Cuando tenía 12 años los Hombres G actuaron en mi ciudad.  Evidentemente, mis padres no me dejaron ir. Porque ya me dirás tú dónde va una cría de 12 años…. Y creo que ahí nació mi lado fan, que hasta entonces dormía tranquilo. Porque ya sabemos que lo prohibido es lo que llama, el reto, lo tentador.

No fui a un concierto hasta muuuuchos años después, y no precisamente de aquellos “hombresge” chulescos y macarras sino de un melenas hippioso llamado Pau Donés.  Porque yo por un beso de Pau habría dado lo que fuera, así que como el beso no lo conseguía pues me aprovisioné de discos, camisetas, pósters y demás avituallamiento.

Cierto es que lo normal de aquellas épocas era ser fan de Alejandro Sanz y morir con el corazón partío. Pero una, acostumbrada a ser la rarita, vivía feliz con su pasión jarabesca.

Y hasta ahí bien porque todos tenemos épocas en nuestras vidas, cambios de look, de gustos, de amistades o hasta pareja. Pero en mi caso no. Esa pasión sigue viva. Esa locura. Ese “contigo pan y cebolla” por el cual no te importa si Pau vende o no vende, si es comercial o no, si da conciertos pero sólo en América… No importa nada de eso porque “es el Pau”, y todo se le consiente.

Pau el consentido
Pau el consentido

Y resulta que, a la vejez viruelas…. Y que ya superados los 30 , muy bien llevados por cierto, ¡descubro que soy una groupie! Bueno, eso en boca de mi hermano, que como buen hermano pequeño, domina el arte del zasca y la hostia a tiempo.

Una groupie. Eso dice él que soy.  ¿Y eso qué narices es? Porque dicho así yo me imagino a aquellas adolescentes con minifalda y largas melenas llorando por los Pecos. O más tarde otras adolescentes de camisetas de tirantes y pantalones anchos enloquecidas con los Backstreet Boys , Take That o similares…

Joder, es que yo no soy una adolescente, soy madre de dos churumbos. Vivo las rutinas marujiles propias de una madre trabajadora. Que sí, que las madres también enloquecen con sus ciclos hormonales, con sus gustos variados y rarezas múltiples. Pero, ¿groupie?.

Pues sí amigüitos, soy una grupie.  

Mi calendario resplandece con letras brillantes los días de concierto.  Casi a uno por mes tengo por delante.

Soy miembro de un Club de Fans. ¡Eso ni en mi época de los Hombres G, ni de Jarabe de Palo, ni ná de ná!. Y todo por un chaval malagueño, tímído y gracioso a la par. Uno que pierde el norte cuando toca el piano. Pablo López se llama el chaval y es capaz de componer unas letras que tocan el alma. En serio. Que sííí, que el chico es guapo y resultón. Pero no todo es eso. No es eso amigïtos. Es música. Es pasión por lo que uno hace. Es luchar por un sueño y conseguirlo. Y triunfar. Subir cada día un peldaño más. Superar una barrera más. Siempre con una sonrisa.

pablo-lOPEZ

Así cualquiera no se hace una groupie de esas. Que no somos todas adolescentes locas y menstruantes. No , no. Hay madres, abuelas , tías y primas. Pero también señores o niños. Funcionarios, cocineras, una pastelera cordobesa, una estudiante, una directora de banco, profesoras chachis, fotógrafos, músicos…

Gente capaz de cruzarse media España para asistir a un concierto. Gente que comparte coche y se zampa 600 kilómetros de ida y otros tanto de vuelta en 24 horas. Gente que conoce a otra gente, que ríe, canta, salta y disfruta, unidos por ese amor a la música, por esas letras.

Al final, no importan demasiado tus gustos, si el artista es conocido o no, si es guapo, si baila bien. No importa porque lo realmente importante es lo que consigue.

Consigue que por unos minutos, unas horas, desconectes de todo.  Olvides si te echaron del trabajo, si tu compañera es una petarda, si tu novio y sus amigos tienen fiestuqui en tu salón, si el maldito pantalón ya no te abrocha porque la dieta de nuevo se te resiste o si llevas unas raíces que asustan.

Eso es la música. Como un bálsamo. Te abraza el alma y te hace volar. Aunque quede cursi.

Así que oye, me mola ser una groupie. Me encanta rodearme de groupies con los que charlar y reír sin tregua.  Me fundo la nómina en conciertos, cd’s , viajes y merchandising variado. Mi marido por momentos piensa en inhabilitarme y mis hijos son unos “pequegrupies” en potencia. Pero este vicio raro me flipa. Me hace creer que la raza humana vale la pena lejos de rollos políticos y crueldades humanitarias. Me relaja los nervios de madre de preescolares. Me desconecta del trabajo , los problemas, las penas y demás pesares.

Que al final, la vida se llena de esos momentos llenos de felicidad. ¡Gozad la música!. ¡Respirad la vida!

Para todo lo demás….

Autor: Silvia Romero