Para contar mi experiencia con el vaginismo, debo empezar por su origen, ya que en mi caso fue por una negligencia médica cuando yo solo tenía tres años.

A esa edad sufría muchas infecciones de orina, por eso mi madre me llevo al pediatra y allí él detecto que sufría sinequia vulvar (adhesión de los labios menores). Hay varias opciones para tratar la sinequia, según el nivel de gravedad: desde cremas hormonales para las más leves, a cirugía las más graves. Mi caso era grave (la gran mayoría de las sinequias detectadas son parciales) y aún así, mi pediatra decidió que el tratamiento más conveniente era la separación manual repetida de los labios. 

Mi madre dice que nunca olvidará los gritos que di tanto en la consulta del pediatra, como en casa, donde tenían que realizar el mismo proceso una vez por semana para evitar que los labios vaginales se volvieran a sellar.

Por suerte mi cuerpo empezó a hormonar y ese proceso quedó en el olvido. Hasta que quise tener mis primeras relaciones sexuales.

Cuando conocí a mi primera pareja sexual y quise disfrutar de mi primera penetración al intentar introducir el pene, note una quemazón, así que me asuste y paramos en el acto.

Por supuesto fui corriendo a mi madre a contar-le lo ocurrido y ella me recomendó ir con la ginecóloga. 

La profesional que me atendió dijo que sin mi primera penetración ella no me podía examinar y atribuyó esa quemazón a los nervios de mi primera vez. Y como era la palabra de una profesional yo la creí, además me cuadraba mucho con el dolor de la primera vez que describían mis amigas y compañeras de instituto, así que lo dejé pasar.

Poco a poco ese dolor se fue intensificando y ya por miedo empecé a rehuir la intimidad con los chicos, debido a que en las ocasiones donde me preguntaban me sentía abochornada por no saber qué contestar. Eso aparte me llevó a muchos problemas de autoestima con mi cuerpo.

Hasta que un día conocí a una persona, con la cual me sentí lo suficientemente cómoda como para hablar del tema abiertamente. Él nunca me presionó para hacerlo, con él aprendí a divertirme, a disfrutar de mi sexualidad sin necesidad de la penetración. Y finalmente llegó el día en que yo me vi preparada para hacerlo, y esa decisión desató el caos.

Al intentar la penetración el placer alcanzado con los juegos previos se esfumó de golpe, y dio paso a un ardor horrible. La sensación fue como si tiraran zumo de limón sobre una herida abierta. Las respiraciones de excitación se transformaron en respiraciones rápidas por la falta de aire que sentía en el pecho y mi cara se cubrió de lágrimas que fluían sin freno. Ese fue el segundo ataque de ansiedad que he sufrido en mi vida.

Cuando vio mi reacción, él rápidamente paró y me abrazó tanto tiempo como fue necesario para que mi ataque se redujera y hasta que no se aseguró que estaba en casa en compañía de alguien no me soltó la mano.

Unas semanas más tarde (cuando me dieron hora) fui a la ginecóloga y allí después de escuchar lo sucedido miró de coger una muestra del interior de la vagina utilizando un espéculo vaginal. El ardor volvió, la respiración agitada… La ginecóloga paró en seco y después de vestirme me explicó que lo que sufría era vaginismo. 

Con sumo cuidado en sus palabras me explico en qué consistía y me dijo que para que realmente lo pudiera solventar tenía que ir con una sexóloga.

Este dato no es muy relevante para la historia, sino más bien para exponer la triste situación en la cual te puedes encontrar en este país, ya que la sexóloga más cercana a mi pueblo estaba a una hora en coche de mi casa.

Pasé medio año haciendo trayectos casi cada semana. Una vez al mes tenía sesión con la sexóloga (un encanto de mujer a la cual voy estar agradecida el resto de mi vida), y una vez por semana a una fisioterapeuta especializada en suelo pélvico (otro encanto de mujer). Tuve suerte de que ella subía una vez por semana a la ciudad donde yo iba a la sexóloga, ya que si no las consultas de estos especialistas suelen estar en Barcelona (2h en coche).

Las sesiones con la sexóloga me ayudaron a comprender que mi subconsciente había relacionado el tocamiento de los genitales con dolor a raíz de la experiencia vivida a los tres años con la sinequia vulvar, y me acompaño en trabajar para cambiar toda mi mentalidad, conocer mejor mi cuerpo y así avanzar.

De la primera sesión con la fisioterapeuta, solo recuerdo llorar desconsoladamente como una cría, mientras una desconocida introducía en mi un dilatador más pequeño que un dedo meñique de la mano y mi cuerpo solo podía tensarse ante el ardor, las lágrimas y la impotencia.

A base de sesiones, paciencia, ejercicios en casa… llegué a uno de los días que recuerdo con más felicidad. La primera vez que logré introducirme un tampón pequeño para la regla. Si un gesto para algunas súper sencillo y cotidiano para mí fue un logro que tengo subrayado en fosforito en mi vida. Una muestra de mi persistencia.

Ahora he seguido avanzando y tengo el alta por parte de las dos profesionales y las directrices para llegado el momento, cuando tenga que hablar a mi próxima pareja sexual de este hecho, hacerlo con confianza.

Y mi próximo reto por el cual sigo trabajando es para conseguir que algún día pueda utilizar una copa menstrual. 

 

L.

 

Envía tus vivencias a [email protected]