Hice match en Tinder con él el 23 de diciembre de 2019.
Desde la tercera frase escrita a través de esa aplicación me tuvo ahí, sonriéndole al móvil como una tonta.
Ese día yo me bajaba a casa de mis padres porque empezaban las vacaciones de Navidad, no pude quedar con él hasta el 2 de enero que volví.
Nueve días de conversaciones infinitas por whatsapp, nueve días durmiendo a deshoras porque la madrugada se antojaba poética para ponernos intensos, para confesarnos cosas que nunca le habíamos dicho a nadie, para deshacernos en ganas de vernos y no de escribirnos.
2 de enero de 2020, lo veo llegar a mi encuentro, veo su cuerpo, veo su cara, veo sus zapatillas y lo sé ‘me gusta, me gusta de verdad’.
Nos sentamos en un bar y cae la primera cerveza, lo sigue la segunda, la tercera y así hasta la quinta. Pedo tonto, conversación fluida, risas, miradas, roces de mano, escalofríos… Me gusta mucho.
Por primera vez en mi vida me acuesto con un chico la primera noche que lo conozco en persona, todo sigue la misma línea, el sexo más increíble que había tenido nunca, conexión lo llaman.
Estamos dos meses juntos, dos meses intensos, dos meses en los que nos prometemos exclusividad, en los que conozco a sus amigos, en los que le habla a sus hermanas de mi, en los que se lo digo a mi madre porque es tanto lo que siento que no lo puedo aguantar, en los buscamos cada hueco de cada día para vernos, en los que ‘aunque sea para 5 minutos’ reina en nuestras conversaciones.
Y de repente se acaba, sin previo aviso, sin que lo viéramos venir, sin entender dos años después aún por qué.
Me deja excluida una noche frente a sus amigos, me deja plantada al día siguiente cuando ya estaba arreglada y maquillada sin avisarme, el tercer día era cuando por fin le iba a presentar a mis amigos y no aparece. Tenía la comida hecha, tenía a mis amigos en casa y me escribe ‘no voy, es que no tengo hambre y estoy cansado’.
Tres días seguidos. Viernes, sábado y domingo.
A mi se me rompe el alma en mil pedazos porque nunca había estado así con alguien, porque nunca había conocido a nadie que sí, porque no entendía que pasáramos de todo a nada.
Quedamos, le explico cómo me siento, cómo me sentí cuando no me dirigió la palabra durante más de una hora delante de sus amigos, cómo me quedé sentada en mi sofá vestida y maquillada un sábado por la noche, cómo toda la comida que preparé se quedó fría en la encimera porque mis amigos estaban consolando mi corazón partido por primera vez en mi vida.
Su respuesta fue algo parecido a esto: ‘necesitas ir a terapia, solo he dejado de quedar dos días en dos meses, estoy cansado, sabes que trabajo muchísimo y no puedo llevar el ritmo de vida que llevamos, mi cuerpo me está diciendo que pare un poco, no te puedes poner así porque un día me quede durmiendo y otro no tenga hambre ni ganas’.
‘No puedes ponerte así’
La redflag, el límite, la frase que disparó las alarmas. ¿No puedo ponerme así?
Le dejé entre lágrimas, le dije que no podía invalidar mis sentimientos, que puede que para él no fuera nada, pero que para mí significaba mucho. ‘Yo creo que no es para ponerse así’.
Le di un beso en los labios, me levanté y me fui.
Le hice caso, fui a terapia, a día de hoy soy una mujer nueva, bueno no, sigo siendo yo, pero con la base de sentimientos actualizada.
Jueves 30 de septiembre de 2021. Me ha vuelto a escribir. Casi dos años después.
‘Estoy cerca de donde vivías cuando te conocí, podríamos tomarnos una cerveza’.
El corazón, casi se me sale del pecho. Su nombre en la pantalla, la información de que anda cerca, la sonrisa.
Me salió la sonrisa de tonta, volvió la ilusión. La ilusión que solo he sentido por él y que no he vuelto a sentir por nadie.
Me apetece quedar con él, me apetece esa cerveza, me apetece saber de su vida, saber cómo están sus niños (es profe) y me apetece la electricidad.
Luego reviso nuestra corta historia, el ‘casialgo’ que duele más que los ‘lotuvimostodo’. En dos meses me partió por la mitad.
Ahora creo saber que gestiono distinto, que me comunico mejor, que le sigo echando de menos después de dos años.
¿Qué hago, chicas? ¿Pongo cabeza y no contesto o escribo y me tomo esa cerveza?