Mi comedia romántica (o fracaso amoroso) del 31 de diciembre

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    A mis psicólogas.

    Parece que 2020 ha sido el año de los miedos. De tenerlos y luego superarlos. Y como bien hablamos en nuestras últimas sesiones, descubrimos mi miedo a dejarme conocer, o al silencio que pudiera surgir ante esto. Pues bien, empecemos por el principio:

    Había una vez un chico que apareció en mi vida –aunque después se desvaneciera de ella tan rápido como entró-. Le conocí en una barbacoa que hizo mi hermana cuando yo aún tenía pareja, pero el feeling entre nosotros se terminó notando desde el primer momento. Sin embargo, no pasó nada, de hecho, me dijo de quedar y yo obviamente le di largas. Al final, veía a este chico cada equis meses, y parecía que coincidía justo con distintas situaciones que se dieron en mi vida, hasta finalmente llegar cuando lo había dejado con mi novio y ya no me dolía tanto. En esta ocasión repitió su propuesta hacia mí y, esta vez, obviamente acepté. Nos intercambiamos los números y estuvimos intentando coincidir, mientras yo os contaba que qué vergüenza y qué miedos tenía al salir con él: que pasaría si nos quedábamos sin conversación, si se notaba tanto la diferencia de edad o si sencillamente él solo quisiera follar. De todas maneras, decidí ir a por todas y me dispuse a quedar. Sin embargo, esto resultó ser una tarea de lo más complicada. No puedo tal día, pero quedamos este. Dime tú cuándo y yo me apaño. Al final tampoco puedo, pero te veo en año nuevo. Y así, llegó el último día de 2020, cuando todos mis miedos se hicieron realidad.

    Era 31 de diciembre, a eso de las cuatro de la tarde, un aperitivo con los amigos de mi hermana que se alargaba por momentos y un frío que machacaba los reencuentros. Y no pudo ser menos, que fue casi de comedia romántica lo absurdo que fue nuestro saludo. No sé qué pretendía él o qué pretendía yo, que casi terminamos unidos en una especie de apretón de manos. Por lo menos nos reímos de lo ridículo que había sido. Pero eso no fue ni siquiera lo peor. Estaba hablando con él, de pie y tranquilamente, con nuestras bebidas en mano, cuando de repente una chica que yo no conocía le tapó los ojos por detrás. Y no me tachéis de celosa, porque obviamente mi cara de mejor sonrío como si no pasara nada fue, más que nada, por intentar buscar un nuevo objetivo con el que hablar entre un océano de gente a la que casi no conocía.

    Después, y por el tema Covid, las mesas se separaron, pero se notaba la efervescencia del último día del año y las ganas que tenía la gente por juntarse todo lo posible. Nosotros terminamos sentándonos en una mesa de cuatro, con la otra pareja más puesta en la mesa de al lado, así que con cierta intimidad y algo de vergüenza, nos dispusimos a hablar. No pasaron ni tres frases y yo ya le estaba escribiendo a mi amiga de confianza que qué coño estaba pasando. Una conversación de lo más banal, de lo más topicazo y, por supuesto, sobre el último día del año. ¿Qué tal ha ido tu 2020? ¿Qué te esperas del 2021? o ¿Sabes que la semana que viene va a nevar? Hasta que terminó ocurriendo lo que yo más temía y puso en práctica la estrategia que yo misma os conté: quisisteis saber qué pasaría si, efectivamente, no teníamos tema de conversación (mi miedo 1), cuando os contesté que me inventaría cualquier excusa para salir corriendo de allí (mi miedo 2). Aunque más bien pareció que él se marchaba sin un plan y con una conversación mega incómoda tras sus espaldas, cuando yo me quedé plantada en una mesa casi vacía y no sabía si meterme debajo de ella o que la tierra me tragara.

    Me intenté adaptar como buena chica versátil y camaleónica. Y más adelante, no sé en qué momento, volvimos a hablar para aclarar nuestro plan de esa misma noche, pero él me dijo que aún estaba por ver, y, para quedar aún peor, le dije no mientas xD. Adivinad qué pasó a continuación.

    Cuando ya estaba aburrida de encontrarme medio sola y merodear por ahí hasta que me pasara un autobús, decidí marcharme, al principio sin despedirme, pero alguien me pilló por banda y ya fue noticia que me estaba intentando escaquear. Con este chico la incomodidad iba en aumento y parecía que no se cansaba de alcanzar su propio récord, cuando nos pasó lo mismo que nos pasó al saludarnos, pero esta vez con miradas que reconocían el fracaso de nuestro encuentro. De nuevo, ¿cómo pretendíamos despedirnos? Nadie lo sabe, pero este último apretón fue aún más incómodo y gracioso que el anterior, y me hizo pensar que qué desastre de cita múltiple y cómo habría sido si nos hubiéramos visto alejados de la marabunta.

    Al final llegué a casa y lo que más me apetecía hacer era dormirme, no solo por haberme aburrido como una ostra en un aperitivo en el que otros años llegaba a casa casi arrastrándome de lo borracha que iba, sino también por lo mal que había dormido esa noche al soñar que era una rana de instituto a la que diseccionaban después de que una chica encantadora le hubiera mentido la noche anterior –pero eso es otra historia-.

    Me desperté y, efectivamente, el plan de mi hermana de copillas en mi casa calentita y en pijama se había cancelado. En realidad, se había desplazado y evidentemente me invitaron, pero un augurio me decía que iba a ser otra mierda con la misma gente que ese día había pasado de mí casi por completo. Así que, chicas, qué queríais que hiciera: me quedé en casa empezando el año prometiéndome no volver a perder el tiempo por un chico que no había parecido mostrar el interés en mí que decía que tenía, por lo que podemos decir, y cantemos todas juntas, thank you, NEXT.

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