Qué bonito es quererse. Que importante gustarse a una misma, que agradable gustar. Entiendo a todas esas personas que dicen que les da igual lo que les diga la gente, que con sentirse bien ellas mismas es suficiente.

Y no digo que no sea así, tan solo digo que es agradable cuando alguien te dice algo bonito, cuando alaba algo de ti. No me estoy refiriendo solo al físico, que también. ¿A quién no le gusta que le digan que tiene unos ojos hermosos, un pelo precioso o una sonrisa espectacular? Creo firmemente que cuando alguien nos dice algo bonito sobre cualquier cosa que forme parte de nosotros, es un chute de energía positiva, que puede cambiar nuestro estado de ánimo, que puede alegrarnos el día.

Yo siempre he sido muy fan del piropo. De la forma elegante y casi poética en la que antes se alababan las gracias de las personas. No era solo de hombres a mujeres, una mujer podía piropear a otra, aunque en ese caso las intenciones de dicho piropo podían ser dudosas. Nos acostumbramos a relacionar el piropo de hombres a mujeres con el interés sexual o romántico y el de mujeres a mujeres, bueno, con el tono irónico e incluso con matices de envidia mal disimulada.

Aun así y aunque no dudo que, de todo había en la viña de la vida, la acción de piropear era una costumbre bonita, algo que si se utilizaba sin maldad era una parte valiosa de las relaciones sociales.
Ojo, que me refiero al piropo elegante, no a las frases burdas y malintencionadas que se empezaron a popularizar como el “piropo de albañil”. Esa tanda de soeces que más que tener la intención de destacar lo bonito o especial de otra persona, iban dirigidas a provocar risas por su atrevimiento o su más que discutible ingenio. No, las burradas para los burros. Los piropos que yo defiendo son como los que utilizó mi abuelo para conquistar a mi abuela, los que escribía mi padre en los ramos de flores que enviaba a mi madre en cada cumpleaños o los que, en algún momento de mi vida, alguien con buen corazón ha sido tan amable de regalarme.

¿De verdad los hemos olvidado? ¿Hemos demonizado tanto al piropo que sea como sea lo consideramos algo malo?
Pues siendo sincera a mí me gusta ir por la calle y escuchar que alguien me llama guapa, aunque no me conozca. Que la dependienta me diga que le encanta mi blusa o que algún hombre me regale una flor porque diga que se ha quedado encandilado con mi mirada. Y sí, esas cosas me hacen sentirme bien, me gusta gustar y eso me eleva la autoestima.

Desafortunadamente de un tiempo a esta parte, eso ya no sucede. Ya nadie se atreve a halagar a un desconocido. Extraño poder hacerlo, sentir la libertad de decirle a alguien algo que me gustaba de esa persona, sin que pensase que voy con dobles intenciones, poder llamar guapa a una compañera sin que me mirase raro o destacar alguna cualidad de un hombre sin que eso llevase a pensar que lo estoy acosando. Ahora la gente casi ni se atreve a mirarse fijamente los unos a los otros. Ya no hay flores, ni sonrisas cuando descubres que alguien te observa de reojo. Ya nadie regala frases bonitas al viento al verte pasar y sinceramente, eso me pone un poco triste. A veces pienso que es porque ya tengo una edad y no suscito ese tipo de admiración; que mis ojos ya no brillan, ni mi rostro es tan hermoso como años atrás.

Con el tiempo he llegado a acostumbrarme a que el silencio sea el compañero de mis pasos hasta en mis mejores días y aunque la verdad es que al principio eso bajaba mi autoestima, a estas alturas me he resignado a que nadie volverá a dedicarme un piropo.

Y sí, eso me ha hecho sentirme un poco “fea”, y no solo por fuera, también por dentro, porque desde que esa costumbre tan bonita de regalar ciertas palabras que hacían feliz a otro, sin pedir nada a cambio, ha desaparecido, creo que todos nos hemos afeado un poco por dentro. Porque hacer feliz a otra persona sin pedir nada a cambio, era algo bonito que se ha perdido. Porque se envenenó con ironías y dobles intenciones, aunque no todo el mundo lo hacía así, pero la mala fama le ganó el pulso a la costumbre y convirtió algo bello en una burla. Sinceramente creo que es algo que se debería recuperar, porque regalarle a alguien un cumplido sincero y alegrarle el día sería muy positivo para mejorar nuestra sociedad.