Amigas mías de mi vida, hoy os vengo a contar uno de los episodios más vergonzosos y bochornosos de mi vida y que a día de hoy lo recuerdo y me siguen entrando todos los males. Pero menos mal que sucedió…
Hace un tiempo salimos todos los de la empresa a cenar en la típica cenita para celebrar el cumpleaños de mi compañera Andrea, elegimos un restaurante donde la comida estaba pa morirse de rica y nos pusimos como cerditos.
Tengo que añadir para más información que yo formo parte de ese porcentaje de la población que tiene colon irritable, que en mi caso se manifiesta con que, cada vez que ceno o como algo fuera de mi casa las ganas de hacer caca aumentan por 100 y acompañado de unos gases divinos de la muerte.
Como ya son muchos años sufriendo esto, me lo tomo con humor y filosofía y además la gente que me rodea sabe que me pasa esto, por lo que cada vez que termina una cena y yo comunico que es la hora de mi retirada todo el mundo me dice eso de “¿ya te vas a casa a cagar no?”
¡Qué fama! Pero sí queridas mías, tengo la desgracia de ser un culo fino de la vida, y por tanto solo soy capaz de hacer de vientre en las comodidades de mi casa. Por tanto llegado cierto momento, decido desaparecer porque las molestias en la tripa no me dejan seguir disfrutando de la noche.
Me despedí de todos agitando la manita con mucho amor y me fui rauda y veloz a mi coche, porque aquello empezaba a ser más que molesto y mis tripas habían empezado la fiesta sin mí.
Fui directa al aparcamiento, me monté en mi cochecito me desabroche el botón del pantalón (para mi gloria bendita) y me puse en marcha hacia mi casita pensando en el truñaco que iba a poner tan ricamente.
Como os comenté también soy propensa a tener gases, y así entre nosotras, yo no sé qué pasa dentro de mis intestinos que mis pedos son RADIACTIVOS, osea, hay veces que hasta a mi me han molestado ¡Para que os hagáis una idea!
Pues bien, decidí que hasta que llegara a casa iba a ir soltando un poquito de lastre y pedito por aquí pedito por allá, mientras iba cantando como una loca con la radio a toda leche.
En esto que cojo la entrada para mi ciudad, y veo lo peor que me podía temer, un maldito control de alcoholemia.
Yo no estaba nerviosa ni tensa, por que como soy una señorita muy responsable no había bebido ni una gota de alcohol, pero para que me entendáis bien, en mi puto coche tenía un maldito microclima de gases pestilentes que podría matar a cualquiera.
Pues bien, en esas me veía yo y rezando lo más grande pensando que lo mismo veían mi cara de inocente y supondrían que no habría bebido y me dejarían pasar, así por mi face.
Avanzo unos metros, me detengo, porque tienen un pitote ahí montado que para que y efectivamente el señor policía me da el alto, y yo ya estaba con los nervios y con el paracaidista preparado para salir.
Veo que el policía viene directito hacia mí y llegados a ese momento sin escapatoria solo podía ver, como se iba acercando a cámara lenta hasta mi coche, pero es que para darle más diversión al asunto el señor policía estaba…. Ayyyy madre mía del amor hermoso.
Todas coincidiremos que el tema del uniforme de policía nos pone más que tontorronas, pero este monumento de hombre ya era de otro nivel. El uniforme se le pegaba a los músculos que daba gloria verlo y de cara era guapo hasta decir basta.
Totaaaal que el susodicho se me acerca y me indica que baje la ventanilla y es ahí cuando yo ya dije, mira ya poco más se puede hacer.
¿Sabes el ruido que hace una coca cola cuando la abres? Pues ese debió de ser el ruido que hizo mi ventanilla cuando la bajé.
Veo que el policía baja la cabeza hasta ponerla a mi altura y me dice eso de “buenas noches señorita control de alcoholemia”, pero yo veía en sus ojitos mientras iba diciendo esas palabras que casi se le saltan las lágrimas de la peste que salía de mi coche.
Roja como un tomate ya no sabía dónde meterme, cuando me pide que me baje del coche para hacer mejor el test, y yo toda obediente que me fui detrás de él y en esto que me dice “no, no, pero deja el coche abierto que se ventile”.
Ahí creo que ya si no me morí de la vergüenza nunca lo haría ya. Total que el señor policía entre risas me hizo soplar hasta que di 0.0 y cuando me iba a marchar me comenta que mejor me espere un ratito para entrar en el coche.
Después de 10 minutos ahí de charla y ya sin poder aguantarnos ninguno de los dos la risa, decido que es momento de irme. Cuando me dispongo a entrar en el coche él me dice, que si le puedo dar mi número de teléfono. No sabía si reír, dar palmas o llorar de la vergüenza.
Han pasado dos años de aquella noche de vergüenza y bochorno y ese maromazo resultó ser el gran amor de mi vida. Quien me habría dicho que la frase de “por un peo aquí me veo” iba a ser un poco diferente en mi caso y le estaré eternamente agradecida.
Ahora cada vez que me monto en el coche me pienso dos veces si tirarme o no un pedo, por lo que pueda pasar.
Anónimo