¡Buenas a todas! Espero que estéis teniendo un buen verano, y si no es así (como en mi caso), ojalá que se os pase lo antes posible.
Venía a contaros mi historia y buscar un poco de ayuda, así que se avecina chapa.
Actualmente tengo 30 años y a los 15 sucedió algo que jamás pensé que pudiera pasarme, en parte por mi siempre baja autoestima, o más bien falta de ella. Siempre fui una cría más bien pasada de peso, aunque en realidad no era para tanto, pero para mi percepción de entonces era brutal. El caso es que a mí los tíos no me miraban, no era en la que se fijaban de entrada y a esa edad pues sí, pero supongo que era más el «liarte por liarte».
El caso es que en una noche de botellón, cuando el tío que me gustaba entonces me rechazó, alguien se me acercó. Este tipo es familiar de unos amigos de mis padres, gente con la que me he criado y que me son muy queridos, así que en cierto modo lo conocía y me parecía alguien de mi «confianza». Vaya, que no lo tenía yo en la mira como peligroso.
El caso es que entre copa y copa, se fue todo el mundo y nos quedamos solos. Acompañamos a otra chica a su casa y a la vuelta de la esquina, este ser me empujó contra la pared y me empezó a besar, además de notar que estaba empalmado, lo cual me dio entre miedo y una mezcla de subidón que a día de hoy me mata del asco. En ningún momento recuerdo que preguntase si yo quería hacer algo más o no, dado que yo tenía 15 y él por entonces unos 21. Menos de esa edad no.
Me llevó a un lugar apartado del pueblo donde no había nadie e insistía mucho en que no contase nada y su actitud era de que no nos vieran. Yo, tonta de mí, pensaba que mejor, que tampoco quería que me vieran con él, en plan «no te has ligado a uno ni más guay ni más guapo», sabiendo en el fondo que aquello se me estaba yendo de las manos.
El caso es que la mayor parte de aquella noche la he olvidado por mucho tiempo y lo único que me ha quedado es un vaginismo que me ha impedido todos estos años mantener relaciones con otros tíos. Además, por supuesto, del rechazo físico que me supone ver a esta persona. Entro en tensión.
Cuando terminó conmigo, me dejó sola y se fue, después de decirme que no se lo contara absolutamente a nadie. Yo en mi vergüenza dije que sí. Ese mismo día, obviamente, se lo conté a mi mejor amiga en modo niñata, «mira, he perdido la virginidad antes que tú».
Y tan perdida, que estaba orinando, entró mi madre al cuarto de baño y en el instante que me limpié, salió el papel lleno de sangre roja brillante. Mi madre puso el grito en el cielo, otra cosa no pero para olerse las cosas malas es una experta. Me preguntó qué había hecho y le dije que sería la regla. Además, sentía como si hubiera algo dentro de mí pero claro, «la primera vez es sucia, asquerosa y duele». Me callé y estuve tres días sangrando.
No entendía por qué ni qué esperaba, pero me sentía abandonada por la actitud de este cerdo, que me miraba de lejos como si me atravesara con rayos x y me sentía intimidada, así que empecé a darle vueltas a la idea de contárselo a algún adulto. Luego recapacité y pensé que era una cría y que contar eso era un intento burdo de llamar la atención, cómo no, algo a lo que me negaba.
Con el tiempo lo confronté, insistiendo en que reconociera su error y pidiera perdón, pero pasaba. ¿Lo más gracioso? Una de esas noches se agarró a una de mis amigas y la manoseó mientras nos íbamos a casa, le tocó el culo, pero bueno, es igualmente asqueroso y denigrante porque ÉRAMOS MENORES DE EDAD.
Durante años he olvidado, ignorado, evitado a este tipo. Mi cuerpo se ponía tieso al verlo, un asco me invadía, no sé cómo explicarlo. No me sentía bien. Pero seguí callada, claro que sí. Callada en casa porque entre mis amigas siempre fue sabido y con chicos con los que me he liado, también lo conté. Pero a mi familia no, quería evitarles esa información, aunque sí, se sabe que algo hubo y se creen que fue un simple lío.
