¡Hola, chicas!
Lo primero, muchísimas gracias por el enorme trabajo que hacéis en este blog. Sólo lo sigo desde hace aproximadamente medio año, pero me noto mucho más segura de mí misma y poco a poco voy dejando atrás muchos complejos que me han acompañado durante toda mi vida. Gracias, de verdad.
Voy a intentar ser breve, pero tiendo a enrollarme como las persianas. No me lo tengáis en cuenta.
El verano pasado me presentaron a un chico y rápidamente nos hicimos amigos. Todavía me sorprende lo fácil que fue todo con él. Soy una persona a la que le cuesta hacer amigos por mi timidez y mi tendencia a desconfiar y guardarme sentimientos y opiniones para mí, pero con él no sentí la necesidad de hacerlo. Desde el primer día encajamos perfectamente y a día de hoy somos los mejores amigos. Todo sería perfecto si no fuera porque me he enamorado de él.
Yo sabía que estaba enamorada de él en verano, pero no quise admitirlo y no le dije absolutamente nada. Además, en agosto empezó a salir con mi mejor amiga así que no vi que valiera la pena. Fue terriblemente duro tener que soportar esos días y a la vez maravilloso. No creo tener que explicar lo que sentía en aquellos momentos porque imagino que muchas habréis estado en la misma situación.
Creí que al mudarme de ciudad —a causa de mis estudios— podría empezar a olvidarle, pero se me hacía muy difícil. He llorado más en estos últimos meses que en toda mi vida. Hablamos todos los días, compartimos un montón de cosas y nos decimos un montón de cosas tontas y bonitas que mi corazón romanticón soporta a duras penas.
La cosa se complicó en noviembre, cuando mi amiga cortó con él. Estaba destrozado y al de tres días le tenía en la puerta de mi casa. Esa noche fue la primera vez que se acercó a mí con intenciones que van más allá de la sana amistad. Y ahí estaba yo, enamorada perdida, con los labios de ese chico a centímetros de mi boca. Me aparté. Asumí que sólo buscaba un poco de consuelo, de calor humano y amor. La cosa pareció quedarse ahí y no hablamos de ello. A la semana siguiente bajé a mi ciudad natal y, a mitad de una película, volvió a pasar. Esa noche no pude evitar llegar algo más lejos, pero igualmente le detuve. Estaba tan jodidamente confusa y desbordada que le solté ahí mismo que estaba enamorada de él. Obviamente, él no compartía —ni comparte— mis sentimientos.
Por suerte, creo, no se lo tomó a mal. Parecía sinceramente sorprendido a pesar de las veces que yo misma me había preocupado al pensar que estaba siendo demasiado obvia. No tenía ni idea de qué hacer a continuación y la situación no ha cambiado demasiado, de hecho, ha empeorado y mejorado a partes iguales. Terminamos acostándonos. A la tercera va la vencida, supongo. Fue genial. Yo me sentía bien, feliz, y él también lo parecía. Hablábamos sobre lo que íbamos a hacer, dónde, cómo… Un montón de conversaciones divertidas y subidas de tono. Todo era fácil y natural, como si estuviésemos decidiendo qué cenar esa noche.
Al poco tiempo, me dijo que quería detenerlo porque se sentía culpable. Lo entendí. Me sentó como un tiro, pero lo entendí porque, aunque no éramos culpables de nada, se suponía que él todavía estaba enamorado de otra chica y que no podía controlar esos sentimientos. Pero al de un tiempo, volvimos a hacerlo y seguimos haciéndolo muchas veces más. Pero después de esa vez no hubo ni risas ni conversaciones ni nada de nada. No era fácil, no era natural, era un tabú en toda regla. Al principio me convencí de que no significaba nada, de que sólo eran polvos sin compromiso. Pero, una parte pequeñita de mí sabe que me estoy haciendo esperanzas y lo único que consigo con eso es pasarme noches en vela, llorando, repasando momentos con él, momentos que en la mayoría de los casos no tienen nada que ver con el sexo, lo cual sólo lo hace peor.
Volvimos a detenernos porque había empezado a conocer a una chica, pero cuando ella termino por rechazarle, volvimos a la misma dinámica. Fue en ese momento cuando empecé a sentirme utilizada. Me di cuenta de que, conscientemente o no, me buscaba cuando se sentía rechazado, solo o estresado. Soy una pelota antiestrés, vaya. Cuando volvió a pasar con otra chica —otro proyecto, como yo las llamo—, le dije cómo me sentía. Me juró que no era así, que no lo había hecho por eso. Que nos acostábamos porque el sexo era bueno y porque nos apetecía, pero, aunque acepté eso como la verdad, no termino de sentirme dentro de ese plural.
A raíz de esta situación, he intentado más de una vez alejarme de él, pero soy incapaz. La primera vez que hice el amago de terminar con nuestra amistad me dijo «No podemos separarnos ahora. Nos necesitamos». Como comprenderéis, esta frase se me ha grabado a fuego en la memoria y cada vez que pienso en acabar con esto no puedo evitar recordarla. Así que a día de hoy estoy hecha un lío. No sé si estoy siendo estúpida, si sólo me está usando mientras encuentra a otra chica con la que «desestresarse» o qué. Quizás os parezca demasiado radical terminar con una amistad tan fantástica como la nuestra, porque lo es, os juro que es maravilloso ser amiga suya, pero sé que si no me alejo no seré capaz de dejar de acostarme con él o de olvidarle y siento que así no se puede tener una amistad.
¿Qué debería hacer? ¿Qué pensáis de todo esto?