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DESPUÉS DE ACOMPAÑAR A MI NOVIO EN SEMANA SANTA YA NO QUIERO SEGUIR CON ÉL
Llevo un año con mi novio y, sinceramente, creo que no va a pasar de aquí.
Las últimas dos semanas han sido rarísimas, yo no me siento a gusto y por más que intento reponerme, no consigo seguir viéndole como la persona que creía que era antes de que nos fuéramos juntos a su ciudad a vivir la Semana Santa.
Mi novio es Sevillano, que sí, que ahora me diréis que siendo Sevillano es normal y tal, pero es que él jamás había mostrado interés en nada religioso ni comentado que le gustase la Semana Santa. Alguna vez dijo que para él era importante pasarla con su familia, pero pensé que era más por el hecho de estar juntos que de todo lo demás. Nunca ha rezado, nunca ha ido a misa y me atrevería a decir que no es creyente. Pero bueno, la cuestión es que llegó Semana Santa y nos fuimos los dos a Sevilla a conocer a su familia y de paso pasar allí las fiestas.
Fue pisar Sevilla y ya no reconocí a mi novio. Empezó a usar expresiones religiosas metiéndolas con calzador y a besar una estampita que llevaba y que no sé ni de donde la sacó. Sus padres son mayores y los tiros iban más o menos por el mismo camino, todas las conversaciones eran de vírgenes, cofradías y bandas. Temas que a mí se me escapan completamente y que, visto el ambiente, no me vi con el valor de decir que soy atea.
Mis planes de visitar Sevilla desaparecieron, todo nuestro horario y calendario se montó para coincidir con todos los pasos posibles, de Sevilla y de un barrio de al lado, que al parecer también eran bonitos. Cuando le dije a mi novio que quería ver la ciudad y hacer turismo, me miró con mala cara y me dijo que ya volveríamos en otro momento para eso, que ahora era Semana Santa y era una falta de respeto hacia él y su familia no honrar a la Virgen y a Cristo.
De verdad que él jamás ha sido así. Él es un chico graciosísimo, con un toque de humor negro, extrovertido, agradable y que nunca se ha mostrado fanático con nada. Ni religión, ni futbol ni nada. Pero allí de repente era el más devoto de todos.
Aprendí la expresión “ser un capillita”, que encajaba bastante bien con todo lo que estaba viendo. Los “capillita” son las personas que realmente no son creyentes, que durante el año pasan de todo, pero que cuando llega Semana Santa de repente se comportan como si su vida entera dependiera de Dios y de honrarle.
Ir a ver los pasos solo empeoró la situación. Nos teníamos que vestir como si fuéramos a un bautizo, incluso me recomendó que pidiera hora en la peluquería. Íbamos desde muy temprano a coger un buen sitio, horas de pie, para luego ver pasar el paso. Él me iba explicando muy emocionado como funcionaba todo, lo que simbolizaba, las posiciones que había en las cofradías… Conocí a algunos de sus amigos del pueblo, todos de traje también, se abrazaban, se besaban y se decían “que Dios te bendiga”. Todos eran más o menos del mismo estilo de lo que estaba viendo en mi novio. No entendía nada.
El primer día fue el más suave, yo ya estaba completamente descolocada, pero es que luego se puso peor.
¿Sabéis esas personas que se ve en la tele que gritan a la virgen y lloran? Pues ese era mi novio.
Los días siguientes fueron una locura, no quiero extenderme mucho así que os diré los momentos que a mí más me removieron.
En Semana Santa llovió, por supuesto, porque siempre llueve, absolutamente todos los años. Pues hubo varios pasos que no pudieron salir y allí estaba mi novio. Llorando a moco tendido, abrazándose con la gente, llegando incluso a dar patadas de la rabia a un contenedor y gritando lo injusto que era todo. A mí me dio muchísima vergüenza. Parecía un niño pequeño y todo por algo que era completamente previsible y que pasa todos los años. No entendí nada, no lo reconocía.
Fuimos a ver un paso en el que había que estar en silencio, en completo silencio. A nivel cultural me pareció interesante y el momento en sí fue bonito, hasta que a mi novio se le empezó a girar el ánimo. Cada persona que tosía, que sollozaba o que susurraba, le molestaba muchísimo. Les clavaba una mirada hostil, pero hostil de “te voy a partir la cara”, hasta que paraban. A un hombre mayor que hablaba con su mujer muy flojito, le dio golpecitos en el hombro y le hizo el gesto de que guardase silencio con muy mala leche.
En uno de los pasos, fuimos persiguiendo a la figura. Él iba emocionado, llorando y gritando a la Virgen “¡Guapa!” “Al cielo con ella”, aplaudiendo como un loco a los que cargaban el paso y derrumbándose de emoción cuando hicieron “la levantá”, que básicamente es levantar la figura cuando hacen el cambio los costaleros.
Paró a varios nazarenos y les pidió que le echasen cera caliente en las manos, quemándose. Me explicó que era una manera de mostrar sacrificio y devoción. Que hay niños que hacen pelotas de cera y que los adultos, lo hacían así.
Hubo varios momentos en los que se tuvo que sentar en el suelo a llorar y a besar su estampita, repitiendo frases como “eres la más grande de todas las mujeres” “somos tus siervos” y un largo etc.
Por supuesto en ningún momento estuvo por mí. No se preocupó por si iba bien el tema de conocer a su familia, si estaba a gusto o si me estaba adaptando. No hubo planes conmigo, ni citas ni nada de lo que yo quería hacer. Todo giró entorno a la Semana Santa y a un fanatismo que, a mi parecer, era muy exagerado.
Yo sé que hay gente que lo vive así, lo que me chocó es que él nunca había hablado de ello, nunca se había mostrado creyente y por supuesto, no era la persona que yo estaba viendo esos días. Me pareció todo tan hipócrita que desde entonces ya no le veo igual.
Cuando volvimos a casa ya nada era lo mismo. Él volvió a ser el chico de siempre, a ser cariñoso, divertido, a estar por mi… Pero yo no puedo quitarme de la cabeza la locura que vivimos allí esos días.
Aun no he hablado con él y está bastante descolocado, no entiende qué pasa. Yo estoy esperando a ver si con el tiempo todo vuelve a su sitio, pero luego pienso que cuando vuelva a ser Semana Santa, volverá a ser esa persona y tendremos el mismo problema.