Hace unos días leía un follodrama que acabó con una chica en la cama de un nazi, lo que me hizo recordar el mío.
Estaba de fiesta con mis amigas de toda la vida cuando se presenta allí el compañero de trabajo de una de ellas con sus amigos, un grupito supermajo entre el que destacaba Dani. No era lo que se dice mi tipo, pero no se porqué me fijé inmediatamente en él y lo mejor es que fué mutuo. No nos separamos en toda la noche y acabamos enrollandonos e intercambiando teléfonos.
Quedamos un par de días después y acabamos liandonos en mi coche. Todo genial. Ninguno buscabamos nada serio, solo divertirnos y eso hicimos.
Nos vimos varias veces y siempre nos acabábamos liando en su coche o en el mío, ya que ambos vivíamos con nuestros padres.
Una noche quedamos y nada más vernos me dijo que si quería ir a su casa, que sus padres no estaban… solo necesitaba aquellas palabras para encenderme y querer ir a su choza para probar una postura en la que no acabase con el freno de mano clavado en mis carnes.
Llegamos a su casa, nos empezamos a enrollar a tope en el salón y nos dirigimos a su habitación, la típica de post-adolescente que vive con sus padres, con cama nido incluida. Me tumbo en la cama, él se pone encima mío y miro «al horizonte» horrorizada ¡había una bandera nazi de metro y medio en la pared!
Yo, de una familia de izquierdas de toda la vida, tirándome a un mini-Hitler. Tenía 2 opciones: largarme de allí por piernas o acabar la faena. Y la acabé, vamos si la acabé, quería que aquel nazi supiera lo que era un buen polvazo comunista.
Me acompañó hasta donde tenía yo mi coche aparcado, me dijo de volver a vernos y nos despedimos. Unos minutos después en mi móvil su nombre había sido cambiado por «puto nazi» y nunca más nos vimos.