Estos últimos doce meses han sido una auténtica pesadilla en todos los sentidos.
Me quedé sin trabajo, sin novio y sin piso. Llevo sin ver a mi familia casi un año entero porque mis padres son los dos de riesgo, están viviendo en una burbuja y como viven en el campo, no bajan al pueblo para absolutamente nada, han contratado a un chaval que les hace los recados, ellos le pegan y santas pascuas, pero les echo TANTO de menos…
Caí en una depresión profunda (no sé si hablar en pasado es ser del todo sincera), me tuve que ir a compartir piso con dos chicas adolescentes que están en segundo de carrera, terminé con mi chico porque el estar los dos encerrados 24/7 en un piso de 60 metros cuadros no salió muy mal, me echaron del curro porque mi empresa directamente no ha sobrevivido a la pandemia y mis jefes han tenido que cerrar el bar.
Así que así me vi, sola, en la calle y sin trabajo. ¿La solución que encontré? Adoptar una perrita tuerta y coja que es lo mejor que me ha pasado en la vida hasta ahora. No es que me dé cariño, es que me ha llenado la vida.
Esta todo el día conmigo, cuando estoy triste, se me pone encima y me mira. Ya está, no hace nada más, solo me mira con el ojo que le queda. Os juro que creo que es una reencarnación de alguna persona que fue muy buena en otra vida, porque no tiene sentido todo lo que me transmite.
El hecho de tener una responsabilidad, el sacarla a pasear, el tenerla ahí pase lo que pase… Qué gustazo de verdad.
No sé si os lo estáis planteando, pero si de verdad creéis que os apetece tener compañía animal, por favor, hacedlo y esperéis tanto como he hecho yo por ‘esperar a que sea el momento adecuado’, porque si buscas excusas, nunca lo será. Así que, poneos en camino, acercaos a una protectora y haced a un animal feliz para que él os lo devuelva todo multiplicado por mil.
No os arrepentiréis, de verdad que no.