Hola,
mierda, ya estoy llorando. La regla seguro que no ayuda.
Soy María. Gracias por haber entrado. Sólo con eso ya me ayudas.
Tengo 31 años. Nunca fui una niña gorda, pero siempre me vi como una niña grande y deseaba ser pequeña y delgada. Siempre hice deporte porque me apasionaba y siempre comí como una lima porque me apasionaba.
En mi espejo me veía bien pero nunca estaba contenta porque creía que no entraba en los cánones de belleza ideal (de nuevo, pequeña y delgada). Siempre mirándome las piernas en las fotos, ya de pequeña, y mirándome la tripa (que no tenía y de hecho tenía un poco de «tableta»). Siempre comparándome con las más pequeñas y delgadas por constitución y porque probablemente comerían menos que yo.
Toda la puta vida acomplejada por lo grande, los granos, los pelos, esto y aquello. NUNCA contenta porque quería agradar a todo el mundo, quería gustar a toda costa. Y gustaba. Pero quería llamar la atención allá donde fuese y que me dijeran, qué delgada!
Siempre acomplejada y, joder, estaba estupenda (lo supe después).
A pesar de eso, no hacía tonterías con la comida o el deporte. Estaba triste y cabreada por dentro, y nada más. Y si algo no me salía, era por gorda.
A los 20 decidí que podía dejar de comer en grandes cantidades, así sin más. Y acabé comiendo una cucharada de arroz y cenando una manzana. Adelgacé, claro. Por fin me decían; ¡qué delgada estás, María! Y yo tan contenta. Tuve que dejar de hacer deporte porque no me daba la vida.
Después de eso, bulimia. Y después, comedora compulsiva.
La báscula loca, pero yo más. 60Kg – 40Kg – 80Kg. Me encontré a los 22 con un montón de estrías rojas bien gordas en los muslos. De la noche a la mañana, como setas!
Los peores años de mi vida. Recuerdo que abrí un blog en la época de comedora compulsiva porque no había NADIE por entonces en internet que hablase del tema. Me sentía como una puta mierda; tenía ansiedad cuando salía a la calle y mi vida la basaba en aparecer lo menos posible por la facultad, ir a comprar guarradas, estar sentada, llorar y seguir comiendo. Así que por lo menos me desahogaba con la esperanza de encontrar a personas afines… pero eso no ocurrió y lo acabé dejando.
Comencé a ir a una psicóloga que comía croissants delante mío y me contaba su vida. Lo juro. Salió en el programa que tenía Ana Rosa entonces, dando consejos sobre trastornos alimenticios. Con dos cojones.
Retomé la relación con mi ex, que me conoció en la época de los 40 kilos. INCISO: hasta ahora, referenciaba mi vida con los pesos de cada época, pero ahora procuro hacerlo por cualquier otro tipo de situación o dato.
Una vez que empecé con él dejé los atracones (Y por atracón me refiero a un atracón de trastorno de alimentación, no a una forma graciosa de decir que comía mucho.) Adelgacé. Al año o así lo dejamos. Volví con los atracones. 24/7 pensando con el mismo ciclo de pensamiento: estoy gorda; quiero comida; no quiero comer tanto; tengo que hacer deporte; quiero volver a ser delgada; estoy gorda… y vuelta a empezar. Una tortura. No sé si alguien ha pasado por algo parecido, pero es mentalmente agotador y extenuante.
Entonces a los 23 ó 24 me dio por hacer deporte. Empecé por mí, por sentirme mejor, y acabé por los demás, esto es, perdí el norte. No he estado más «petada» en mi vida, pero el ciclo de pensamiento era el mismo y seguía emocionalmente agotada y con unos altibajos de campeonato. No me relacionaba con nadie… no disfrutaba de la vida. Sólo hacer deporte y tratar de comer estrictamente, y de compensar los atracones que me metía a veces. Pff…
Llegó el verano y yo, que pensaba que lo iba a PETAR, pues… sin más. Un chico que ni siquiera me gustaba mucho pasó de mí y ya me veía yo más gorda, y de nuevo comiendo barbarides.
Y seguí comiendo y volví a engordar. Dejé el gimnasio. Y, básicamente, desde entonces, he intentado paliar mis atracones con chicos. Me inscribí en webs para conocer gente y, si tenía un «entretenimiento», era capaz de controlar los atracones y volvía a hacer deporte. Y cuando después de follar, pasaban de mí (porque es la historia de mi vida: prometer hasta meter, y una vez metido…) volvía a los atracones.
Y así llegué a mis 30. Después del último prometedor, me dije: María, revienta si quieres, pero prefiero que dependas de la comida que de los tíos. Porque no podía ser que mi estado anímico y mi TODO dependiera de tíos que ni me gustaban.
Y fui al mejor psicólogo que he podido tener.
Y, aunque no podía controlar lo de la comida, no dejaba de hacer cosas por ello, por sentirme hinchada y gorda. Hice todo lo que no había hecho. Chic@s, yo creía que sólo podía salir e ir a sitios si tenía una determinada figura para ponerme modelitos y romperlo. Pero a la mierda; me deshice de todas las webs de mierda de tíos, me fui sola a hacer surf, a los conciertos y festivales de rock y heavy que me gustan, me saqué el carnet de la moto que era lo que siempre había querido… en fin. A los 30 empecé a vivir, con mis dos tallas más cogidas en pocos meses, a ganar autoestima y a aprender que la vida no es el físico, sino que la vida es lo que tú quieres que sea. TÚ. No tu cuerpo.
Y también descubrí que el movimiento Body Positive había nacido, lo cuál es un alivio y un apoyo tremendo.
Aún así, tengo mis momentos, claro. Sobre todo cuando veo a alguien que hacía tiempo… Pero nada. Tras pasar 11 años pensando continuamente en comida y en lo gorda que soy, y después de todo lo que me he boicoteado, necesito liberarme.
Y contarlo, aunque sea así de rápido y mal, es parte de mi liberación.
Ojalá conoceros en persona, abrazarnos, llorar, reír y disfrutar de la vida.
Siento la turra, de corazón.