Querido tú,
Tantos son los nombres que nos hemos puesto en estos meses que cualquiera me valdría, pero el que más, TÚ, porque durante este tiempo siempre fuiste tú.

Te escribo para despedirme, así de esta forma hipócrita y sin dar la cara, sé que he sido echada sin apenas palabras, y no tengo otra manera. Todavía se me hace un nudo en el estómago cuando pienso en tus últimos minutos a mi lado, y después, como látigo, tu silencio, incomprensible hasta decir basta.

No quiero tus explicaciones, ni defenderme si dije algo en algún momento, ya no. No me sirven los juicios, y menos las cazas de brujas. Que realmente tengo la conciencia tranquila, porque lo que sentía lo hice, lo demostré, a cada segundo, aún sin saber si valdría la pena, aunque a la vista está que los rumores han pesado más que lo vivido juntos.

Sólo debo disculparme por creer que sí, que a pesar de tus ataques de inseguridad éramos especiales, por confiar en los «te echo de menos», por sentir escalofríos cuando me cogías de la mano en la calle, por las noches disfrutando de tu calor, por hacerme la dormida por las mañanas y esperar que me tapases con cariño, por imaginar un día a día así, feliz, por querer vivir en el abrazo de la persona que más me ha hecho reír en la vida. Perdona, pero no sabía que se pudiese sentir este «algo», nunca se me pasó por la cabeza, pero de repente el concepto «amigos» que tanto me vendías era demasiado pequeño para abarcar todo lo que me dabas. Ya, que sí, que siempre dejaste claro con palabras que hasta ahí, que sé que estás esperando algo mejor (que yo), eso me contaban tus amigos; el amor de película, el flechazo perfecto, pero que de mientras preferías comer palomitas y dormir a mi lado que salir a buscar a tu actriz principal. No te culpo, porque hasta conocerte yo también pensaba igual. Y mira por donde, me quedé, una noche tras otra, un día tras otro, porque tú eras casa, y lo siento porque nunca te dije lo feliz que me hacías por miedo a que te diese miedo, otra vez.

Quiero darte las gracias, por todos los momentos, aunque por ellos mismos hoy te «odio» un poco. Hace tiempo alguien me dijo que si no quieres llorar mejor no crees recuerdos. Pues he llenado la caja, la casa, y allá donde mire de «nosotros». Las reglas están para romperlas…

Gracias por haberme hecho ser yo, aunque ahora ya no sepa quien soy. Parece que si no me miras tú ya no exista, pero volveré, te lo prometo. Esto pasa a veces y no es culpa de nadie, los sentimientos son así de caprichosos.
Me quedaré con tu camisa, que por supuesto me queda mejor que a ti, esa con la que te dije adiós sin saberlo, porque de haberlo sabido hubiese aprendido a hablar, a correr detrás de lo que no quieres que se escape, a quitarme la coraza. Te hubiese gritado que no te fueras, que no te necesito pero sí te quiero, y te hubiese pedido que me cantases ese «a que no me dejas» que tanta vergüenza me da muy alto, que el espectáculo hubiésemos sido nosotros. Demasiado tarde.
Con tu permiso, voy a recrearme un poco más en esta historia que al final también parece de película, y esperar si un día apareces para decirme que soy yo pero que no tuviste valor. Así modo Quim Gutierrez, casette en mano, dedicándome un baile que me diga que no será el último. Me recrearé, pero solo será un poquito, que la vida real me espera, seguro, aunque tú ya no estés.

Así que me voy, sin hacer ruido, como siempre, que nunca fui de solucionar conflictos, siempre se me dio mejor cerrar puertas y llorar detrás sin que nadie me vea. Espero que me recuerdes, que te pique un poquito el corazón, y que de vez en cuando me compares con alguien y pienses «sí, era especial».
Como dice Sabina, te quise por amor al arte, ahora por delicadeza.

En algún momento, tuya.

Tu haz de luz