Hola, chicas/os/es:
Escribo aquí porque necesito desahogarme y quizás a alguna os sirva mi experiencia desde el punto de vista de masculino.
La conocí por casualidad. La conocí viendo una foto suya en un grupo de una red social. No os sabría explicar cómo, pero su mirada, sus ojos, su sonrisa. Algo me dijo «¡Me he enamorado!». Diréis que soy exagerado, pero fue así como lo sentí. Nos separaban muchas cosas. Kilómetros bastantes, pero sobre todo nuestras circunstancias. A mí las prisas y la soledad me jugaron malas pasadas, como dice una canción de un cantautor guatemalteco, «tarde, como siempre, nos llega la fortuna. Pero nos encontramos; te vi, me viste…». Comenzamos a hablar y yo, como sapiosexual avanzado, terminó aquel rasgo suyo, la inteligencia y elocuencia desbordante fueron flechas que atravesaron profundamente mi corazón. Pero, reitero, la soledad y las prisas ya me tenían atado a un matrimonio a todas luces insípido, carente de amor, comprensión mutua y, cómo no, de pasión. A esto agregamos que tengo una criatura de pocos años.
Pero empezamos a hablar cada vez más y más, sin habernos visto nunca, y ambos terminamos por rezarnos te quieros sentidos como nunca cada noche, cada mañana, cada mediodía. Cada puto minuto del día. Me levantaba y ella era, junto a mi criatura, mis razones para vivir. Pasaron las semanas y no pudimos más, poco a poco las ganas fulgurantes de vernos hicieron que sucediera lo inevitable: ella sorteó todo tipo de obstáculos para encontrarnos. No sabéis lo que fue aquel momento de verla por primera vez. Una sensación de irrealidad, de fantasía, de felicidad plena como en mi vida había sentido. Sobra decir que nos amamos como nunca. Nos hicimos el uno de la otra y la otra del uno como creo que jamás nadie ha experimentado en su vida, no como ella y yo. No lo sabéis. No era una cana al aire, no era sexo de desfogue. No. Ese mismo cantante guatemalteco tiene otra canción que dice «También es mi primera vez (…). Tuve sexo mil veces, pero nunca hice el amor». Pensé que había amado hasta ese momento, ahí toqué el cielo.
Hicimos más encuentros, ella dio más pasos que yo, y cada encuentro era atravesar una meta más. Insaciables en nuestra pasión y nuestro amor. Besar sus labios, palpar cada centímetro de su piel o simplemente contemplar su perfil a mi lado, ambos sudados de tanto amarnos, era tocar el cielo. Mientras escribo esto, mis lágrimas caen al rememorar todo. ¿Cómo pude ser tan… desastre?
Ella es perfecta. No hay cosa que no haga bien a mis ojos. Es indudablemente la mujer que siempre soñé. ¿Entonces dónde se perdió todo? ¿Dónde se fue todo a la mierda?
Ella dio pasos, como os comenté antes, pero yo no. Mi puta cabeza, que había sufrido un brote de ansiedad y depreseión, unido a una terapeuta que (malamente)me aconsejó «dejar esa mochila y centrarte en recuperarte antes de tomar decisiones mayores que afecten a tu estabilidad emocional, física y sobre todo a tu hijo, que en estos momentos necesita estructura familiar», unido a mi indescriptible cobardía de afrontar una conversación simple con la esposa a la que ya no quería y con la que ni siquiera compartimos cama desde hace años, no me hablo apenas y no hacíamos más que lastimarnos en una relación tóxica. Por no saber decir «lo siento, hemos acabado». Esa simple frase… me hizo tener que pedirle tiempo al amor de mi vida. Tiempo que ella no quería perder, como es normal. Tiempo que la destrozó en todos los niveles y con los que, estoy seguro, llegó a odiarme después de haberme llorado ríos ante mi aparente impasividad. Aparente porque el tiempo que le pedí, también lloré por mi falta de voluntad, esfuerzo y valentía. Más meses sin hablarle. Nunca he probado las drogas duras, pero si son la mitad de duras que no poder decirle a ella «Buenos días, amor mío», son entonces un puto infierno.
Hace unos meses volvió a contactarme para ofrecerme aunque fuera una relación meramente amistosa… pero yo no había cambiado mi estatus. Me había acomodado en mi mierda. Ese es el problema, cuando te empiezas a acomodar en las llamas del infierno que tú mismo has creado. Cuando la confortable estabilidad de lo predecible te susurra que no deberías cambiar nada, ahí la perdí del todo. Y tiene razón. Tiene razón en todo lo que me dijo palabra por palabra. Me pidió que jamás volviera a contactar con ella. Y lo he intentado. Aunque no uso las redes sociales, las he suspendido y bloqueado a toda persona que pueda recordarme lo mínimo a ella y, sin embargo, entro cada día, a la misma hora a la que le escribía, a ver su foto de perfil, sus maravillosos ojos, y susurro «que tengas buen día, amor. Eres maravillosa, ¿te lo han dicho antes?» junto a toda la retahíla de cosas que le solía decir hace ya casi un año. Joder, casi un año. Esa es mi piedra, yo soy Sísifo cada mañana, casi cada hora, entro al servicio de mensajería y repito lo mismo. «¿Has descansado? ¿Está todo bien? ¿Te he dicho que te amo?».
Hace un poco más de un mes por fin lo hablé con una amiga, le conté todo. Lloramos juntos porque ella quiere lo mejor para mí (me relaciono con muchas mujeres, porque trabajo casi sólo con mujeres y tengo más amigas que amigos) y me dijo por qué perdía el tiempo, que le hablara y le dijera que podíamos estar juntos. Esa misma noche me dijo que no quería volver a saber nada de mí. No pude ni siquiera decirle que iba a dejar todo por estar con ella.
Mi genética me augura una vida más bien corta, y tengo el presentimiento que entre el estilo de vida que he elegido desde que ya no «estamos juntos» no es el adecuado y esta ansiedad terrible que me despierta a media noche con taquicardias, me derivarán a eso justamente, a una muerte prematura. Pero lo tengo muy claro, sé que jamás volveré a amar a nadie como a ella, pero todos los días seguiré llevando mi roca a la cima rezando en voz baja «Buenos días, amor».
PD: Podéis decirlo: eres gilipollas. También podéis decir «vaya sororidad de su parte». Sólo os digo una cosa, llamadnos lo que queráis, pero sólo os deseo que os amen y améis como ella y yo nos amamos todo ese tiempo.