Capítulo 2. Una mañana de recuerdos

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    EllaEscritora on #454024

    Esta es la continuación del capítulo 1 »El final en un vaso».

    No recordaba nada, sólo sentía un amargo sabor en la boca, rancio y ‘repugnantemente’ dulce, los labios se pegaban uno al otro y el espesor de mi saliva me provocaba unas náuseas inexplicables. De pronto la curiosidad por saber la hora que era me obligó a moverme entre aquella maraña de sábanas que durante la noche había formado, al haber conseguido que mis piernas surgieran entre las mantas sentí un dolor horrible desde los tobillos hasta la cintura.

    Las cinco de la tarde, lo más curioso de la situación fue que no me importó lo más mínimo el haberme pasado la gran parte del día durmiendo totalmente inconsciente, sino que mi preocupación se centraba en que en todas aquellas horas absolutamente nadie se había preocupado en saber de mi y ni el teléfono ni la puerta habían sonado para despertarme. Sí, jamás había estado tan aturdida, sentada sobre la cama mientras la luz del sol iluminaba todo el cuarto un nudo en mi garganta me detuvo durante unos segundos. Entonces el pitido agudo del teléfono hizo que me sobresaltara despertándome de mis amargos pensamientos; una voz más que conocida sonaba al otro lado.

    – ¡Bravo! Al fin he conseguido dar contigo, ¿podrías explicarme dónde te habías metido?- Ali intentaba hacer que sus palabras sonaran enojadas pero ni en mi más espantosa resaca hubiese creído que realmente lo estuviera.

    – En casa, o por lo menos ahora es donde estoy, no estoy confundida, son las cinco de la tarde ¿verdad?

    – ¡¿Me estás diciendo qué no sabes ni en qué hora vives?!, vale, voy a tu casa ahora mismo, me parece que tienes demasiado que contarme, o bueno, mejor dicho, yo a ti.

    No me permitió articular ni una palabra más, al segundo había colgado el teléfono y al otro lado sólo se escuchaban las señales del fin de la llamada.

    ¿Algo qué contarme?. Me sentía inútil al no poder recordar qué había pasado el día anterior. Al abandonar mi cuarto observé cómo mi adorado vestido rojo pendía de una de las sillas del salón teñido de un color amarronado casi en su totalidad. Al acercarme el olor que desprendía consiguió que de nuevo una inmensa náusea me paralizara, sostuve el vestido entre dos dedos de mi mano y sin pensarlo dos veces desembocó en el cubo de la basura en un tiempo récord. Ni siquiera me había percatado de que sólo me cubría mi minúscula ropa interior hasta que un escalofrío me erizó toda la piel. “Una ducha, sí, necesito sentirme limpia, apesto”.

    El vapor inundó todo el baño mientras me encontraba sentada en el W.C., continuaba en la tarea de recordar qué era lo que me hacía sentir tan mal conmigo misma, no quería esperar a que Ali apareciera en mi piso y observara mi cara horrorizada mientras me ponía al día sobre mi propia vida, sería caer demasiado bajo.

    El agua caliente cayendo por mi pelo me devolvió tímidamente a la realidad, enjuagaba mi boca intentando que el espesor de mi saliva desapareciese, en ese instante un recuerdo viajó por mi mente. La cena de la pasada noche, con los chicos del despacho, mi jefe sentado a mi derecha, una mesa redonda en “Tito´s” y yo me encontraba más nerviosa de lo habitual, ¡el ascenso!.

    – Miriam, ¿dónde estás?, he entrado porque tenías la puerta del apartamento abierta. ¡Ey! – La voz de Ali se fue acercando poco a poco al cuarto de baño, con lo que rápidamente salí de la ducha y me abrigué con el albornoz.

    – Estaba en la ducha, en seguida salgo. – La puerta del apartamento abierta, y ahí recordé el terrible golpe que le había propinado segundos antes de irme a la cama.

    Ali estaba sentada en el sofá del salón, ojeando una de las miles de revistas que había acumulado en mi desorden. Al observarme la volvió a posar sobre la mesa analizándome con una mirada que desprendía una lástima que me asustaba.

    – Miriam, no sabes cuánto siento lo de ayer, tras recibir tu llamada me preocupé, pero después pensé que como te encontrabas con tus compañeros de la oficina ellos te animarían y te traerían a casa. A la mañana temprano intenté hablar contigo pero tu móvil no daba ninguna señal y aquí en casa no respondió nadie.

    – Estaba durmiendo, de hecho ni siquiera lo escuché. Estabas preocupada, Ali siento decirte que sólo recuerdo la cena y el maldito ascenso, creo que me pasé un poco con el vino para calmar mis nervios.- Sólo quería llorar, quería zarandearla pidiéndole que me explicara qué era lo que le había contado en esa última llamada que le había hecho.

