Siempre he sido gran fanática de Luis Miguel–no niego que su serie haya sido la base de mi fanatismo–en su disco de romances, hay una canción titulada “inolvidable”. Donde su primera estrofa es:
En la vida hay amores
Que nunca pueden olvidarse
Imborrables momentos
Que siempre guarda el corazón.
¿Pero qué pasa cuando esos imborrables momentos que guardamos en nuestros corazones no son tan perfectos? Cuando nos dimos cuenta que una mirada no era profunda, sino más bien una vista de refilón. Les contaré mi historia, creo que es algo digno de contar. Por siete años y creo que un poco más me gusto el mismo chico–leer tantas novelas donde el fuckboy se enamora de la nerd me afectó demasiado mi cabeza de quince años–siempre espere una mirada y aunque tuve varias, ninguna con el brillo que yo esperaba aquel de amor.
Por mucho tiempo hice lo que fuera por estar cerca de él, me cambié al mismo salón que él, queria saber que le gustaba que no y empecé a idealizar lo que él era. Para mi no era un mortal más, en mi cabeza era un chico superior a la demás por la profundidad de su alma de rebelde sin causa–que muchos años después entendi que no era por él era por sus amigos–llegó la graduación, él se fue del país y yo segui aquí y con terapia entendi muchas cosas, su mirada no era profunda (en realidad siempre tenía sueño), idealice la idea de ser querida a una edad tan joven porque era lo que se vivia en los libros y con suerte en la vida real de las niñas más guapas y yo pensaba que tenía que vivir eso, me enamore de la idea de ser querida por el chico malo, que al día de hoy no es la sombra de lo que era y por instagram vi que tiene unos kilos de más, me enamore de la idea que cree en mi cabeza de él, pero no de el.
Al día de hoy guardo con mucho cariño el trato que me dió y creo que si mi acoso no hubiese sido tan grande, hubieramos sido grandes amigos. Fue mi primera experiencia en sentir algo y también aprender a diferenciar lo que es y no es amor, sobre todo me enseñó de amores idealizados.