Buenos días chicas, hace ya algunos meses que ocurrió lo que os voy a contar. Pero puede que por miedo (o vergüenza) no me haya atrevido antes a contarlo. Allá voy.
Mi chico y yo tenemos un pequeño comercio, una tienda a la que, por el tipo de producto que vendemos, vienen muchos chavales. Además, tenemos una zona donde la gente puede jugar a cartas o juegos de mesa, así que os imaginaréis que conocemos a mucha de la gente joven de nuestra ciudad.
El caso es que un viernes como otro cualquiera, tras toda una tarde de atender clientes y vigilar que en la sala todo fuera como la seda, me dispuse a hacer el cierre como cada noche. Aquel día estaba sola ya que mi pareja estaba cuidando de nuestra hija. Bajé un poco las persianas, apagué las luces de parte de la tienda, y me puse con el arqueo de caja.
Pasado un rato me giré para apagar el ordenador y, de repente, escuché un golpe en la persiana (que, mal por mí, no había bajado del todo). Me giré del susto y vi a un chico encapuchado y con media cara tapada por una braga en la puerta abierta. Yo en seguida imaginé que venía a robar, pensé rápido y me di cuenta de que ya había guardado la recaudación, mi corazón comenzó a ir a mil por hora. De pronto veo que saca las manos de sus bolsillos y al grito de ‘GOOOOOORDAAAA!!!’ me lanza algo que golpea a tan solo unos centímetros de mi cara. ERA UN HUEVO. Al ver que no acierta, lanza otro que tampoco consigue alcanzarme. Entonces, llevada un poco por la adrenalina y la mala ostia, salgo corriendo tras él.
El local es bastante grande, así que para cuando llego a la puerta ya no lo veo, pero a él y a sus amigos les dio tiempo de tirar más huevos contra el escaparate de la tienda. Nuestra calle es poco transitada y era ya de noche, así que tan solo pude ver a un grupo de chavales con chaquetas negras corriendo calle abajo.
Llamé a mi marido, que en unos minutos estaba allí conmigo. Los dos fuimos a la Policía pero, como era de esperar, nos dijeron que sin imágenes ni más datos, poco podíamos hacer. Recuerdo que pasé una noche horrible, ya no por el hecho de que unos niñatos me llamen gorda, que lo estoy y ya está, sino por la inseguridad en la que vivimos y la impunidad con la que estos chavales se están convirtiendo en delincuentes en potencia.
Estuve varias semanas sin poder hacer yo sola el cierre de la tienda por miedo a que repitieran la hazaña. Y me he indignado muchísimo al contarle esta historia a mis allegados y que muchos de ellos lo tilden de ‘chiquillada sin importancia’. ¿Y si uno de esos huevos me hubiera dado? ¿Y si llego a estar allí con mi hija y le pasa algo a ella? Me vuelve a hervir la sangre.
Muchas gracias por leerme amigas.
STOP GORDOFOBIA – STOP BULLYING