Cuando tenía 23 años estaba pasando una época muy chunga y ese verano empecé a trabajar con mi padre. El tipo tenía la consideración de aparecer por el garito con sus amigos. Recuerdo un día en concreto que no sabía dónde meterme, yo sólo quería salir corriendo. Hice mil malabares por no atenderlo y tuve que hacerlo porque estaban, casualmente, estos familiares suyos a los que adoro, si no, habría seguido ignorando su presencia mientras yo misma no podía esconderme ni salir corriendo. Recuerdo un momento muy puntual de ese día en que entraron varios amigos y conocidos míos y me sentí «protegida» al no estar mi padre en ese momento a mi lado. Un alivio que sólo auguraba que lo que sentía no era ni bueno ni normal. Pero volví a ignorarlo.
Paso ahora a otro momento muy malo de mi vida en que con 26 años, tras unas copas y una noche muy mala, le cuento a mi padre lo que pasó y cómo fue. No recuerdo la conversación en gran parte, pero no se me olvida la cara de decepción de mi padre, su «¿Por qué no me lo contaste y hubiera hecho algo?», a lo que le respondí con la voz rota y ahogada: Porque pensamos (mi mejor amiga y yo) que era de niñatas contarlo.
Estos últimos años, con el tema de la concienciación feminista, es algo a lo que no he dejado de darle vueltas. El tema de la Manada creo que me abrió las puertas a la introspección de esta historia de mierda, todo lo que sucedió en aquel verano del 2016 y de ahí en adelante con el trato a la chica, la poca vergüenza de los violadores y sus familiares, etc. Supongo que muchas nos hemos sentido sobrepasadas con la historia, nos hemos identificado, hemos imaginado su dolor, así como el de otras víctimas más, incluyendo a la chica de Pozoblanco.
En los tiempos pre pandemia me encontraba ya trabajando con mi padre, después de irme de la ciudad en la que estudié y viví durante varios años. Tampoco estaba yo al 100% estable, cuando me encuentro nuevamente al sujeto este en nuestro local y mi hermano pidiéndome que lo atienda. En otras ocasiones lo he ignorado porque he estado yo aquí sin trabajar, pero en ese día no pude. He de decir que fue un día de Nochebuena y que aunque una de mis mejores amigas me pidió que saliera y mis padres también, me tiré a la idea de no salir de casa y pasarme la noche durmiendo para no pensar, para llorar. No me olvido de este pedazo de mierda entrando y saliendo, riéndose y tal, haciendo como si nada pasara, como si yo no existiera. No sé, me choca, me revienta, es una percepción de mundo al revés.
Pasó la cuarentena y nos vamos a septiembre de 2020, aparece el tipo de nuevo en mi local, estando mi padre. Empiezo a temblar, a ponerme rígida, nerviosa. Le insisto en que lo eche, que no lo quiero aquí, que me niego, y con las circunstancias, mi padre se niega. Recurrí al chantaje emocional: ¿Después de lo que me hizo? Y mi padre simplemente me dijo que me fuera a casa si quería. Entonces empecé a decir que era lo que es: un puto violador. Y la gente cuando lo digo se queda como si estuviera loca o simplemente se me hubiera ido la cabeza, preguntan quién y respondo.
No he tenido la oportunidad de cruzármelo de nuevo en el local, yo sola, y llevo casi un año esperando, haciéndome a la idea de que cuando atraviese la puerta, por mis ovarios que sale y no entra más.
El caso es que hace unos meses tuve unos problemas de salud, de hormonas y tal, así como problemas a la hora de que me viera el psiquiatra, etc. Recientemente me anularon la cita y me la reagendaron para tres meses después. La ansiedad me ha ido a peor en estos tiempos. También ha coincidido que en el plano sentimental tengo menos vida que una piedra, y me supera. Me abruma el rechazo, el miedo a un no, y cuando me rechazan, me hunde la autoestima más de lo que pienso. Así que, cuando hace poco quedé con un chico por Instagram, me sentía super poderosa. Pero pasó lo que yo ya sabía que iba a pasar: no pude mantener una relación sexual plena como me gustaría, además de que el chico me ha hecho ghosting y volvemos a la miseria existencial.
