Es curioso como la vida da tantas vueltas y como nos complicamos tanto. Pero son nuestras experiencias y tarde o temprano aprendemos a querer y lo más importante, a querernos.
Os pongo en un maravilloso contexto:
Teníamos 11 años, jugábamos por internet todos los días y el era 3 años menor que yo. Jamás pensamos que podía ocurrir. Siempre manteniendo el contacto y siendo los mejores amigos. Contándonos absolutamente todo el uno del otro y pasando por todas nuestras etapas juntos, inseparables. Baches amorosos, cambios de estilo, mudanzas y claramente creciendo.
Jamás perdimos el contacto del todo, pero si nos dejamos de ver. Yo me casé con el que se suponía que iba a ser el amor de mi vida, el chico de mis sueños nada menos y me mudé de ciudad. Bueno, hice pinball de comunidad en comunidad por el «amor de vida». Yo no sabía que acabaría con el corazón roto, en una esquina, yendo a terapia por un hombre que me hizo mucho daño. El no sabía, que tendría que ir a terapia por una mujer que le había roto el corazón.
Tampoco sabíamos que aquella tarde, después de tantos años sin vernos la cara, después de tantos meses sanando y siendo nuestra última sesión de terapia, nos encontraríamos. Agradezco mucho no coger el coche aquella tarde e ir en Renfe. Agradezco el no correr porque se escapa el tren y «Tía no voy a subir ahogada que no tengo prisa». Y agradezco que a pesar del cambio, nos reconociermos al instante. No subíamos fotos, no nos las pasamos tampoco y habíamos cambiado.
Pero habíamos cambiado mucho. No fue esa tarde, que cogimos una dirección aleatoria y entre risa y llanto nos arropamos juntos. No fue la siguiente vez, que tuvo que bajar de su casa para guiarme por la lluvia, que no encontraba aparcamiento. Que tarde de risas y pelis aquella. Tampoco fueron las siguientes para que mentir. Fue dulce y fue poco a poco. Pero después de tanto tiempo, después de tanto daño, nos enamoramos.
Y fue quizá por eso, a lo mejor nuestro terapeuta era buenísimo nunca lo sabremos. Solo sabemos que estamos con alguien con quien poder decir «ahí es». Que seguramente de niños nos hubiera salido rana, pero la experiencia nos junto y nosotros lo hemos mantenido. Nos queremos y enseñamos las pequeñas cosas. Lo más bonito es que jamás espere nada de él, ni lo espero. Por eso me sorprende cada día más. Me sigue sorprendiendo después de mucho, recordar que fueron 14 años después, que la vida decidió juntarnos.