En un parque de las afueras de Megaclar una mujer se afanaba en encontrar algo de comida entre los contenedores de basura. La mujer miró en los contenedores detenidamente pero no encontró nada. Ese día había pasado antes el camión de basura.
Unos pasos metálicos se acercaban al contenedor de basura. La mujer ya sabía lo siguiente que diría la basura metálica como ella lo llamaba pero aún así se quedó quieta con el miedo en el cuerpo.
– No tiene permiso para estar aquí. Por favor, vuelva a su zona asignada – dijo una voz metálica.
– Déjeme buscar entre los desperdicios de la basura, señor agente. Mis hijos necesitan comida y no tengo dinero para comprarla. La basura es lo único que tengo – clamó la mujer.
La mujer rondaría los cincuenta años pero parecía a ojo de cualquier persona que tuviera unos ochenta años. La miseria que la rodeaba le había hecho envejecer antes de lo previsto. El color de sus ojos era difícil de describir. En otros tiempos, esos ojos habían sido premiados como los más bellos del universo.
– Señora, debe volver a la zona central de la ciudad.
– ¿Cómo sabe que soy de la zona central?
– La base de datos de la policía ha sido actualizada esta noche. Gracias a esta actualización cada agente del cuerpo de policía puede obtener información de cada ciudadano de Megaclar.
No era la primera vez que la encontraban buscando en la basura de los ricos pero sí la primera en que un cyborg le hablaba de un modo más humano. La mujer de los ojos bellos se fue de aquel callejón acompañada por el cyborg hasta el coche patrulla. Antes de llegar
al coche patrulla la mujer sintió un pinchazo en el cuello y se le escapó la vida. El cyborg comunicó a la central la muerte de la mujer y se llevó el cuerpo con él. Alguien importante necesitaba unos ojos y quería los de ella.
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