El caso es que en esos días empecé a venirme más y más abajo, no sabía por dónde salirme. Llevaba ya también un tiempo pensando en buscar la sintomatología del estrés postraumático. Fueron dos o tres semanas de dormir fatal, de un humor insoportable, de querer llorar y llorar sin entender por qué, pero claro que sabía. Cada vez la bola se iba haciendo más y más grande en mi cabeza, hasta que leí los síntomas del estrés postraumático. La ansiedad y un trastorno afectivo no especificado ya lo tengo diagnosticado por el psiquiatra, pero de repente encajaron todas las piezas.
Las dificultades para recordar las cosas; el insomnio; el estado de alerta en ciertas situaciones; las tendencias suicidas; lo intentos de suicidio; el miedo sin motivo aparente; los flashbacks recurrentes de lo sucedido, recordar las escenas como a pedazos, como si no fueran mis vivencias; la autolesión… Además de la ansiedad ya citada. Así que me derrumbé y me pegué un fin de semana entero llorando, sin saber cómo actuar, qué hacer, intuyendo que esto necesita un punto final porque ese abuso, esa violación, ha supuesto un antes y un después en mi vida. Cuántas cosas que me han pasado, cuántas actitudes entiendo perfectamente ahora, por qué era así, por qué actuaba de tal forma, mi relación con el sexo opuesto, etc., en fin.
La cosa es que hace unos meses se lo conté a unas personas nuevas que conocí, que me creyeron en seguida. Estas personas son amigas íntimas, muy íntimas, de la hermana del sujeto innombrable. Ellas mismas me han comentado que el tipo es un cerdo en las distancias cortas y que su hermana es hiper feminista, lalala. Lo mejor es que ella también es muy amiga de mi hermano y aquí es donde viene mi debate moral y emocional.
Yo sé que su familia no tiene culpa y a muchos de ellos los adoro, son personas de las que sólo tengo buenos recuerdos y palabras, de antes y de ahora, actualmente. Tenemos un negocio, vivimos de cara al público, yo incluida. Mi hermano y muchos de sus amigos son amigos de este innombrable, así como mi padre es íntimo de familiares de él. Y no puedo, me reconcome la conciencia y siento que debo callarme, y me ahoga. Me ahoga y me destruye pensar que este tipo hace vida normal, que se dedica a trabajar con niños, que vive su vida perfectamente, que la gente lo quiere y lo consideran bien. Luego pienso en su familia, que sus padres y su hermana no se merecen que yo les haga daño, ni el resto de su familia. Pienso en mi propia situación y el silencio me impera, me ordena que siga callada e ignorando mi dolor y mi rabia.
Pero, ¿qué pasa? Pasa que no puedo. Siempre he sido una persona de muchísimo carácter, de no callarme cuando algo es injusto, de llevarme el dolor hasta el extremo para no hacer daño y cuando ya no puedo más y necesito soltarlo, duele. Duele a quien me hace daño y a mí misma por hacerlo, porque no he podido evitarlo.
Muchas veces consideré denunciarlo pero creía que no era viable, que no había manera, porque no tenía pruebas. Lo único que tengo es un trauma y una vida deshecha, una autoestima inexistente, un recuerdo permanente, un dolor que cada día me cuesta más y más acallar. Siento que tengo entre manos la caja de Pandora y que necesito abrirla, pero sé que viene un torrente, un diluvio universal que no podré parar y eso me ahoga. Pero pienso que ese tipo sale impune de todo, comparado con todas mis taras, mis carencias, mis indecisiones, mi infelicidad, y se prende algo dentro de mí que busca que pague.
Un detalle que no conté, que durante mucho tiempo olvidé, fue que yo esa noche llevaba un pantalón vaquero, de esos que el botón va apretado a presión, como los remaches. Lo arrancó. Me lo arrancó de cuajo y lo tengo guardado. Creo que eso describe la violencia del acto, no sólo del aprovechamiento y del abuso de poder y autoridad por ser alguien mayor, de la manipulación, además de los tres días que estuve sangrando y sintiendo que me ardía la vagina, y demás historias de mierda posteriores al hecho.
