Esto no es follodrama porque aquí no folló ni el Tato. Bueno, lo mismo el médico que me atendió sí que pilló esa noche, pero la que vine siendo yo misma, pues como que no.
Había quedado con Camilo (que no es su nombre, pero me hace gracia) por primera vez desde que mi amiga me había pasado su número. Era un amigo de un amigo de… pero el caso es que me ponía muy bruta y tras varios meses en barbecho me lancé a escribirle con toda mi jeta. Él en seguida se dio cuenta de quién era esa muchacha loca que le proponía unas birras y lo que surja, y no tardó nadita en darme el ‘sí, quiero esa cita’.
Quedamos en un local muy guapo del centro. Estaba a reventar de gente, pero el karma nos sonrió y nos hicimos con una mesita para los dos. Que si tonteo, que si ‘por qué me has escrito y ahora te cortas’, que si ‘me voy a pedir otra que así me lanzo’. Pasamos un par de horas en el bar poniéndonos a tono, que para cuando nos íbamos acercando a la puerta a mi el coño me bailaba la Macarena.
Pero como el Karma me había conseguido mesa, decidió entonces darme la espalda, y justo justo cuando iba a salir por la puerta del local tropecé con alguna mierda del suelo y terminé yéndome de morros contra el suelo. Si ya de por sí caerse es una putada, hacerlo en la primera cita cuando intentas parecer una Diosa del sexo es de lo peor. Me levanté corriendo, intentando aparentar que aquella ostia estaba más que preparada, pero en cuanto apoyé un pie en el suelo vi las estrellas, las galaxias y hasta la maldita nave de Darth Vader. Me había hecho daño de verdad.
Camilo, que no estaba él como para conducir ni una bicicleta infantil, intentó quitarle hierro diciendo que eso solo era golpe. Pero a más tiempo que pasaba, peor pinta tenía mi tobillo. Pasó de ser normal a convertirse en una androlla redonda y rojiza. Entonces le dije que tendríamos que ir al médico y su puta respuesta fue ‘¿pero cómo, ahora?’. No majo, primero echamos un polvo y ya después cuando se me gangrene la pierna nos vamos al médico de risas. De verdad Camilo, que me pones mucho, pero a veces es mejor pensar antes de hablar.
Me dice que él no tiene coche, le digo que en su estado tampoco me iba a montar con él en un coche. Me dice que pedimos un taxi, y le digo que a ver, que ya lo pido yo que él ya está tardando y me muero del dolor. Llega el taxi, me monto y él se queda fuera. Le pregunto si no va a subir y con cara de empanao me dice que sí. Silencio total de camino a urgencias. Yo solo quiero llorar porque mi tobillo parece ahora una morcilla. Camilo me mira de reojo, como cabreado, le sonrío y mira por la ventanilla. A Camilo se le ha cortado el rollo, ¡ostia! ¡como si yo me lo estuviese pasando de puta madre!
Llegamos al hospital, me bajo del taxi haciendo malabares para no volver a comerme el suelo y le pido a Camilo que me eche una mano. ‘No mira, yo ya me voy a casa que estoy cansado’. Yo allí de pie, agarrada a la puerta del taxi y con ganas de mandar a aquel chaval a pastar. Decido no responderle por ser educada y porque solo quiero que alguien me de un calmante. Le digo ‘vale, chao’ y de pronto escucho un ‘espera espera’ que me da esperanzas de que Camilo haya entrado en razón sobre que aquello que está haciendo es una putada. Me giro y escucho ‘¿tienes pasta para el taxi?’.
Cerré la puerta con tanta fuerza que casi casi la hice giratoria. ¿Se puede ser más ruin y rácano?