Reproducimos un testimonio que nos llega via mail:
Toda mi vida he sido una tía muy sociable, me llevo bien con todo el mundo en general.
En mi pueblo era la típica niña que jugaba y acogía a las niñas que venían a veranear y a veces eso provocaba envidias en mis amigas de toda la vida. Venia alguien nuevo al pueblo, allí estaba yo para presentarme.
—Hola, ¿Cómo te llamas? Yo me llamo J. ¿te vienes conmigo?—, Esto provocaba que en numerosas ocasiones a mis amigas las abandonaba, ellas no eran tan sociables como yo ni tan abiertas a los desconocidos y a mí me gustaba conocer gente nueva y vivir nuevas aventuras. Así solían empezar amistades que han durado poco y otras que aún perduran en la distancia y que incluso me han llevado a conocer gente nueva muy buena con la que mantengo contacto y que estoy segura de que si viviésemos más cerca ellas si serian mis mejores amigas.
Pero siento que en mi círculo más cercano no he consolidado ninguna amistad de verdad, de esas buenas amigas con las que te cuentas todo lo íntimo, con las que hablas de sexo, de problemas fuertes, de tus deseos más íntimos, a las que insultas y te insultan sin pudor, cariñosamente, de las que te llaman simplemente para estar. A mí nadie me llama. A mí nadie me busca. Si voy a cenar es porque me he obligado a pertenecer a un grupo, pero realmente no tengo amigas de las de verdad. No tengo amigas que quieran hacerse selfies conmigo en una fiesta.
A pesar de tener mis amigos de toda la vida, con los que de vez en cuando viajo y paso momentos divertidos, mi cuadrilla del pueblo con la que salimos a cenar y de fiesta en alguna ocasión, siento que no pertenezco a ningún grupo.
Siempre creí que esto no me importaba, me case con una persona que no pasa pena por socializar y creo que me he acostumbrado a ello.
Siempre vamos de vacaciones solos, nunca con amigos, hace años que ya no, aunque hubo un tiempo en el que si lo hacíamos. Poco a poco nuestros amigos se han ido alejando de nosotros y nos hemos quedado muy solos.
Lo cierto es que de un tiempo a esta parte he descubierto que si me importa y mucho. No me gusta que estemos siempre solos, no me gusta que no me llamen para nada.
Tengo una hija de 18 años que tiene su grupo de amigas desde primero de la ESO, y aunque sé que sus vidas darán muchas vueltas y se alejaran con el tiempo, estoy segura de que su amistad será firme y duradera. Siento envidia.
Es envidia sana no estoy celosa de mi hija, me alegro de su vida social pero me entristece que siendo una mujer tan sociable no haya conseguido afianzar amistades duraderas y sinceras. No sé dónde está el fallo. ¿Qué errores cometo?, ¿Qué hago mal?
O ¿Qué hacemos mal?, ¿Por qué ahuyentamos a los amigos?
Me siento más identificada con mi otro hijo que esta todo el día en casa y no sale, aparentemente es feliz, es un niño cueva, muy tecnológico y allí en la red tiene sus supuestos amigos. Me da mucha pena que su vida se pueda convertir en un calco de la mía y que acabe tan solo como yo.
A veces me gustaría volver atrás en el tiempo y hacer las cosas de otra manera, reparar todos esos errores cometidos para poder evitar que llegue este momento en el que me siento tan sola que duele.
J. Rinna