Hace cosa de un año me quedé soltera y decidí darle uso a mi chichi y a vivir mi sexualidad al puto máximo. Al día siguiente de dejar a mi ex me instalé Tinder y allí empezó todo… Tíos guapos, feos, listos, tontos. Hubo de todo, pero siempre con un denominador común: me hacían reír hasta mearme encima y cuestionar la potencia de mis esfinteres.
Pero en junio llegó él: muchacho guapo, alto y que prometía ofrecerme los polvazos que ni Nacho Vidal. Tras hablar 3 días por WhatsApp (quién dice WhatsApp dice por teléfono, porque el muchacho era muy pesadito con las llamadas) me di cuenta que el sentido del humor y el facherío los tenía muy mal distribuidos para una rojilla salá como yo.
Pero mi chichi me decía que pa’lante, que le diera alegría a mi cosawena. Total, quedamos y al principio todo bien, menos una cosa: NO PARABA DE HABLAR DE SU EX. Literalmente, sólo hablaba de su ex y me enseñaba sus fotos. Yo lo aguanté como buenamente pude, con la esperanza de recibir mi supermegapolvazo.
Al día siguiente quedamos de nuevo y terminamos en mi casa. Empezamos a magrearnos y el chaval de repente se levanta, y saca de su mochila… TACHAN!!!!! DOS TRANCAS ENORMES Y NEGRAS DE GOMA. Con sus venas y sus güebos y su todo. Yo con cara de «wtf» le digo que ni de coña me va a meter eso, que a saber en qué coños han estado y que qué cojones le pasa, mi no entender en serio.
El me dice: esta (señalando al rabo marroncillo) te la meto y esta (señalando al rabo más negro que mi futuro laboral) la pegamos en el cabecero de la cama y la chupas. Yo ya no sabía si reírme o llorar o tirarme por el balcón cuando, el muy salao, añade: yo eso lo hacía con mi ex y le gustaba! Vaya… Llevaba ni más ni menos que 20 minutos sin mencionar a su ex, todo un logro. Total, que eché de casa al susodicho y a sus dos rabos.
Tampoco ayudó el hecho de que fuera de Vox a muerte. Porque, recordad, chicas: por más mala que sea la racha, no te tires a un facha.