Glovo : polvazo a domicilio

 

En aquel entonces no estaba pasando por un buen momento. Hacía poco más de un mes que no follaba, me había peleado con mi último rollete y entre el enfado y la pereza no había quedado con ningún tío a pesar de tener algunos match en Tinder. Además, tenía mucha carga de trabajo en esa época, lo que me hacía acumular estrés. Aunque llovía a mares aquella tarde me preparé para ir a spinning por dos motivos: descargar estrés y no tirar el dineral que me costaba el gimnasio. Lo que no sabía era que iba a tener una intensa sesión del mejor cardio.

Salí de casa, eché la llave, un repartidor de Glovo esperaba el ascensor. Cuando me acerqué, el ascensor se abrió y él me cedió el paso, se lo agradecí y por el espejo vi cómo me miraba el culo con descaro. No lo culpo, tengo un pandero gordo digno de admirar. Si la vanidad es amor propio bienvenida sea. Lejos de sentirme incómoda me gustó su mirada deseosa. El se quitó la maleta cuadrada para entrar en el estrecho ascensor junto a mí, dejándome ver la musculatura de sus brazos. Estaba cañón, pero no de petaíto de gimnasio que parece un croissant por no hacer piernas, chicas, aquella maravilla le venía al chico de serie. Natural, como a mí me gusta, un rompebragas nato. Creo que el periodo de sequía me dio el empujoncito que necesitaba, me apetecía un petardeo.

El ascensor comenzó a bajar y yo bajé la cremallera de mi sudadera hasta abajo, dejando a la vista mis pechos embutidos en el sujetador de deporte y el potorro marcado como una doble Whooper en las mallas negras.

 

Pocas tienen el toto como la Barbie y en mi caso, lo tengo gordo, con el monte de Venus bien marcado. De adolescente era algo de lo que me avergonzaba, pero con la edad me he empoderado lo más grande.  Él volvió a mirar mi cuerpo con descaro mientras que las aletillas de su nariz se expandían, como si le costará respirar, yo le sonreí. Una sonrizorra, así la llamamos mis amigas y yo cuando la usamos para ligar.

La luz se apagó, el ascensor se detuvo y escuchamos el estruendo del trueno. Los dos soltamos una exclamación. Se había ido la luz, parecía que la diosa del zorreo había escuchado mis plegarias y me permitiría unos instantes más con aquel macizo repartidor.

—Parece que llegaré tarde a la próxima entrega.—me dijo socarrón mientras le sonaba una notificación en el móvil.

—Y yo a spinning.—conteste con una sonrisa mientras hacía un repaso de su cuerpo con una ensayada caída de ojos. Estaba tremendo.

—También me gusta la bici, aunque las mallas no me quedan tan bien como a ti.—se lanzó mirándome con esa cara de pillo que me estaba volviendo loca y me reí nerviosa.

—Seguro que no estás tan mal, tienes buen cuerpo.—me acerque quedando muy pegada a él.

Olía ligeramente a sudor y me pareció excitante, además la tenue luz de emergencia del ascensor le daba un toque morboso.  No tardamos mucho en morrearnos. El chico era lanzado, al igual que yo, y no tardó en apretarme el culo mientras me atraía contra él. Nos magreamos de lo lindo cómo dos adolescentes, sin que su mochila en el suelo fuera un impedimento. Me dejó muy claro lo empalmado que estaba al restregarse contra mi coño. Noté su dedo dibujando sobre los leggins la separación de mis labios. La doble whooper es infalible. Jadee sin reservas, aquello estaba siendo una puta fantasía.

Una fantasía que duró un par de minutos hasta que regresó la luz y el ascensor continuó su descenso. Nos miramos sin saber que decir, nos habían cortado el rollo. Pero no estaba dispuesta a dejar pasar esa oportunidad, no cuando él había hecho que se me mojaran tanto las bragas. Pulsé el botón del sexto.

—¿Subes a casa?— lo invité con la voz llena de deseo.

Él me miró dubitativo, la puerta del ascensor se abrió en el tercero, afortunadamente quien fuera que lo esperase había decidido bajar las escaleras. Él miró hacia afuera, y cuando giró gemí involuntariamente y volvimos a besarnos. Repetimos el magreo hasta llegar a mi casa.

No perdimos el tiempo, busque rápido un condón y nos tiramos en el sofá a seguir sobándonos. Se bajó los pantalones del chándal, no llevaba nada debajo, solo un duro y palpitante miembro que me hizo la boca agua. Tras tocársela un poco le puse el preservativo y le hice una mamada. Volver a tener una polla en la boca me encantó y se lo hice saber con lametones e intensas chupadas en el glande. Con una mano me bajó los leggins y apartó mi tanga para tocarme el coño como me merezco. Casi solté un aleluya cuando me demostró que sabía dónde estaba el clítoris y como estimularlo. Estaba muy cachonda y temía manchar el sofá del casero con todo lo que me estaba haciendo lubricar. 

Si hago una mamada exijo que se me corresponda con un cunnillingus a la altura, pero estaba tan al límite que ni se me pasó por la cabeza. Quería que me empotrara cuanto antes. Se lo dije y mientras él recuperaba la respiración me desnudé de cintura para abajo.

—Ponte a cuatro.—me ordenó en un tono ronco y autoritario que casi me corro.

Los tíos solían pedirme aquello hipnotizados por mi gran trasero. Me coloqué y me puse en pompa aderezado la jugada con algunos movimientos de twerking. Escuché lo que pareció un gruñido y me dio una palmada en el glúteo antes de cogerme por las caderas y meterla de una vez. Fue un bruto, lo admito, pero en ese momento era lo que ansiaba, me sentí afortunada de que la madre naturaleza me diera la capacidad de lubricar tanto. Follamos duro y salvaje mientras sus manos se colaban bajo mi sujetador de deporte para pellizcarme los pezones. Me dio como un cajón que no cierra hasta dejarme bien satisfecha. Simplemente apoteósico, nunca me había corrido tanto en un «aquí te pillo, aquí te mato».

Si pudiera darle una review le daría cinco estrellas por empotrador. Nunca más he vuelto a saber de él, quedó como un episodio espontáneo y muy placentero en mi memoria. Pero confieso que cada vez que veo una mochila amarilla de Glovo se me mojan las bragas.

 

Margot Hope