Todos sabemos que tener pelazo en la cabeza puede ser muy bueno o muy malo pero, ¿qué pasa cuando ese pelazo lo tienes también en el cuerpo? ¿Por qué nadie habla de este pequeño-gran drama?
Últimamente se ha puesto muy de moda la aceptación del vello corporal femenino y cada vez son más las mujeres que deciden dejar de ver como obligación eso de depilarse y sí: menuda maravilla poder, poco a poco, ir quitándose ese peso estúpido de encima. Sin embargo, aunque esto queda muy bonito en el mágico mundo de Internet y en nuestras avanzadas (digo avanzadas como puedo decir normales) mentes, en la realidad la cosa es muy distinta… Y en la realidad siguen sin verse demasiado bien los pelos que no están en la cabeza, las cejas o las pestañas y, más aún, si eres de esas mujeres que tienen todo su pelo muy negro y muy abundante.
Si, como yo y como mucha gente, eres de esas chicas cuya cantidad de pelo corporal es igual o mayor a la cantidad que tiene en la cabeza, probablemente entiendas de lo que hablo, del sufrimiento de toda una vida, de tu tortura desde que tienes uso de razón…
LA PREADOLESCENCIA
Recuerdo mi preadolescencia peluda como la etapa más dura de mi vida por una simple razón: mi madre no me dejaba depilarme porque yo era aún demasiado pequeña pero mis piernas peludas ya podían hacerle la competencia a las de cualquier señor. Además, en esta etapa la gente empezaba a fijarse cada vez más en ti y en tu físico (o eso creías tú) así que, algo que siempre te había importado más bien poco, empezó a convertirse en el mayor drama existente sobre la faz de la tierra.
LA DECOLORACIÓN
Como la depilación no era una opción pero tu madre estaba harta de escucharte berrear porque joder, mamá, parezco un mono, ella misma te proponía la opción de decolorarte el vello para «disimularlo». Y tú, loca por dejar de ser un animal, aceptabas encantada sin pensar en las consecuencias. Y ay, amiga mía, las consecuencias… Ahí estabas tú, en el baño, desnuda y con el cuerpo lleno de una crema pegajosa y muy espesa que iba picando más por momentos, sin poder moverte y con los músculos totalmente atrofiados. ¿Para qué? Pues para conseguir unos pelazos rubios que se veían aún más, si cabe, que los tuyos y parecer un surfer nada atractivo.
LA DEPILACIÓN
Cuando por fin tu madre te dejó ir a depilarte por primera vez tu fuiste la niña más feliz del mundo. Pero esa felicidad duró poco porque, joder, ¡menuda mierda! Tener que perder una tarde entera (sí, entera, porque a ti tenían que dedicarte mucho tiempo) tumbada en una camilla, acompañada de una persona desconocida que te daba tirones de cera por todo el cuerpo que dolían hasta querer morir… ¿Suena o no suena a mierda?
Por suerte, con tanta depilación y tanto dolor sufrido una se termina haciendo inmune, hasta llegar al punto de que, entre tanto tirón, te terminas hasta por quedar dormida.
EL VERANO
Ay, el verano. La llegada del calor es un sufrimiento constante por muchísimas razones: el sudor a todas horas, los muslamenes rozados y, por supuesto, el vello. En invierno te puedes permitir dejar un poco (o totalmente) olvidada la depilación pero, esta vez, ya no vas a poder si es que no quieres parecer la mona Chita tostándose al sol. Así que claro, tienes que estar pendiente día sí y día también de tus pelos para poder domarlos y que no le hagan sombra a la gente en la playa.
EL GIMNASIO
Que tire la primera piedra la que no haya ido al gimnasio felizmente y, al levantar una pesa, se haya dado cuenta de que sus pelos sobaquiles también querían hacer ejercicio.
ESA AMIGA SIN PELO
Toca día de playa con tus amigas así que, previamente, tú te pasas tus buenas horas quitando pelos para estar perfecta y parecer un ser humano. Todo parece ideal hasta que tu amiga la fantástica suelta eso de ay, pues yo no me he depilado, si es que soy lo peor y, al mirarle las piernas, ¿qué encuentras? Pues pelos no, te lo aseguro.
UN POLVO INESPERADO
A todas nos ha pasado eso de salir por ahí de fiesta sin depilar porque bah, total, voy con pantalones largos y nadie me va a ver la selva. Y entonces, inesperadamente, ligas y acabas en una casa fantástica, con piscina y chill-out, unas buenas copas, una persona encantadora y tus pelos, siempre haciéndote compañía. Y esperemos que no te digan eso de uy, parece que a alguien no le ha dado tiempo a pasarse la cuchilla, que ya se sabe que si te sueltan esto…
Por suerte, con los años una va poniéndole cada vez menos importancia a esta característica física, hasta el punto de admitirla por completo y dejar de verla como algo malo que nos acompleja, sino como algo normal. Pero, por mucho que ahora nos importe tres pimientos meternos en la cama acompañadas por dos personas (nuestra pareja de turno y nuestros pelos) o aparecer en la playa con un vello que hace sombra, el drama que ha supuesto este proceso de aceptación no nos lo quita nadie…
Ilustración de la genial Fran Meneses
Foto de portada: Walt Disney Pictures