sido una mierda como un campano. Os juro que he visto estrategias para librarse de las judías verdes más curradas que las de la I Guerra Mundial.
  • Las caminatas. Para mí esto era lo peor, lo sufría como la que más y es que chica, mucho campamento y mucha historia pero a mi lo de andar nunca ha sido algo que me apasionase y el día que tocaba la famosa «marcha» era el peor para mí. Eso sí, era alucinante ver como la gente te ayudaba con la mochila, te daba ánimos y caminaba a tu lado. Siempre había algún graciosillo que se cachondeaba, pero chica, pecata minuta. Me pesaba el culo, qué le vamos a hacer.
  • Aprendes de verdad lo que es el olor a humanidad. Si dormías en una habitación y la ventilaban genial, pero como te tocase tienda estabas jodida. Guardar las bragas sucias durante 15 días es una cochinada muy heavy.

  • Las notitas y las cartas. En mi campamento había un buzón y por la noche se repartían las cartas que la gente dejaba ahí (previo paso por las manos de los monitores evidentemente) Os juro que tengo una caja llena de notitas de aquellos años.
  • El chico: ESE CHICO. Siempre había un chico que te molaba. Si eras correspondida se convertía en la historia de amor más mágica del universo. Si no, estabas jodida porque tenías que verle 24 horas al día durante 15 días. Putada máxima maja. Eso sí, y esto no falla: todas estabais enamoradas del mismo monitor.

  • El día en el que te tocaba ser monitora. No sé en vuestros campamentos, en los míos había un día que era el de la democracia, en la que por votación popular se elegía a un grupo y ese día se encargaban ellos de todo. Ojo con los monitores, que puteaban hasta el infinito y más allá para que supieras lo que sufrían ellos contigo cada día.
  • La noche del terror. En mis campamentos siempre era la noche del Cluedo y a mí me flipaba. Me cagaba viva pero los monitores siempre se lo curraban mogollón y acabábamos disfrutando como enanos.
  • La última noche, la del baile; la noche en la que sacabas tu camiseta más mona y junto con tus zapas roñosas te sentías una auténtica princesa. Era la noche para bailar con el chico que te gustaba, la noche de la última oportunidad; una noche que siempre acababa bien. (Y sí conseguías robarle el Pacharán a los monitores ya ni te cuento)
  • El último día quieres morir real. Os juro que es lo peor del universo. Es más, yo hubo una vez que me dejé hasta el equipaje allí de la angustia y la llorera que me dio por despedirme de mis compañeros. Me subí al autobús tan en mi mundo de mierda que hasta luego maleta y hasta luego todo. Era como si te robaran un trocito de vida; sabías que había mucha gente a la que no verías hasta el año siguiente y eso te hacía pedacitos el alma.

Ojalá algún día poder repetir, juntarnos todos y volver a revivir cada hazaña y cada aventura que se quedó en aquellos montes de Guadalajara, en las piscinas de Gredos o en los secarrales de La Mancha. No os miento si os digo que ir de campamento ha sido de lo mejor que me ha pasado en la vida y que a día de hoy, mis mejores amigos salieron de ahí o compartieron esos días conmigo.