La limpieza me da una pereza horrible, mis amigas aprovechan los fines de semana para hacer limpieza a fondo en sus casa, pero yo soy incapaz de levantarme un sábado temprano para ponerme a limpiar. Los sábados son para descansar.

No es que sea una guarra, voy limpiando poco a poco, tiro la basura, ventilo la casa por las mañanas, hago la cama, de vez en cuando le echo lejía al inodoro, lo justo para que no me coma la mierda. Pero de ahí a mover muebles para pasar la aspiradora, o subirme a una silla para limpiar la grasa de la campana extractora de la cocina,  pues va un trecho.

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De verdad que no entiendo como a la gente le da tiempo a todo: a trabajar ocho horas fuera de casa, a ser madres, a sacarse una carrera y después una oposición, a escribir un libro y además tienen la casa impecable. Tengo amigas con hijos que sus salones parecen sacados de revistas de decoración. Y yo no soy capaz de mantener mi casa decente más de un día. Lo reconozco, mi tiempo libre prefiero emplearlo en salir a tomar algo con mis amigos o tumbarme en el sofá a ver Netflix.

Sé que debería tener una rutina de limpieza, pero es que el poco tiempo libre que tengo me obliga a dejar la limpieza de la casa en un segundo plano. Dentro de mi desastre, si que tengo una especie de hábito de limpieza: cambio las sábanas de mi cama cada quince días, pongo la lavadora cuando el cubo de la ropa sucia está lleno, paso la aspiradora todos los días, y por aspiradora os contaré que tengo un robot aspirador de esos que te hacen un mapeo de la casa y te limpian solos. Me costó una pasta, pero me parece un electrodoméstico básico para las vagas como yo. Los platos los friego cuando me he quedado ya sin vasos limpios, y el polvo cuando la capa ya es más que evidente.

Lo único que me hace limpiar a fondo mi casa son las visitas. Cuando va a venir alguien a visitarme, sí que aprovecho para limpiar ventanas y cristales, el polvo de las estanterías más altas y le pongo especial interés al baño, porque los invitados lo usarán en algún momento de la velada.

Pero ¿qué ocurre cuando la visita te llega sin preaviso o te avisan unos minutos antes de llegar? Pues haces lo que puedes. Lo primero es centrarse en salón, cocina y baño, que normalmente es lo que verá la visita. Los armarios y la cesta de la ropa sucia son grande aliados para esconder toda la ropa o incluso cosas que haya por el medio. Abrir las ventanas para ventilar un poco y luego encender unas velas aromáticas para cubrir algún olor desagradable que pudiera haber. Por último, echo a lavar el chándal viejo de estar por casa y me pongo algo de ropa decente.

Con todo esto, ya estaría lista para la visita de última hora. También os digo, mis amigos me conocen y saben cómo se van a encontrar mi casa si vienen sin avisar, así que tampoco es un problema si se encuentras la pila de la cocina llena de platos sucios o ropa tirada en el suelo del baño. ¡Y a quien le moleste pues que no venga a mi casa!