Tú te crees que conoces a alguien, lo crees de verdad, de corazón. Básicamente lo crees porque son más de 20 años de amistad y no te esperas que te vayan a sorprender en algo tan sencillo como querer a tus hijos.
Mi marido y yo tenemos una amistad con otro matrimonio de más de 22 años para ser exactos, ellos dos iban juntos al instituto, nos presentaron a nosotras y desde entonces pues pa toda la vida. Somos dos familias ‘consolidadas’, tenemos hijos ambos matrimonios y nos juntamos para cenar los findes e ir nos de viaje cuando el bolsillo y la situación lo permiten.
Pues bien, anoche el hijo de nuestros amigos ‘salió del armario trans’ (uso esas palabras porque es lo que él nos ha dicho, perdón si meto la pata con las palabras, la verdad es que no controlo mucho de terminología LGTB) y nuestros queridos amigos lo echaron de casa. Después de llamarle monstruo, de decirle que siempre iba a hacerles la vida imposible y que parecía que buscaba excusas para poder hacerles daño.
Yo soy la madrina de ese niño y os digo que es un niño porque si lo has visto crecer lo sabes. Pequeños gestos, pequeños detalles, pequeñas nimiedades que eran claras alertar que decían que ‘siendo niña’ no estaba a gusto. Si lo he podido ver yo ‘desde fuera’, en su casa no se puede hacer los locos.
Pues nada, Joak (así nos ha dicho que se llama ahora) después de la pelea en casa, vino a la mía, nos contó todo y nos dejó de piedra. Pedimos pizzas, se duchó, le dejamos un pijama de mi mayor y le dijimos que durmiera en su habitación.
Llamé a ‘mi amiga’ y encima me echó la bronca por apoyarle, dice que es una fase, que todo lo que quiere es llamar la atención y que deje de malcriarlo.
Le colgué.
Es casi mediodía y no he vuelto a saber nada de ella, me he pasado la mañana mirando el móvil por si me escribiera y nada, ni flores.
Estoy alucinada.