CAPITULO 1. DE CÓMO LLEGUÉ A ESTE DESIERTO

Después de una relación bastante larga, un par largas y escasos rollos sexuales defectuosos me encuentro de nuevo en la travesía del desierto. No encadeno relación con relación, me doy mi tiempo de barbecho para recuperarme a mi misma, que es lo sano mentalmente hablando. Y como realmente creo en la pareja como constructo teórico, vamos que me mola la idea de tener un compañero de vida con el que compartir la vida y el sexo, pues allá que voy de intentona en intentona dejándome el corazoncito y haciendo duelos por ideas preconcebidas en el intento. Seguramente hay personas que aprenden más rápido, yo como que no, o no veo las banderas rojas o soy demasiado buena, el caso es que esa persona para toda la vida no ha aparecido y a estas alturas, cerca de los 50, no se yo…

La última relación han sido más de cuatro años de ciclo narcisista de manual. A una fase de luna de miel con proyectos de vida y futuro y seducción sexual a lo bestia le siguió una devaluación lenta pero inexorable con todo el pack: sutil luz de gas, tratamiento silencioso, ira narcisista lo suficientemente espaciada (según él, yo le hacía llegar a ese extremo). Nunca pensé que estuviera loca, aunque me acusó de ello. Me sentía atrapada y sola, incapaz de salir del jardín en el que se había convertido mi vida, sabiendo que nunca debí haber permitido ciertos comportamientos y situaciones. Estaba física y emocionalmente destrozada. Físicamente porque la ansiedad me comía, el pelo se me caía a mechones, el ciclo menstrual descontrolado, llegué a pensar que la menopausia me acechaba. Emocionalmente porque sus comentarios eran devastadores: nunca vas a adelgazar y tendrás problemas de salud, vas a tener problemas con los vecinos, la gente te va a engañar, no vas a encontrar a nadie que te quiera como yo, no tienes amigas cuando bien sabía que mi mejor amiga había muerto de cáncer de mama.

Afortunadamente la luz se hizo de la manera más simple, aunque en ese momento no entendía nada. Él era bastante categórico en su manera de pensar y cuando mis hijos y yo quisimos adoptar un perro sentenció: „si entra el perro salgo yo“. La bronca fue monumental, me importaba más un perro que él. Reculé, claro, pero ahí fue cuando me descartó, por supuesto con otra en la recámara. Y se fue, recogió sus cosas y se fue. Y lo que le faltó ya me encargué de que se lo llevara o tirarlo. Y el perro entró, claro que entró, en mi vida y en la de mis hijos, por suerte no era su padre. El cachorro ha supuesto un proyecto familiar en común, nos da alegría y cariño, nos saca a pasear. Hemos salvado a un cachorro, pero él cachorro nos ha salvado a nosotros, a mi sobre todo.

A los 3 meses del descarte, estaba pasando mi duelo, aunque sin entender nada de lo que había sucedido, y una de las veces que recogió sus cosas me dijo que creía que nos habíamos equivocado, que nos había podido la cabezonería a ambos y que aún me quería, me preguntó si estaba segura. Efectivamente si, estaba segura, segurísima de que era lo que mejor y me daba mucha pena por la siguiente mujer con la que estaba ya viviendo desde hacía mes y medios del descarte. Ese mismo día cayó en mis manos la información sobre el ciclo narcisista. Fue como si se me cayera la venda de los ojos, lo vi todo claro, cristalino. ¿Cómo no pude darme cuenta? Me sentí manipulada e idiota, pero me quedó la tranquilidad de que era imposible recuperar esa relación. Sentí paz al comprender lo sucedido.

Pero chicas, los meses han pasado y lo mío no era menopausia y es por eso que ahora me encuentro en esta travesía del desierto.
Continuará…