    – ¿No recuerdas nada más?, ¿y tengo que ser yo la que te recuerde todo?.- Sus ojos se tiñeron de espanto a partir de entonces.- Miriam, ayer cuando me llamaste me dijiste que estabas en el servicio de “Tito´s” y que estabas furiosa porque tu jefe había decidido concederle el ascenso a Lucía Ramírez, intenté calmarte pero estabas tan borracha que no dejabas de gritar repitiéndome lo muy zorra que era. – Sus manos frías se posaron sobre las mías intentando tranquilizarme antes de que pudiera analizar todo lo que me estaba contando.

    – Lucía Ramírez, ya lo recuerdo, estuve toda la cena bebiendo vino como una lunática porque no soportaba la presión de esperar a que Javier diera la noticia del ascenso.

    Creo que desde el comienzo de la cena media docena de botellas de vino habían ido a parar a mi estómago, y aunque al principio nadie se había percatado de la situación poco a poco todos mis acompañantes se cercioraron de mi estado, incluso antes de que me levantará del asiento para gritarle a la cara a Lucía Ramírez que me parecía una mujer de mala vida, véase, una zorra.

    De pronto los recuerdos del día anterior se volvieron claros, evidentemente a medida que pasaba la noche se hacían más complicados, pero sí que rememoraba absolutamente toda la velada con la gente de la oficina. Pude observar la cara de Don Javier tras mis amistosas palabras hacia Lucía, y cómo me sentí en el momento en el que dijo que según su opinión mi actuación estaba por completo fuera de lugar. Había sido entonces cuando había ido a toda velocidad al servicio para llamar a Ali.

    Cuando al fin volví a la mesa todos hicieron silencio mientras me observaban de arriba abajo, me miraban como si en mi cara estuviese escrito el secreto de la humanidad, y yo procuré comportarme como si no hubiese ocurrido nada. En un intento por romper el hielo sonreí a mis acompañantes hasta que la afilada voz de Lucía tornó mi gesto al odio intenso.

    – Miriam, exijo que te disculpes por tu comportamiento, jamás habría imaginado que podrías caer tan bajo, una persona elegante y de mundo como tú, no me puedo creer que un ascenso pueda cambiar tanto a una persona.- Su mirada en absoluto se dirigía a mi, aunque sí lo hacían sus palabras, su gesto se centraba en Don Javier, procurando mostrarle al jefe lo sensata y refinadamente cursi que era.

    – Para tu información debo decirte que no pienso cambiar de parecer, terminemos esta maravillosa velada en paz pero con conocimiento de que una de nuestras acompañantes es lo que es y punto.- Busqué el apoyo del resto de compañeros con mi mirada pero ninguno de ellos fue capaz de mostrarme una sonrisa, permanecían serios entre la disputa de las dos únicas mujeres de la mesa.

    Entonces la voz de Don Javier se elevó sobre la mía, lo que hizo que todo el descaro que me invadía se desvaneciera como el humo.

    – Miriam, voy a tener que pedirte que te vayas, no voy a consentir este comportamiento, de hecho me indigna sobremanera que sea necesario que me comporte como si fueras mi hija de diez años, has perdido los papeles por completo.- Sus ojos se centraron en los míos y un gesto furioso acompañó a su recital.

    Evoqué aquellos días en mi infancia cuando mis padres me corregían al no comportarme como era debido, no éramos una familia adinerada ni nos rodeábamos de la alta alcurnia pero jamás toleraron una salida de tono en ninguna de sus hijas. Quise gritar de nuevo, las incontables copas de vino que había ingerido sólo conseguían que no encontrase la razón de lo que estaba sucediendo, en ese momento yo era la víctima y me indignaba el hecho de que nadie más pudiera verlo.

    Ojeé nuevamente la mesa redonda, Manuel Román se situaba a mi izquierda, era uno de mis mejores compañeros de trabajo, habíamos sido cómplices en multitud de situaciones y habría salido en mi defensa ante el que hiciera falta. Fue así como me percaté de que no era yo la que tenía la voz cantante, Manuel observaba su taza de café vacío sin dignarse a mirarme a la cara, sin duda la situación sobrepasaba los límites de nuestro metafórico pacto de ayuda mutua. Solamente Lucía Ramírez fijaba su vista en mí con una expresión de victoria repugnante, de nuevo la ira me pidió que me levantara y la estrangulara entre mis manos con todas mis fuerzas pero me contuve mientras abandonaba lentamente mi sitio en la mesa.

    El alcohol había hecho mella en mí, ya comenzaba a tambalearme sobre mi misma y un tobillo se me torció al dar media vuelta para dirigirme hacia la puerta. Pude escuchar una leve risa que procedía de mi mesa, femenina por supuesto, Lucía Ramírez había ganado la batalla pero en ese momento me juré a mi misma que la guerra sería cosa mía.

    Fue entonces cuando, tras haber caminado unos cuantos metros, había dado con el roñoso antro en el que había terminado mi maravillosa velada, y de ahí a la cama, sin mucho más que recordar.

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