La tierra de los lagos – Capítulo 2

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    Capítulo 2

    Rebecca se despertó cansada aquella mañana, no había parado de pensar en aquel soldado, algo mayor que ella, y amigo de su hermano… Debía saber mucho de Erik si habían compartido tantos momentos. La doncella le abrió las cortinas, y se frotó los ojos.
    – Señorita, su padre la espera para desayunar. Deben tratar algunos asuntos sobre el negocio, el otoño se acerca, ya sabe lo que ocurre.
    – Si… Lo sé Diane, va a ser un mes intenso.
    – Levántese, además hemos hecho una tarta con las bayas que trajo anoche. Tiene una pinta excelente si me permite.
    – Está bien, voy. Sáqueme mi vestido de algodón grueso esmeralda, y para después sáqueme mis ropas de montar.
    – Perfecto.
    Mientras Diane se metía en el guardarropas de Rebecca, ella se metió en la tina de agua caliente y se echó agua por todo el cuerpo. Diane había puesto flores de lavanda para que se le impregnara el perfume y no necesitara gastar nada del perfume que su padre le trajo de Londres haría unos años.
    Salió de la tina y se secó, y mientras se ponía las enaguas Diane sacó el vestido. Era un vestido sencillo, escote cuadrado, mangas largas, un poco estrecho hasta la cintura, donde se abría una falda holgada y cómoda en forma de A. Diane abrochó los botones a la espalda y le ayudó a ponerse los botines con un tacón medio, muy cómodo ya que tenía el justo y necesario como para que no doliera.
    – Muchas gracias Diane, ya puedes retirarte. Te avisaré cuando vaya a cabalgar.
    – Perfecto señora, ¿se recoge el pelo usted misma?
    – Sí, apenas me iba a hacer una trenza.
    – Entonces la dejo tranquila señorita, que tenga una buena mañana.
    – Gracias Diane, igualmente.
    Diane y Rebecca tenían muy buena relación, Diane era mayor que ella, pero lo suficiente como para ser una hermana, no una madre. Cuando la señora Greywood murió Rebecca se sintió muy sola y fue Diane quien le enseñó cosas que sólo las mujeres saben, por lo tanto, Rebecca le tenía un respeto y un cariño inmensos.
    Rebecca se acercó al salón, donde Sir Roger ya tenía su taza de café acabada.
    – ¿Qué querrá hoy señorita? – Preguntó el criado.
    – Té con leche y miel por favor.
    – Perfecto.
    Se quedaron los dos solos y Rebecca no dudó en coger un trozo de tarta de la que Diane le había hablado. En efecto, la pinta era estupenda.
    – Verás hija, hoy me ha llegado una carta del señor Evans. Diciendo que quería hablar conmigo sobre negocios. Tiene algo en mente sobre las Américas y quiere discutirlo. Así que he enviado a un mensajero para decirle que venga esta noche a cenar.
    – Me parece estupendo papá. Por favor, no le diga nada sobre anoche, le dejaría en evidencia.
    – Yo nunca dejaría en evidencia a un soldado, y menos al soldado Evans, quien fue galardonado por el mismísimo rey en Londres. Así que tenlo por seguro princesa.
    El criado le sirvió el té a Rebecca. Y ésta lo probó.
    – Delicioso Miles, muchas gracias. Como decía padre, me encantará tener al señor Evans a cenar.
    – Estupendo pues. Les diré a los cocineros que hagan el mejor pescado que puedan encontrar hoy en el lago, y pasteles de carne y… ¿Un cochinillo?
    – ¡Padre no sea exagerado!
    – Está bien, pescado y pasteles de carne. – Miró a Miles y éste asintió con la cabeza como aprobación. – Por cierto, te he dejado en el estudio el número de ovejas ya esquiladas, las que no y los hilos que se están haciendo por oveja. Míratelo y date una vuelta por el taller. Tenemos que enviar 2.000 cajas a Nueva York en un mes. Y esta vez quiero que vengas conmigo.
    Rebecca paró de comer. ¿Por fin iba a cruzar el Océano?
    – ¿Está seguro padre?
    – Así es. Quiero que vengas conmigo y veas cómo trabajamos allí. Así que manos a la obra jovencita. Por ahora te está esperando el capataz de Bowness-on-Windenmere. Quiero que hagas lo que viste en la última visita.
    – Perfecto padre.
    Se levantó de la mesa y besó la mejilla de su padre y se dirigió a sus aposentos, ya que ese día ya no podría cabalgar. Cogió su capa azul, que fue anteriormente de su madre, pasó por el estudio a por los papeles y bajó a los establos donde la esperaba un carruaje.


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