Pasada la treintena, he conocido lo que realmente es estar enamorada. Yo no creí nunca en que pudiera pasar el resto de mi vida con alguien pero, este chico, me ha cambió todos los esquemas durante los tres primeros años de nuestra relación. Compartíamos humor, aficiones, grupos musicales, inquietudes, etc. Él salía de una relación tóxica con una “loca”, según él (que, casualmente, compartía muchos rasgos con su madre) y acudía a terapia para superarla pero, ahí estábamos, comenzando un camino juntos con un hombre de ensueño (o eso creía yo). Su afición favorita era correr y siempre competía en distintos eventos, donde siempre que me lo pedía, estaba yo, orgullosa de sus logros, esperándole en la meta. También se apuntó luego a un gimnasio e hizo una peñita para ir a esas competiciones, con lo que ya yo dejé de ir porque estaba totalmente fuera de lugar. Una vez recuerdo uno de ellos me preguntó: ¿tú también corres? Le dije que no y creo que nadie más me dirigió la palabra.
Y claro, toda la conversación siempre era con este mismo monotema, así que, dejé de ir. Ya no iba a ir solo y con estos compartía más que conmigo, lógicamente. El siguiente paso, fue meterse también en pilates de máquinas. No vivíamos juntos, y nuestras casas estaban a una distancia de 25 Km, los turnos de trabajo no siempre coincidían y algunos domingos, mi único día de descanso, tenía competición o quedaban todos para entrenar. Nos veíamos bastante poco, la verdad. Su otra afición era beber alcohol sin control, los días que se reunía con nuestros amigos. Todos los días que salíamos juntos, él dormía en mi casa, pero se solía quedar de juerga. Dos veces, ni siquiera llegó, una de ellas me lo encontré en su coche durmiendo y la otra en un banco de la calle. Hablé la situación con él porque me molestaban bastante estas dos cosas y, como no paraba de mencionarme en todo momento a una de sus nuevas compañeras de deporte, le pregunté si sentía algo por ella y tachán, en ese momento, ya la “loca” pasé a ser yo.
Por supuesto, discutimos y yo me lo creí. Unos pocos meses después, decidimos acabar la relación, porque él no soportaba que le pidiera que regresara conmigo a casa alguna vez, en vez de cogerse esas turcias, que pasáramos algún domingo de playa o más tiempo de calidad. Aclaro que no vivíamos juntos porque él vivía con su padre y no quería mudarse a mi casa y lo que me proponía, a mí no me convencía y no había más vuelta de hoja para él. Hubo algunas cositas más en la relación, pero estos dos temas fueron los causantes principales de la ruptura, la que fue muy dolorosa porque nos queríamos muchísimo.
Quiero aportar un pensamiento que he tenido últimamente, porque creo que se apoyó en mí mientras pasaba sus peores momentos y cuando recuperó la esencia de la persona que era, ya no le serví más. Ahora, meses después, lo echo muchísimo de menos y no dejo de pensar en él. Literalmente, siento como si tuviera el corazón roto en mil pedazos y el estómago encogido de forma permanente. Volver, no es una opción, ninguno de los dos quiere la vida que el otro le plantea pero no estoy segura de no haber cometido uno de los mayores errores de mi vida habiendo cortado esto y no siendo un poco más transigente.