Vengo a poner una nota de humor en este finde con mi historia de pardillismo ilustrado.
Fumo desde que tengo 16 años que empecé con la mítica tontería adolescente. Pero me enganché y desde entonces nunca lo he dejado. En mi casa se enteraron cuando tenía 17 años que me pillaron un paquete y no coló eso de »se lo estoy guardando a mi amiga». Me echaron la típica bronca porque además en casa todos son de la liga antitabaco pero la cosa quedó ahí. Nunca fumé delante de mis padres ni de mis hermanos, era como algo que se sabía pero nada más.
Cuando entré en la universidad me fui a vivir fuera y seguí fumando. Al menos hasta que conocí a mi actual marido. Un chico muy sano que lógicamente nunca me prohibió fumar (solo faltaría) pero sí que me solía decir que le molestaba el humo. Cuando nos fuimos a vivir juntos estuve un par de meses sin fumar porque en casa por respeto a él no fumaba y si salíamos o algo no me apetecía. Pude haber aprovechado aquello para dejarlo del todo, pero un buen día me apeteció, me compré un paquete y no sé por qué me lo escondí en un cajón para cuando me apeteciera bajar y echarme un pitillo.
Desde entonces todo el mundo sigue pensando que lo he dejado, que ya no fumo nada, pero yo en realidad me suelo fumar unos 3 pitillos al día. Soy una adolescente que se esconde para fumar con 32 años, ¿se puede ser más triste? JO JO JO JO
Encima, con el tiempo como me da corte que la gente se entere de mi secreto, cuando fumo me preocupo mucho de no dejar rastro del olor y estoy todo el día que si chicles, que si perfume… Bueno, en la cuarentena casi me da algo, lo bueno fue que por mi trabajo en seguida me reincorporé y volví a mi vicio.
Cuando muera pondré en mi lápida ‘ella, que fumó en secreto toda su vida’ JA JA JA JA JA