Quien no crea en las segundas oportunidades que cuente las que le ha dado a Tinder. No cabe duda de que son tiempos difíciles para los solteros así que muchas acudimos a las aplicaciones para conocer gente.
Volví a caer en las redes un domingo de febrero entre cervecita arriba, cervecita abajo. El panorama masculino ya pintaba desolador, pero siempre te aferras a que quede a alguien decente.
Lecciones de primero de Tinder que nunca fallan: hombres sin camiseta que no valdrían para participar en un programa de Iker Jiménez ya que no dejan lugar para el misterio, otros que por temas laborales no enseñan foto (o eso dicen), pero a ver si cuela un “like” y después están los que parecen unos chicos “riquiños” y que ganan un poco más si le añaden una descripción graciosa. Así fue como acabé haciendo match con… llamémosle X.
Empezamos a hablar prácticamente todos los días y parecía que la cosa pintaba bien entre bromas y tonterías varias. La verdad es que hacía tiempo que no sentía tanto «feeling» con alguien. Seguimos hablando por Whatsapp y las conversaciones se mantuvieron con su coqueteo correspondiente. Entre motes graciosos y charlas variopintas, no había día en que X me enviase fotos o videos de su perrete o sus gatetes. Y claro, una se muere de amor. Como yo por ahora no tengo animalillos, decidí recurrir a mis artes culinarias, entre ellas, las magdalenas. Envío foto para presumir de ellas y con la tontería, le prometí que algún día se las haría. Así fue. Soy mujer de palabra.
Después de un mes hablando, llegó el día de quedar. A él le había salido trabajo en mi ciudad así que aprovechamos la ocasión para vernos. En mi mochila llevaba guardado un tupper cargadito de deliciosas magdalenas, o al menos eso fue lo que me dijo cuando llegó a su casa y las probó (la perra también les dio el visto bueno, tengo pruebas). También os digo que una es previsora y esperé al final de la cita para darle semejante detalle. Que menos, hay que asegurarse de que se las merecía. Para mí, la cita había ido genial. Sentía que era alguien que conocía “de toda la vida” y se me había pasado el tiempo volando. Y, creedme, eso es algo que pocas veces me había pasado en la vida.
Después de la cita, me dijo que esperaba que hubiese estado a gusto con él esa tarde y me prometió unos macarrones, su especialidad. Aquí sigo esperando por ellos dos semanas después. A los pocos días de quedar, se marcó un ghosting como “buena” tendencia que se lleva ahora. No os voy a engañar: a veces me dan ganas de mandarle un audio y cantarle: “Donde estára mi tupper? Donde estará mi tupper?” versionando la canción del gran Manolo Escobar, pero pienso en el amor propio y se me pasa.
De esta historia solo tengo una cosa clara: en esta etapa de mi vida me preocupa más perder un tupper que perder a un hombre.
La cazafantasmas.