Mi miedo a volar es tan absurdo que nunca lo he llegado a entender. Es un miedo que nunca me ha frenado, al contrario. No tengo un recuerdo de pequeña en el que diga pues por esto es por lo que no me gusta volar o algún trauma del pasado, nada que yo asimile así directamente; supongo que algo tiene que haber porque cada vez que me subo a un avión (aún drogada con mis pastillas para volar), me veo morir. 

Como os digo es un miedo que nunca me ha impedido volar incluso sola. Recuerdo un viaje en el que estaba tan drogada por las pastillas que mi cara era la viva imagen de la tranquilidad pero por dentro estaba a punto de sufrir un ataque al corazón. 

De calentada mis amigos y yo decidimos hacer un viaje en 2017 a Dublín. Compramos los billetes, organizamos todo y yo fui a pedirle la receta a mi médico de mis famosas pastillas anti ataque al corazón. Hasta aquí todo normal. Dos días antes del vuelo ya oímos en las noticias que un huracán se acercaba por la zona de Irlanda y Reino Unido pero claro, una piensa que los huracanes como tal sólo son destructivos y peligrosos en las películas y que como mucho serían unos vientecillos un poco más fuertes de lo normal.

Enseguida mi cabeza se fue al avión; si tan grave iba a ser el asunto el vuelo debería cancelarse, pero no. Llega el día y quedamos en el aeropuerto. Después de hacer noche allí y por supuesto no dormir, llega el momento del embarque. Vemos como la mayoría de vuelos a las zonas de huracán se están cancelando. Yo no quería ver ninguna noticia al respecto porque sino no me iba a subir a ese avión y confiaba en el buen corazón del piloto y de todas esas personas que decidían si ese vuelo salía o no. Los cabrones decidieron que estaba todo ok y que se iba a Dublín si o si. El rato antes de embarcar no sé cuántas pastillas llegué a tomarme (supuestamente hacen que te relajes tanto que llegas a dormirte y normalmente me tomaba una o una y media pero no me dormía). Este día tuve barra libre de somníferos y aún así no me dormí. Era tal la angustia por saber que nos metíamos en la boca del lobo que quería llorar, vomitar, insultar… Llame a mis padres para despedirme, lamentable. 

Mis amigos normalmente se reían de mi en estas situaciones y ese día les notaba en la cara que tenían ilusión por ir pero algo pasaba, preocupados estaban. 

Las pastillas hicieron algo de efecto y después de un despegue medio drogui mis amigos consiguieron distraerme la mayor parte del viaje hasta que noté demasiados tambaleos. Las caras de mis amigos no me transmitían ni un ápice de tranquilidad y fijándome en la hora deberíamos haber aterrizado hace bastante. Por megafonía el piloto nos informó de que debido al huracán que estaba pegando fuerte estábamos teniendo turbulencias y que por favor mantuviéramos la calma. ¿La calma? ¿Voy a mantener yo la calma? No me hice un Melendi allí por vergüenza, bueno, más que por vergüenza por mis amigos. No quería que nuestros últimos momentos de vida fueran con una loca gritando en medio del pasillo que la íbamos a palmar.

La cosa se complica y el piloto nos dice que vamos a estar sobrevolando mucho más tiempo Dublín porque era imposible aterrizar. El miedo ya me dominaba completamente. Creo que llegué a tal punto de estrés, agobio, terror y no sé que más sentí que mi cuerpo se paralizó. Yo que no me callo ni debajo del agua no podía ni vocalizar. 

Finalmente y después de lo que para mi fueron horas y horas de vuelo, aterrizamos. La ciudad estaba hecha una mierda, árboles caídos, edificios sin tejados… Ese día no pudimos ver ni hacer absolutamente nada.

Al día siguiente un sol radiante, una ligera brisa que daba hasta gustito y todo tan normal. 

Gracias Ophelia, llevo casi cuatro años sin coger un avión.

 

Sandra Regidor