Hablé con mi mejor amiga al respecto (no es la misma que menciono anteriormente) y me sentí muchísimo mejor. Algo que rescato de esa primera conversación es haberle dicho: «El último capítulo de El cuento de la criada, ¿te acuerdas de lo que hacía June? Pues ése es mi estado mental ahora mismo».
Siento ganas de que se le caiga el mundo encima, de que pague y sufra, que sienta un mínimo del dolor que yo he sentido todo este tiempo. Y me muero de ganas por denunciarle, pero sé cómo son las cosas, cómo es la gente, cómo es la justicia y no sé si estoy preparada para tanto, para que me señalen, para hacer daño a gente que no se lo merece. Luego pienso que yo tampoco me merecía este daño, yo era una cría, ya tenía mis penas a cuestas a esa edad, y este cerdo terminó de enterrarme viva. Y es una lucha interna continua, un debate, una constante en mi vida imposible de olvidar, que no puedo acallar. Últimamente duermo incluso peor de lo que recordaba, me vengo abajo mucho más rápido, soy más propensa a los ataques de ansiedad, al miedo, al temor de encontrármelo. Ya no es sólo tener tendencias suicidas a diario, pensamientos intrusivos constantes, etc. (estoy en ello, intentando solucionarlo y hablar con profesionales de estos temas para proceder), es el revivir un día y otro, el sentirme culpable de lo que me hizo, preguntarme por qué no me fui cuando pude huir (hay un momento de la historia en que se olvidó su riñonera en un lugar y me mandó a mí a por ella para que a él no lo vieran, y ahí pensé en huir, pero no lo hice) y así llevo 15 años, sólo que ahora me atormenta cada día más y más a menudo.
De momento he pedido ayuda para buscar una solución. La chica a la que consulté me preguntó qué quería hacer y no supe. Me encantaría denunciar y que se jodiera él y toda su estampa, porque tengo muy claro que no voy a conseguir justicia nunca, para mí no existe, y a efectos prácticos en juicio, si es que llegara a haberlo, no me hago muchas ilusiones. Por otro lado tengo claro que necesito salir de este pozo, reconstruir la mierda en la que me ha convertido desde el día que decidió que podía violar a una cría y hacer lo que le diera la gana, sin remordimiento alguno. Lo siento muchísimo por lo que padezca su entorno pero es que yo no pedí que me violara un conocido, alguien en quien yo confiaba porque mi familia confiaba en la suya y viceversa.
De momento sólo he pedido ayuda profesional en cuanto atención, no sé cómo sería el proceso de lo legal, pero no lo descarto, apesar de mis pesares y mis dudas.
Hubo un día en que me dijeron que quizá ni siquiera se plantee que lo que hizo estuviera mal, ni entonces ni ahora. Ahora hablamos de responsabilidad afectiva, de que acostarse con menores es violación (yo en ese entonces tenía 15 y había bebido), de que está mal, etc. Pero yo no lo veo así. Tengo clarísimo que sabe perfectamente lo que hizo porque me consta que ha acosado a otra persona con la que tengo relación y que siempre supo lo que me hizo, algo que sucedió más recientemente, pero es una historia que no me pertenece. Este ser es un depredador, me lo dice su actitud de entonces y la de ahora. La de venir a pasearse delante de mis narices como ese fin de semana que menciono, que tuvo el detalle de acercarse a menos de un metro de mí en un local diferente para hablar con el camarero. Es que no tiene ni la poca vergüenza de hacerse invisible cuando está por donde yo vivo. He pensado en largarme pero, ¿por qué yo? Es él quien supone un peligro para la gente.
Lo único que quiero es preguntar opiniones, conocer historias. ¿Debo pasar y dejarlo estar? ¿Debo tirar de la manta y que se venga su vida abajo con todo? Llega un punto en que me conformo con que quede señalado, marcado, como me he quedado yo. La diferencia es que aún así, yo me pregunto si estoy haciendo lo correcto o no, y sigo sin saber qué hacer.
Muchísimas gracias a quien haya llegado hasta aquí y a quien quiera aportar su experiencia u opinión. Un abrazo enorme 🤗