Si tengo una profesión frustrada, es la de estilista. Me encanta todo lo relacionado con estilos, cortes, colores. De pequeña, me gastaba la paga en revistas de peluquería para saber las últimas novedades en cortes y colores.

Adoro como un simple flequillo puede cambiar tanto a una persona. Para bien, o para mal.

Lástima que no me guste la gente, porque yo valgo para esto (sí, mi abuela está bien, gracias).

Desde siempre, mis amigas siempre han acudido a mi para que les ayudase a elegir nuevos estilos.

El problema, es que ahora más o menos sé lo que digo. Hace unos años, no tanto. Si, me leía todas las revistas que podía, pero eso no significa que lo entendiera. Aunque mi yo adolescente nunca reconocería no saber de algo, sino más bien se hinchaba como un pavo cada vez que alguien le pedía algún consejo capilar.

Hace muchos años, cuando todo esto pasó, yo no sabía de lo que era el método curly, ni que las capas pueden cortarse de diferentes maneras para crear efectos diferentes según tu tipo de pelo. Mi pelo era (y es), liso como una tabla así que sabía manejarlo con el secador sin problemas.

Tengo una amiga que estaba pasando por una época rebelde y quería un cambio de look. Teníamos 14 años y nos creíamos las reinas del mambo.

Tiene una melena que ya la quisiera Simba, en serio.  Y mucho, mucho pelo. Las gomas de pelo normales nunca le dan para darse dos vueltas a la coleta. Además, tiene el pelo ondulado.

Ahora, tras aprender a manejarlo, sabe crear unas “ondas surferas” que ya las quisiera yo, pero hace años solo era una maraña de pelo inmanejable para dos adolescentes.

Total, que me dijo que quería cortarse el pelo y que se lo cortase yo. Lo llevaba muy largo, casi por el culo. Y como quería algo drástico y con volumen, quedamos en un corte a la altura de los hombros, con “capas despuntadas para dar volumen”. Y con flequillo, para más Inri.

Quedamos en hacerlo el fin de semana, cuando sus padres no estarían en casa. Creo que, en el fondo, ambas sabíamos que eso no podía terminar bien, por eso nos cercioramos de hacerlo cuando no hubiera nadie para impedírnoslo.

Así que el sábado, con las tijeras de costura de mi madre en el bolso me dirigí a su casa y nos pusimos al lío. Tijeretazo por aquí, tijeretazo por allá, capa, flequillo y listo. Yo controlo no te preocupes, que en una revista explicaban como hacerlo. Pero no, no controlaba. No controlaba nada.

Con lo que no había contado yo es que, cuando cortas pelo rizado en mojado, cuando se seca encoge. El pelo que yo le había dejado justo por encima de los hombros se quedó a la altura de la oreja. Las capas que estaban por la oreja se quedaron puntiagudas hacia arriba, y mejor no hablo del flequillo de vasca rizado que se le quedó.

El resultado, como os podéis imaginar, fue una puta coliflor. Las pequeñas ondas que tenía con el pelo largo se convirtieron en rizos sin definir que, al no tener peso, iban sin control para todos los lados.

Mi amiga me puso a llorar nada más verse y que le había destrozado la vida (así de dramáticas éramos) y que no pensaba salir de casa nunca más.

Una semana faltó al colegio. El fin de semana me llamó para que pasara por su casa, porque sus padres no le dejaban faltar más a clase. Además, como castigo, no la dejaron ir a la pelu a ver si le arreglaban el desaguisado.

El pelo era tan corto, que ni siquiera podía hacerse una coleta con la parte de arriba. Ese flequillo no había por donde cogerlo, y una melena que no había por donde mirarla.

Todo un cuadro la pobre mujer.

Con paciencia, intentamos arreglarlo nosotras solas.

Al final, conseguimos hacerle unas trencitas de esas de raíz en la parte de arriba, y alisarle con el secador el resto (las planchas aún no eran populares, así que no teníamos una a mano).

No era ideal, pero era aceptable. Y al menos no parecía una escarola andante.

Así que me comprometí con ella a ayudarla a peinarse hasta que el pelo le creciera otra vez. Dos años tardamos. Dos años en los que estuve yendo a su casa casi cada tarde para alisarle el pelo y rehacerle las trenzas. Por lo menos, aprendí a manejar el secador con soltura, y juntas aprendimos un montón sobre el método curly años después.

Por suerte, hoy en día sigue siendo mi amiga. Y hasta alguna vez me ha pedido que la ayude a peinarse para alguna boda. Eso sí, las tijeras siempre alejadas de su cabeza.

Andrea.