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Gracias de todo corazón por los mensajes, por el cariño, por vernos con tan buenos ojos a los dos. He leído cada palabra que habéis escrito y vuelvo arrastrándome de nuevo para me deis otra dosis de algo que necesite… porque estoy mal, estoy muy mal.
No sé cómo empezar a contaros todo lo que ha pasado estos días, pero bueno, empezaré diciéndoos que lo hemos dejado.
Después de la conversación que tuvimos en la que nos prometimos cuidarnos, querernos y reavivar la llama digamos que se quedó en eso, una conversación. Yo no sé qué me pasaba (o me pasa), pero no me salía quererle, no quería llegar a casa, no quería dormir junto a su cuerpo.
Quedé con mis amigas, os escribí a vosotras y fui a psicóloga (he estado muchos años en terapia, ahora no voy a no ser que me pase algo, una vez cada dos meses en plan ‘recordatorio’, pero ya no la necesitaba), a base de reflexionar, de compartirme y de hablar en voz alta llegué a muchas conclusiones. El chico de mi trabajo es una ‘excusa’ que me busqué para no admitir que no quería estar con mi pareja, es mono y me cae muy bien, pero desde luego que no me gusta lo suficiente como para dejarlo con mi novio.
De hecho os diré que ahora lo sigo viendo y todo lo que sentía se ha relajado muchísimo, cada vez me pongo menos nerviosa y tengo la sensación de que poco a poco estamos entrando en la friendzone de verdad.
Pero claro, el problema con mi novio sigue ahí. Mi cerebro no puede entender cómo es posible necesitar dejarle y necesitar a la vez tenerle cerca, sé que sueno como una egoísta de narices, pero es que ahora mismo estoy justo en ese punto.
Todo estalló en la casa rural a la que fuimos con los amigos que tenemos en común. Salimos casi todos viernes, pero muchos llegaron sábado por tema curro. Bien, yo fui viernes, mi chico llegó sábado. Me lo pasé TAN bien el viernes, con mis amigos de siempre, me reí, bailé, fui hasta el centro de atención en montón de momentos (soy más de pasar desapercibida), estaba en toda mi salsa, estaba feliz… Cuando nos despertamos al día siguiente y leí su whatsapp diciendo ‘estoy de camino’ me agobié, no quería que viniera, quería seguir allí, pero sin él.
Cuando llegó la noche y volvimos a beber pues se lió. Acabamos los dos llorando en la habitación porque le conté cómo me había sentido y me sentía, lo dejamos. Dormimos cada uno en una cama distinta (bueno, ‘dormimos’, yo tuve como tres ataques de ansiedad esa noche) y en el viaje de vuelta en coche lo hablamos todo sin alcohol de por medio. Las conclusiones fueron las mismas, lo teníamos que dejar, necesitábamos distancia física y descubrir qué sentíamos, qué queríamos y qué necesitábamos.
Llegamos a casa y se metió en la habitación para hablar con su madre y contarle todo, iba a irse él unos días del piso y necesitaba dónde dormir. Yo estaba metida en la cama escuchando cómo lloraba mientras hablaba con su madre y no me podía creer que yo estuviera haciendo eso, llegó a la habitación cuando terminó, se tumbó junto a mí, me abrazó, lloramos juntos, nos besamos y acabamos haciendo el amor… Todo lo que sabíamos que no teníamos que hacer. Fue el sexo más triste de mi vida. Creo que no lo podré olvidar nunca.
Después de aquello… le pedía que se quedara a dormir. Sé que está mal, sé que me vais a decir de todo, sé que lo estoy haciendo fatal… pero le necesitaba, necesitaba sentir su cuerpo, sentir su calor, sentir que no se había ido todavía.
Y ahora… ahora estamos que no sabemos ni cómo estamos. Decimos que no estamos juntos, pero se pasa por casa casi cada día y nos miramos y nos queremos de lejos y nos decimos muchas cosas sin decir ninguna. Y no sé qué hacer, no sé cómo dejar de necesitarle, no sé cómo dejar de sentir que me estoy cargando lo más bonito de mi vida, pero a la vez siento que no le quiero, que no quiero seguir con él, que necesito estar sola…
Creo que nunca en mi vida he pasado por una época tan mala, no como, no duermo, casi no existo… ¿Qué me pasa?